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La historia de la Casa Kordopúlov de Mélnik

Foto: www.bg.wikipedia.org

© Foto: www.kordopulova-house.com

La entrada principal de la casa
Mélnik, la ciudad más pequeña de Bulgaria, se encuentra en el Suroeste del país y ha sido reconocida como reserva histórico-cultural y villa museo. Actualmente sus habitantes no son más de 300 pero a finales del siglo XVIII y principios del XIX, Mélnik era un próspero y concurrido centro cultural y de educación. En sus alrededores había cuatro monasterios y las iglesias dentro de la ciudad eran más de 70. Las escuelas eran cuatro: tres de ellas, para varones, y una, para doncellas. A la sazón, como lo es también hoy día, el sustento principal de la gente local era la producción y comercialización del famoso vino tinto que se obtiene de la especie endémica Vid Ancha de Mélnik. Dicen de este vino que por espeso podría ser llevado hasta en un pañuelo. Se exportaba a Italia, Francia y muchos países más. Personalidades destacadas consideraban un privilegio tener este vino en su mesa. Uno de ellos es Winston Churchill quien solía encargar cada año 500 litros de este tinto de Melnik. Entre los mayores productores y comerciantes de vinos destacaban los Kordopúlov, una familia de historia interesante y de enorme aporte a aquel “período de oro” en los anales de Mélnik.

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La Casa de los Kordopúlov está conservada hasta hoy en día en su aspecto auténtico. De una arquitectura de belleza excepcional, inusitada para aquella época, ese edificio renacentista es uno los lugares de obligada visita en la villa museo. De la historia de esta casa nos habla Stoyánka Paspáleva:

“La casa fue construida en 1754 por una familia acomodada de Melnik. De todos los monumentos históricos conservados a través de las épocas, la Casa de los Kordopúlov es la mansión renacentista más grande en toda la Península Balcánica. Es de arquitectura variada y su destino inicial eran las faenas económicas. Sus dueños exportaban vino incluso a Venecia. Frente a la casa se pueden ver ahora las ruinas de la capilla familiar consagrada a Santa Bárbara, que fue asolada durante el gran incendio en 1912 cuando toda la ciudad desapareció bajo las llamas”.

Nuestra interlocutora, Stoyánka Paspáleva, es uno de los herederos de este monumento arquitectónico y suele desempeñarse como guía de los numerosos turistas. “La casa está diseñada de manera que garantice el proceso completo de procesamiento de la vid y hasta la producción del vino – prosigue la Sra. Paspáleva. La planta baja alberga una bodega imponente, cuyos corredores suman más de 200 metros de largo. En los enormes barriles caben unas 300 toneladas de vino. La capacidad del más grande es de 12,5 toneladas. El original sistema de ventilación permite mantener una temperatura especial en la bodega: de 7 a 9 grados Centígrados.

© Foto: www.kordopulova-house.com


Un viajero italiano que visitó Mélnik a mediados del s.ХІХ, escribe en sus apuntes de viaje que el dueño de aquella mansión era un hombre robusto, de buen aspecto y porte autoritario, quien conversaba con él en perfecto italiano. Lo que no era de extrañar ya que este “señor Kordopúlos”, según escribe el mismo italiano, exportaba vino, aguardiente, seda y lana a los mejores mercados de Italia. Y de ahí, principalmente de Venecia, importaba todo tipo de mercancía. Como el auténtico cristal veneciano para las ventanas del salón de su casa.

“Una casa profusamente amueblada” vio el cronista andante en aquel entonces. Dice además éste que Kordopúlov recibía a sus amigos y compañeros de negocios en la enorme sala de estar. Esta pieza, dicho sea de paso, sigue siendo también hoy la más impresionante de la casa. Al pie de los ventanales, que forman dos filas superpuestas, catres cubiertos de tejidos multicolores, bordean las paredes de la sala. Pinturas de motivos florales cubren todas las paredes y los armarios de la casa ostentan vistosos tallados en madera.

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El laberinto de túneles subterráneos de la casa

La guía cuenta que recientemente fue descubierto un lienzo en el cual está dibujada, según lo indica la inscripción, “la mano de la primera señora de la casa”. Lamentablemente, su nombre se desconoce. Tampoco se sabe quién construyó la casa. Se supone, sin embargo, que la imponente mansión y la Iglesia Metropolitana de la ciudad fueron construidas por el mismo maestro. La capacidad del arquitecto anónimo de prever todo lo que necesitaría una gran familia en su vida y quehacer diarios provoca admiración incluso en la actualidad. Los habitantes de esta joya arquitectónica disponían de una amplia cocina, un horno enorme, un baño, una sauna, hasta de un jardín de invierno. Según refiere el mismo viajero italiano, había en la casa de los Kordopúlov una dependencia que servía de prisión. En ella encerraban a los sirvientes y los niños cuando cometían faltas. En la cocina, detrás de un armario, camuflado de forma muy ingeniosa, hay un estrecho escondite. Dicen que allí solía encontrar refugio el revolucionario Yáne Sandánski, conocido participante en las luchas emancipadoras de los búlgaros de la zona contra los turcos a finales del siglo 19 y principios del 20, quien fue íntimo amigo del dueño de la casa, Manól Kordopúlov, el último heredero que se conoce de esta familia. Fue ingeniero tecnólogo en vinicultura y, además, uno de los primeros o tal vez el primer búlgaro licenciado en este dominio. Cursó sus estudios en París donde se graduó. También fue el primero en introducir la fumigación de los viñedos con caldo bordelés y el que importó en Bulgaria equipos de fumigación de las plantaciones, equipos conocidos y usados incluso hoy día.

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La bodega de la casa

El vino tinto de Mélnik de las bodegas de Manól Kordopúlov se ganó una fama tan grande en la Exposición Mundial de París en 1889, que los demás vinicultores búlgaros, quienes tardaron en llegar a la muestra, se vieron obligados a instalar sus estands lejos de él. Hay también otro hecho curioso de aquella misma Exposición: un gaitero búlgaro decidió hacer una publicidad inusitada, llenó el odre de su gaita con vino y empezó a tocar delante de la Torre Eiffel. Al reunirse la gente, el ingenioso músico se puso a invitar con vino a los espectadores, llenando unas copitas directamente del roncón. Junto con ello repartía tarjetas de visita de los productores de vino de Mélnik. Manól Kordopúlov, al que hicieron gran número de encargos, bromeaba que había asegurado trabajo hasta a sus nietos.

Versión en español por Daniela Radichkova
По публикацията работи: Albéna Bezóvska


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