Día del Arcángel Miguel

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El Día del Arcángel Miguel reúne en sí las creencias sobre la inmortalidad del alma y sobre la justeza de la ordenación del mundo. Los ritos que acompañan esta festividad están impregnados de fe y esperanza: fe en la misericordia y la sabiduría suprema de las fuerzas divinas y esperanza de que a cada uno de nosotros le ha sido deparado lo mejor que se merece. La festividad tradicional del Arcángel Miguel (en búlgaro Mijaíl) se celebra el 8 de noviembre, día en que la Iglesia Ortodoxa búlgara venera al jefe de los Ejércitos de Dios. Después del Día de San Demetrio, el del Arcángel Miguel es el segundo de mayor importancia en el calendario folclórico otoñal de los búlgaros. Antaño en el Día del Arcángel Miguel se oficiaban misas de la familia entera que se reunía para venerar juntos al arcángel protector de la familia. Se organizaba una fiesta de todo el pueblo para la que se sacrificaba un animal y se hacía un convite a todos los reunidos. Esta tradición se mantiene viva hasta hoy en muchos sitios de Bulgaria.

Lo mismo que en todos los ritos cristianos ortodoxos, tienen una marcada presencia en ella el trigo, como símbolo del próximo renacimiento (porque tal como el grano muere para dar vida a la nueva planta, resucitan también las almas tras la muerte carnal; el vino, como símbolo de la vida, y el pan, como símbolo del cuerpo de Cristo. Hay muchas canciones folclóricas dedicadas a la vid, que está presente en los cantos de bodas, de siega o de amor, entre otros. Según la tradición ortodoxa, al rendir memoria a un muerto, su tumba se riega con vino, que evoca el continuo tránsito de la vida a la muerte.

Según la noción tradicional, el alma tiene dos manifestaciones indisolubles: la sombra y el aliento, que no pueden existir por separado. Si se marcha la sombra, se marcha también el aliento. Antaño existía la costumbre de coger la sombra de una persona e incrustarla en los cimientos de una casa, templo o puente, para conferirle mayor solidez. Sin embargo, la persona cuya sombra fuese “hurtada” para incrustarla allí moría inevitablemente. La sombra se ve cuando alumbra y calienta el sol, mientras que el aliento se ve cuando hace frío. “El alma nunca muere. Al morir una persona, la sombra y el aliento abandonan su cuerpo y se marchan al cielo”. Es el relato de una anciana del norte de Bulgaria registrado por el folclorista Dimitar Marinov a finales del siglo 19.
He aquí otro relato más apuntado por el folclorista: “El alma habita el corazón de la persona. Mientras late el corazón, el alma está viva”. En cuanto le toque la última hora a la persona, se acercan a ella la muerte y el Arcángel Miguel. A veces el hombre no muere sino, simplemente, se traslada a otra vida. Entonces del cielo baja a su lado sólo el arcángel Miguel, que recoge el alma y deja el cuerpo inmóvil. El Arcángel Miguel se lleva el alma al más allá: al paraíso o al infierno. Si es de una persona justa, el alma se va al paraíso. Allí puede verlo todo, puede conversar con sus familiares muertos. En cuanto termine de hacer su trabajo, el Arcángel Miguel puede devolver el alma en su sitio. De semejantes personas el pueblo dice que “lleva el alma entre los dientes” y de ahí la expresión popular “aprieta los dientes y el mal se te pasará”, o sea, superarás el revés; una expresión de uso muy frecuente incluso hoy en día entre los búlgaros.

El Arcángel Miguel es muy misericordioso, según una creencia tradicional de los búlgaros. A veces incluso se opone a la voluntad de Dios y no tiene prisa en llevarse al cielo el alma de alguna persona. Si es un anciano cuya vida terrenal está expirando, suele ponerse a sus pies junto a la cama y esperar que todos los familiares se despidan del moribundo. Apenas entonces se lleva su alma hacia las Puertas del Cielo.
Parte de los ritos practicados por los búlgaros antaño estaban destinados a apiadar al Arcángel para que, cuando a cada uno le tocase morir, el Arcángel Miguel se llevase su alma sin martirio”.

La idea de la inmortalidad del alma y la hermosura del más allá se contiene en uno de los “postulados” de la fe popular: el que describe lo que ocurre en los 40 días posteriores a la muerte de la persona. Según esta creencia, al tomar el alma del cristiano, el Arcángel la confía a un ángel o a un diablo. Cada uno tiene su ángel y su diablo, que guían el alma durante los 40 días posteriores a la muerte de la persona para que ésta vea una vez más a sus seres y lugares más queridos. Si en vida la persona no hubiese viajado mucho, estos 40 días son tranquilos para ella. Pero de haber sido un gran viajero, recorrerá el mundo antes de lograr el sosiego. Al cuadragésimo día el ángel ofrece al alma regresar al cuerpo. Ésta, habiendo experimentado el deleite del libre vuelo y habiendo visto la hermosura del más allá, nunca consiente volver a habitar algo tan transitorio como es el cuerpo humano.

Versión en español por Raina Petkova

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