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El monasterio de los Mártires Santos Cosme y Damian, un sorbo de espiritualidad y sosiego

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El Monasterio de los Santos Cosme y Damián, dista unos 18 kilómetros de la ciudad de Breznik (Bulgaria Occidental) y unos 5 de la aldea de Gigintsi, por lo que es conocido también como el monasterio de Gigintsi, en las faldas de las colinas de la sierra Tsurna Gora. Minutos antes de desaparecer tras las crestas de esta cierra, el sol echa sus últimos rayos sobre el monasterio y lo tiñe de un tierno color violeta. En ese instante, en que el tiempo parece haber parado, de la iglesia llega a nuestros oídos un cántico monótono. Comienza la misa vespertina, si bien sin el padre Nicanor, retenido en esta ocasión por importantes asuntos que resolver en la aldea de Gigintsi. Está por llegar de un momento a otro porque las normas del monasterio son muy severas y todo acto o propósito de sus moradores obedece a la voluntad de Dios y ha de estar al servicio de los feligreses.

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“El monacato es una pasión; es la pasión de la salvación. No se puede explicar con palabras, hay que vivirlo”, dice el padre Nicanor al explicar por qué abandonó su brillante carrera de corredor de bolsa en Wallstreat para buscar el camino a Dios en este lugar retirado.

El comedor del convento es un recinto caliente y acogedor, y el crujiente pan casero que ofrecen los monjes se derrite en la boca. Oraciones y total silencio,  interrumpido tan solo por el tímido susurrar de los visitantes acompañan la humilde cena. El monasterio con frecuencia da cobijo a peregrinos o turistas que de casualidad fueron sorprendidos por la caída de la noche en esta localidad. En el monasterio no hay televisión, ni Internet, ni diversiones mundanas. Pernoctar en las humildes celdas y saborear la exquisita comida casera preparada por los monjes no se paga, pero si el visitante decidiera quedarse en el monasterio por más de un día, deberá trabajar duro en la hacienda monasterial. Así podrá sumergirse en la atmósfera de este santo lugar y conocer a los monjes y su primitivo modo de vida.El padre Nicanor recuerda con evidente nostalgia cómo, al llegar él a este lugar, no había ni electricidad, ni agua caliente, ni calefacción. La vida en el monasterio es asceta porque los monjes viven en acato de las normas que rigen para el monjío del Monte Athos.

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“Son normas que establecen que a la oración individual y para oficiar misa se debe dedicar el tiempo más adecuado para el alma, explica el padre Nicanor.¿Que cuándo es ese tiempo? Pues cuando el alma está libre de propósitos, preocupaciones y vanidades. Es al atardecer, cuando nos disponemos a ir a la cama, cuando nos preparamos para acostarnos y sobre las 3 de la madrugada, antes de la salida del sol. Así la noche resulta dividida en dos partes. Durante la primera reposamos y durante la segunda nos levantamos y oramos. En nuestro monasterio no hay liturgia que concluya más tarde de las 8:30 a. m. por que al salir el sol, comienzan las tareas y los cuidados que requieren el monasterio y las personas que acuden a él”.

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Al cabo de una liturgia de 4 horas, el monjío echa manos a la obra. En la hacienda del monasterio se crían cabras, ovejas y 90 búfalas. Los quesos y demás productos lácteos elaborados por los monjes se venden en una pequeña tienda propia del monasterio. Con donaciones y dinero de fondos europeos se realizan obras de reparación. Fue construido un campanario y una nueva iglesia. Ahora está siendo restaurada la iglesia antigua.

La secular historia del monasterio de Gigintsi está llena de vicisitudes. El padre Nicanor explica que el convento fue fundado allá en los siglos XI a XII. En la época de la dominación otomana albergaba una escuela. Sin embargo, en el siglo XVIII, el convento fue incendiado por los osmanlíes. Resucitó años más tarde gracias a un grupo de monjes del Monasterio de Chelandariou o Hilandar, en el Monte Athos. Con ayuda de sacerdotes locales ellos construyeron las celdas, los edificios para la hacienda del monasterio (establos, corral, etc.) y la antigua iglesia, de una nave.

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En los primeros años del gobierno comunista a este monasterio eran desterrados “enemigos del poder popular”, es decir disidentes. Más tarde el convento fue convertido en campamento de pioneros. En determinado momento las celdas, destrozadas y abandonadas, fueron convertidas en establo.

Apenas a finales de los años 90 del siglo pasado fue restablecida la actividad religiosa. Comenzó la restauración de la hacienda monasterial y la recuperación de los bienes inmuebles que los gobernantes comunistas habían decomisado. Poco a poco, el convento fue cobrando vida nueva y convirtiéndose en un magnífico lugar para buscar la soledad y el camino hacia Dios y hacia uno mismo.

Versión en español por Raina Petkova
Fotos: Veneta Nikolova



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