Los milagros de la iglesia rusa San Nicolás Taumaturgo, de Sofía

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En el centro de Sofía, en proximidad inmediata a la Plaza Battemberg, se yergue uno de los templos más bellos de esta capital, la iglesia San Juan Taumaturgo.
Se le suele llamar “la iglesia rusa” puesto que fue construida en una parcela de la embajada rusa a finales del siglo XIX y comienzos del XX para atender las necesidades de los emigrantes rusos en Bulgaria. Pocos años después de su consagración en 1914, asumió la dirección de su consejo parroquial uno de los más destacados pontífices de la Iglesia Ortodoxa Rusa, el arzobispo Serafim Sobolev.

El obispo Serafim, como solían llamarle los parroquianos, se ganó muy pronto el aprecio y el amor de los búlgaros, que acudían a escuchar con el aliento cortado sus prédicas.
Él trataba a la gente con sincera caridad y bondad. Con ayuda de sus rezos los parroquianos encontraban solución a sus más graves problemas y los enfermos sanaban. Mientras oficiaba la misma, los feligreses percibían, bienaventurados, la presencia de Dios. Dicen que en cierta ocasión, mientras oficiaba la liturgia, una niña exclamó: Padre, ¡usted huele a Paraíso!. Sus atenciones se extendían también a la Iglesia Ortodoxa Búlgara, que en aquella época vivía un aislamiento del mundo ortodoxo, ya que en 1872 había proclamado su independencia y el patriarcado de Constantinopla había decretado su cisma. Con su activa labor, el padre Serafim aportó a la revocación de aquella excomunión en 1945. Él mismo vivía privaciones pero ayudaba a los pobres en todo lo que podía y, no obstante la persecución de que era objeto la Iglesia, fundó el Monasterio del Sudario de la Santísima Virgen en la aldea de Kniazhevo, en las inmediaciones de Sofía, hoy un barrio de esta capital. Dejó este mundo el 26 de febrero de 1950, y el templo no pudo dar cabida a la multitud que había acudido para despedirle. Antes de expirar, había prometido su ayuda a todos los fieles. Ustedes escríbanme cartas…, había dicho. Y es así que hasta hoy, los fieles que sienten necesidad de su intervención, acuden al templo para dirigirle sus rezos en forma escrita. Se les puede ver en la cripta de la iglesia rusa de San Nicolás Taumaturgo sentados a las mesitas colocadas para este fin en el recinto, escribiendo fervorosos mensajes al padre Serafim. En efecto, existe una fuerte veneración popular al padre Serafim, fundador de la iglesia San Nicolás taumaturgo, de Sofía”, comenta la profesora Vijra Baeva del Instituto de Etnología y Folclorística de la Academia de Ciencias de Bulgaria, que realiza un estudio de las prácticas religiosas en ese templo.

Él aún no ha sido canonizado oficialmente por la Iglesia Ortodoxa Rusa pero a pesar de no haber sido reconocido oficialmente como santo, la personalidad del arzobispo Serafim y su sepulcro son un punto muy atractivo para muchos búlgaros y rusos. Acuden a venerar sus reliquias tanto vecinos de la capital Sofía como gentes de lugares muy distantes. Lo que más atrae a estas personas son, tal vez, la fe y la confianza en su capacidad taumatúrgica. Con frecuencia, en períodos de crisis como la que estamos viviendo hoy, al no poder encontrar una solución racional a sus problemas, la gente se dirige a la fe, a lo sobrenatural, a la expectativa de un milagro para salir adelante.

En palabras de la profesora Baeva, en el período en que fue forjándose la veneración al padre serafín, fueron imponiéndose ritos que se ejercitan en la cripta donde él fue sepultado. Existen prácticas rituales como la de prender velas, rezar, bajar la frente ante sus reliquias. Ya que él no ha sido canonizado aún, en el recinto no hay iconos con su efigie pero en cambio ha sido colocado un retrato suyo. La figura del padre Serafim está representada también en el vestíbulo de la cripta como protector de Sofía y la gente que acude al templo baja la frente ante estas imágenes. Hay una urna especial para las oraciones escritas que le dirigen los fieles. Se encuentra junto al sarcófago del padre. En esos escritos están expuestos los deseos más íntimos de cada feligrés, sus problemas y penas y su esperanza de verse asistidos por el padre Serafim. Prevalecen las cartas dirigidas a él con la esperanza de recibir ayuda para sanar.

Existen gran número de testimonios de personas que han recibido tal ayuda, continúa diciendo la profesora Baeva. Han sido publicados varios libros con semejantes testimonios. Se pueden encontrar también en Internet y, desde luego, se transmiten de boca en boca por la gente. El padre Serafim era conocido también por la ayuda que prestaba a estudiantes y universitarios en períodos de exámenes. Ello guardaba relación con un episodio de su propia biografía. Al presentarse a los exámenes de ingreso en la Academia de Teología, se enteró muy tarde de las fechas y tuvo muy poco tiempo para prepararse. Movido por su fervorosa fe, se dirigió en sus oraciones a Dios pidiéndole que le tocaran los temas que sí había aprendido, y así sucedió. Fue todo un milagro que, en la práctica, apoyó su sed de conocimientos e ilustración. Por esto existe la tradición de que los estudiantes de la Academia de Teología y de la Universidad de Sofía acudan a la iglesia rusa para dejar sus cartas en ella pidiendo la ayuda del padre Serafim.

Entre los testimonios de curación milagrosa por la intervención del padre Serafim hay un caso muy reciente.

Era una familia de la aldea de Bujovo, que prácticamente es un barrio de la capital Sofía, relata la doctora Vijra Baeva. Una madre me comentó la historia de su hija. Era una niña muy parlanchina, que a los dos años de edad ya recitaba poemas enteros. Dice la madre que lo tiene todo documentado, en vídeos caseros hechos en las fiestas de cumpleaños de la niña, en los que se puede ver y escuchar cómo hablaba la pequeña. Sin embargo, en un momento determinado la nena tuvo un gran susto que la dejó tartamuda. Era una tartamudez muy grave, que casi le impedía expresarse. Poco a poco la pequeña fue aislándose de sus coetáneos y del mundo circundante, no pudiendo ir siquiera a la escuela. Como suele ocurrir en semejantes circunstancias en Bulgaria, la madre optó por los métodos extraoficiales. Acudió a diferentes curanderas, exorcistas y herbolarios pero ninguno pudo ayudarla. Luego, de casualidad, leyó un opúsculo sobre el padre Serafim y se enteró de las cartas en la iglesia rusa. Llevó a la niña a aquel templo y cuenta que, nada más entrar, la pequeña se sintió muy tranquila, recuperó su comportamiento natural y no se sintió cohibida en absoluto por el ambiente desconocido en que se encontraba. La madre oró con lágrimas en los ojos, pidiendo curación para su hija. Al salir del tempo, ésta comenzó a parlotear alegremente y a hacer las preguntas habituales de su edad. En otras palabras, volvió a ser la niña parlanchina que había sido y la madre se sintió infinitamente feliz. Al cabo de una semana, sin embargo, la tartamudez reapareció, pero la madre no desesperó. Volvió a llevar a la niña al templo y allí ocurrió lo que había sucedido tras la primera visita. Al cabo de un mes, empero, la tartamudez volvió a reaparecer. La mujer llevó a la niña por tercera vez a la iglesia rusa de Sofía y ahí fue cuando se produjo la curación definitiva. Dice la madre que, en su opinión, debió volver tres veces a la iglesia por haber acudido primero a curanderas y exorcistas, y que probablemente ese fue su castigo por el que había tardado la ayuda del padre Serafim. A partir de ese momento ella entendió dónde debía buscar el verdadero apoyo y ahora, siempre que lo necesite, se dirige al padre Serafim.

Versión en español por Raina Petkova

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