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Vasil Levski, el Apóstol

Foto: Archivo
El 18 de julio conmemoramos el natalicio de una de las figuras más preclaras de la historia búlgara: Vasil Levski, nacido en 1837.

Para los búlgaros su imagen perdura envuelta en un aura sin igual. Vasil Levski, el Apóstol de la independencia nacional de Bulgaria, es venerado por el pueblo tanto o más que los santos. Convertido en leyenda ya durante su vida, la sola mención del nombre de Vasil Levski despierta los sentimientos más profundos en cada uno de nosotros. Generación tras generación los búlgaros vivimos y crecemos inspirados en su obra en aras de la patria.

Levski desarrolló su actividad entre finales de los 60 y principios de los 70 del s XIX, cuando el movimiento de liberación nacional buscaba nuevas vías para rechazar la secular dominación otomana, cuando ni las sublevaciones locales, ni los destacamentos armados formados en el extranjero conducen al resultado deseado.
El propio Levski formó parte de un destacamento guerrillero que salió de la vecina Rumanía y llegó a la cordillera de los Balcanes, viéndose obligado a retirarse a Servia al cabo de unos meses.

Carecían de perspectivas también las llamadas “legiones búlgaras” formadas en Belgrado por inspiración del prócer de la independencia búlgara Gueorgui Rakovski, en las que Levski también participó. Entonces, en medio de los patriotas búlgaros que vivían en el exilio, nació y cobró cuerpo, poco a poco, la idea de crear comités revolucionarios dentro del país. En una carta suya al jefe rebelde Panayot Jitov, Vasil Levski escribía:
“Lo haré, si Dios quiere, con lo cual si gano, gana todo el pueblo, y si pierdo, me pierdo solo a mí mismo”.

Vasil Levski se entregó plenamente a la realización de su proyecto. Entre inicios de 1869 y finales de 1872 logró establecer una densa red de comités clandestinos en todo el territorio nacional. De esta manera se fue estructurando la organización revolucionaria dotada de estatuto, correos clandestinos y policía. Levski se proponía impulsar al pueblo a la insurrección, a la revolución general, inspirada en las nociones que perduraban desde los tiempos del Estado búlgaro independiente, y centrada en promover el desarrollo democrático de la nueva Bulgaria. Era una causa sagrada que arraigó en todos los estratos sociales: campesinos, artesanos, comerciantes, maestros de escuela, sacerdotes cristianos. Este amplio alcance de la idea revolucionaria se debió al clima general que se respiraba en el país, ávido de libertad política y económica, como también en buena medida, al talento organizador del propio Apóstol.

Todo su ser inspiraba confianza y por esto conquistaba las almas y se ganaba adeptos dispuestos a secundarlo en las empresas más peligrosas, es el testimonio de muchos contemporáneos de aquella gloriosa gesta. Era un hombre que no conocía el miedo, recuerda el propio Panayot Jitov. Su única pasión era la libertad de la patria. Sentía especial predilección por las viejas canciones populares que él mismo conocía a la perfección. Levski, cual verdadero Apóstol de la Libertad, abogó por una revolución general contra de la tiranía del Sultán, en nombre de una república democrática.

En Bulgaria nuestro objetivo es la fraternidad entre todos, sin reparar en religión ni nacionalidad, afirmaba el Apóstol, que es como le llamó el pueblo. Levski, revolucionario intrépido, logró escapar a las innumerables emboscadas que le tendía la autoridad turca. Bajo nombres ficticios, hábilmente disfrazado, circulaba por las tierras búlgaras, y en todas partes era acogido y recibía cobijo y protección. A finales de 1872 el cerco en torno a Vasil Levski se estrechó sobremanera. Así se llegó al trágico desenlace. La policía turca sorprendió al Apóstol durante uno de sus viajes, y tras una breve refriega logró ponerlo bajo arresto.

Llevado ante el Tribunal, en un juicio sumario, el Apóstol supo proteger a sus seguidores y salvar la organización revolucionaria. En 1873, el 19 de febrero, el Apóstol fue llevado al cadalso. Ya había cumplido con su misión. La muerte de Vasil Levski en la horca fue un duro golpe para los revolucionarios búlgaros. Uno de ellos, Danail Popov, anunció así el arresto del Apóstol a sus compañeros: “Está preso el mejor de los búlgaros”. Posteriormente se sucederían muchos otros testimonios que ensalzan la personalidad de esta grandiosa figura de la historia búlgara. El pueblo entero lo llamó, sencillamente, el Apóstol. Para siempre.


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