Según los villancicos tradicionales, es cuando comenzaron los dolores de parto de la Virgen para terminar en Navidad. Luego, narran los villancicos, la Virgen salió a buscar a un santo que bautizara a su hijo. Se topó con varios de ellos sucesivamente, pero fue, por último, San Juan quien accedió a bautizar a Jesús. A este santo, San Juan Bautista, los búlgaros lo veneramos el 7 de enero y el día 8 de enero, llamado día de las abuelas, o día de las parteras, veneramos a la propia Virgen como madre y protectora de todas las madres en esta tierra.
Decimos que el ciclo festivo por Navidad y Año Nuevo se inicia el 20 de diciembre, llamado tradicionalmente por los búlgaros Ignashden o Día del mártir Ignacio. La fecha se relaciona con el solsticio de invierno (el 22 de diciembre). Se ha conservado un culto al sol precristiano en las nociones tradicionales de nuestro pueblo, que cree que ese día nace el sol nuevo y se inicia un nuevo ciclo natural. Por esto los ritos practicados en Ignazhden son una especie de repetición mágica del renacer del sol. Se encienden fogatas y hay que tirar en ellas, o si no, en el hogar, retoños de frutales para alimentar y dar fuerza al fuego. Luego su energía se transmitirá a los árboles frutales en el huerto, cargándolos de fertilidad.
En este día antaño se cumplía otro rito más para garantizar la fertilidad de los frutales. Si en el huerto había algún frutal que el último otoño no había dado frutos, los amos de la casa protagonizaban un pequeño espectáculo teatral junto a él, que consistía en que el dueño se le acercara, hacha en mano, dispuesto a cortarlo por interferir, y la ama de casa se lanzara a defender al árbol, prometiendo en su nombre al dueño de la casa abundantes frutos el próximo otoño. Se suponía que de esta manera el arbolito cobraría fertilidad, ante la amenaza de verse talado.
Otro rito importante ejecutado en Ignazhden, el día del Mártir Ignacio, consistía en incienzar la casa, utilizando la reja del arado como soporte de las brazas mágicas del hogar sobre las que se quemaba el incienzo. Mágicas, decimos, puesto que en ellas ardía el vigor de los retoños frutales echados al fuego por el dueño de la casa como augurio de fertilidad y buena cosecha en el año nuevo.
Terminando el rito de la incenzación, se guardaban las brazas apagadas puesto que se les atribuían propiedades mágicas y curativas y se empleaban para curar diferentes dolencias.
El primer visitante que llegaba a la casa en Ignazhden o el Día del Mártir Ignacio, era invitado, con grandes honores, a sentarse en el lugar más distinguido de la casa, que era junto al hogar o la chimenea. Se creía que por el carácter del visitante se podía adivinar como sería el año nuevo para los moradores de la casa. Si era persona afortunada, la fortuna les acompañaría en todo momento y si no… pues y si no era de los más afortunados él, se practicaban toda una serie de ritos para transformar el efecto que causaba a la casa que visitaba. Se atizaba bien fuerte el fuego en el hogar, para que semejara el propio sol, y se pronunciaban augurios mágicos de fertilidad de la tierra y fecundidad del ganado. Caso de que todos ellos se cumplieran, al año siguiente ese visitante, probablemente casual en la primera oportunidad, se convertiría en el envitado de honor de la casa.
Otro rito tradicional, practicado en Ignazhden y relacionado con el renacimiento del sol y el inicio de un nuevo ciclo natural, consiste en que en la víspera de la Navidad, bien entrada la noche, un grupo de mozas casaderas y mujeres recién casadas, se reunieran en la casa de una de ellas. Aconsejadas por la curandera del pueblo, preparaban levadura fresca para amasar pan. Se creía que la levadura (el vocablo búlgaro kvas por levadura es del género masculino), se creía pues que la levadura era el padre del pan que llevaba en si la fertilidad y la buena cosecha.
Por esto existe en la tradición búlgara la superstición de no dar jamás levadura prestada después de la puesta del sol, puesto que esto ocasionaría la fuga de la fertilidad y la fortuna del hogar de quien la prestara.
Es parte del rito también que, una vez preparada la levadura fresca por las mujeres, los mozos intentaran robársela, si no toda, al menos alguna porción. Por eso las jóvenes casaderas y las mujeres recién casadas se quedaban en vela toda la noche, cuidando de su preciada posesión. Al amanecer se repartían la levadura entre todas y cada una se dirigía de prisa a su hogar para amasar el pan y junto con él, la fertilidad, fecundidad y prosperidad durante el año nuevo.
Versión en español de Ráina Petkova
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