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Según el académico Gueorgi Márkov, Director del Instituto de Investigaciones Históricas, el primer ministro búlgaro de aquella época, Ivan Guéshov, un banquero de corte pacífico que presidía el Banco Nacional, no deseaba la guerra.
“Tampoco la deseaba su partido, el Partido Popular, pero después de las masacres en Stip y otras arbitrariedades, del país se apoderó una ola de protestas, mítines y reuniones que colmaron el palacio de mensajes de protesta. En el archivo personal del rey búlgaro Ferdinand hay ocho carpetas llenas de cartas y mensajes de aquella época que reclamaban declararle la guerra a Turquía. Cabe evocar el fogoso discurso pronunciado en la ciudad danubiana de Ruse por Nikola Obrétenov, revolucionario descendiente de una gran familia de patriotas, en el que decía: “Debemos llevar a cabo la sagrada obra iniciada por Levski y Botev (los más famosos héroes nacionales de Bulgaria). Debemos liberar a nuestros compatriotas. En lo personal, y con la edad que ya tengo, incluso yo empuñaré el fusil y marcharé a la guerra contra el Imperio Otomano”.
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El entusiasmo por liberar a los compatriotas que permanecían subyugados se había apoderado de todo el pueblo. El poeta Peyo Yávorov, antes de que fuera declarada la guerra, se incorpora a la retaguardia del enemigo en Macedonia de Pirin con un grupo de voluntarios, se une al grupo revolucionario encabezado por Yonko Vaptsarov y participa en varios combates.
La movilización y la marcha de las tropas hacia la frontera materializaron el fuerte espíritu nacional y se vieron reflejadas por los reporteros de la prensa de la época. “Una vez decretada la movilización militar, la misma no fue acogida con alegría o aprobación sino con un incontenible y frenético entusiasmo”, comentaba en sus escritos el corresponsal militar Spas Ikonomov.
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Y he aquí cómo describió la marcha de los movilizados hacia la frontera el periodista francés Rene Puaux, del periódico Le Temps: “Miles y miles de personas marchando; personas que acaban de ser movilizadas, vestidas parcialmente con uniforme, o sin ningún uniforme, armadas con fusiles de modelos antiguados, con las cartucheras amarradas a la cintura, seguidas por carros tirados por bueyes y caballería que evoca tiempos prehistóricos…, Los ancianos con los gorros de piel de cordero calados hasta las orejas, los más jóvenes con gorras que en alguna medida semejan las de los soldados de napoleón… Todos alegres, fervorosos, de mirada exaltada y aguerrida, marchan infatigables hacia el sur…
Versión en español por Raina Petkova
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