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Vasil Levski, el Apóstol

"El cadalso" del pintor Boris Anguelushev
Foto: Архив

Hay una figura en la historia búlgara que perdura envuelta en un aura sin igual: Vasil Levski, considerado el Apóstol de la independencia nacional, venerado por el pueblo tanto o más que los santos

Convertido en leyenda ya durante su vida, la sola mención del nombre de Vasil Levski despierta los sentimientos más profundos en cada uno de nosotros. Generación tras generación los búlgaros vivimos y crecemos inspirados en su obra en aras de la patria.
Levski desarrolló su actividad entre finales de los 60 y principios de los 70 del s. XIX, cuando el movimiento de liberación nacional busca nuevas vías para lograr el rechazo de la secular dominación otomana, cuando ni las sublevaciones locales, ni los destacamentos armados formados en el extranjero conducen al resultado deseado.
El propio Levski toma parte de un destacamento guerrillero que sale de la vecina Rumania, y llega a los montes Balcanes donde, al cabo de unos meses, se vio obligado a retirarse a Servia. Carecen de perspectivas también las llamadas “legiones búlgaras” formadas en Belgrado, la capital servia, por inspiración del prócer de la independencia búlgara Gueorgui Rakovski, en las que Levski también participa. Entonces, en medio de los patriotas búlgaros que viven en el exilio, nace y poco a poco cobra cuerpo la idea de crear comités revolucionarios dentro del país. En una carta al jefe rebelde Panayot Jitov, Vasil Levski escribe: “Lo haré, si Dios quiere, con lo cual si gano, gana todo el pueblo, y si pierdo, me pierdo solo a mí mismo”.
Vasil Levski se entrega plenamente a la realización de su proyecto. Desde inicios de 1869 hasta finales de 1872 consigue establecer una densa red de comités clandestinos en todo el territorio nacional. De esta manera se fue estructurando la organización revolucionaria que contaba con sus estatutos, sus correos clandestinos y su policía interna.
Levski se proponía impulsar al pueblo a la insurrección, a la revolución general, inspirada en las nociones que perduraban del Estado Búlgaro independiente, y centrada en promover el desarrollo democrático de la nueva Bulgaria. Era una causa sagrada que arraigó en todos los medios sociales: campesinos, artesanos, comerciantes, maestros de escuela, sacerdotes cristianos.
Tan amplio alcance de la idea revolucionaria se debió no solo al clima general que se respiraba en el país, ávido de libertad política y económica, sino, en no poca medida, al talento organizador del propio Apóstol.
“Todo su ser inspiraba confianza y por esto conquistaba las almas y se ganaba adeptos dispuestos a secundarlo hasta en las empresas más peligrosas”, es el testimonio de muchos contemporáneos de aquella gloriosa gesta.
“Era un hombre que no conocía el miedo - recuerda por su parte el ya mencionado Panayot Jitov, relevante figura revolucionaria -. Su única pasión era la libertad de la patria. Sentía especial predilección por las viejas canciones populares que él mismo conocía a la perfección”.
Levski, cual verdadero Apóstol de la Libertad, abogó por una revolución general en contra de la tiranía del Sultán, en nombre de una república democrática.
“En Bulgaria nuestro objetivo es la fraternidad entre todos, sin reparar en religión ni nacionalidad”, afirmaba.
Revolucionario intrépido, Levski logró escapar a las innumerables emboscadas que la tendían la autoridad turca. Bajo nombres ficticios, hábilmente disfrazado, Levski circulaba por las tierras búlgaras, y en todas partes era acogido con esperanza y recibía cobijo seguro.
A finales de 1872 el cerco en torno a Vasil Levski se estrechó sobremanera. Así se llegó al trágico desenlace. La policía turca sorprendió al Apóstol durante uno de sus viajes, y tras una breve refriega logró ponerlo bajo arresto.
Llevado ante el Tribunal, en un juicio sumario, el Apóstol supo proteger a sus seguidores y salvar la organización revolucionaria. En 1873, el 19 de febrero, fue llevado al cadalso. De hecho, ya había cumplido con su misión.
La muerte de Vasil Levski en la horca fue un duro golpe para los revolucionarios búlgaros. Uno de ellos, Danail Popov, había anunciado así el arresto del Apóstol a sus compañeros: “Está preso el mejor de los búlgaros”. Posteriormente se sucederían muchos otros testimonios que ensalzan la personalidad de esta grandiosa figura de la historia nacional búlgara. Para todo el pueblo Levski sería recordado, sencillamente, como el Apóstol.
Tres años después de que Levski moría en la horca, su luminoso ejemplo seguía inspirando a los luchadores por la independencia. En abril de 1876 estallaría el levantamiento que Levski había ideado. Cierto es que el Levantamiento de Abril de 1876 es derrotado por las fuerzas del enemigo, mucho más numeroso y mejor preparado. Pero no es menos cierto que esta sublevación, la mayor hasta aquel entonces contra el opresor foráneo, a fin de cuentas propició la guerra ruso-turca de 1877, que sería la guerra de liberación de Bulgaria de los cinco siglos del dominio otomano.
Después de conquistada la independencia, los primeros monumentos que se erigieron en Bulgaria fueron a Vasil Levski. Uno, en su villa natal, Kárlovo, al pie de la cordillera de los montes Balcanes, y otro, en el lugar donde estuvo su cadalso en Sofía. En este punto, hoy en el centro de la capital, se yergue el austero y sugestivo monumento con la efigie del Apóstol que todos llevamos muy dentro de nuestros corazones. Para siempre.
Pero acaso el primer monumento, tan poco material como imperecedero, es el poema “El ahorcamiento de Vasil Levski” que le dedicó en aquel mismo fatídico mes de febrero de 1873, el genial poeta y revolucionario búlgaro Jristo Botev, amigo y compañero de lucha del Apóstol:

Oh, madre mía, patria bendita,
¿por qué es tu llanto casi inaudible?
Y tú, oh cuervo, ave maldita,
¿sobre que tumba graznas terrible?

Oh, yo sé, madre, yo sé que lloras
Porque es esclavo tu suelo amado,
Tu voz doliente colma las horas
Con el vacío de tu llamado.

¡Llora! Allá, cerca, junto a Sofía
se alza la horca, la más horrenda,
y de ella cuelga, Bulgaria mía,
un hijo tuyo, con fuerza tremenda.

Perros y lobos el campo asuelan,
Funesto el cuervo grazna a lo lejos,
Los niños lloran, las madres velan,
Ardientemente ruegan los viejos.

El viento azota campos de zarzas,
Canta el invierno su cruel canción,
El llanto al frío sin fe se engarza
Y en dolor hunden al corazón.

(Versión al español: José Martínez Matos)


Esta poesía, ya volcada en música, sería entonada por todo el pueblo, y eso, acaso es el más digno monumento a Vasil Levski, el Apóstol.



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