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Durankulák, uno de los últimos oasis de la naturaleza salvaje

Foto: Veneta Nikólova
Durankulák atrae como imán a autoestopistas, fotógrafos aficionados, pintores y personas de alma poética. Sin embargo, poca gente sabe que aquel pequeño oasis de la naturaleza salvaje, situado en el litoral norte de Bulgaria, está cargado de una historia milenaria. A lo largo de la playa, de varios kilómetros, que llega hasta la frontera con Rumanía, hay apenas tres campamentos y una que otra tienda montada en la arena cerca de las olas del mar. ¡Nada más!

Faltan los complejos hoteleros, los casinos, los puestos de venta, las cantinas con su cerveza y espadín y otras atracciones del turismo de masas tan frecuentes en la costa búlgara del Mar Negro. En vez del griterío de los niños, los ritmos de pop folk y las supuestamente atractivas ofertas hechas en voz más alta de lo que quisiéramos por los comerciantes, en la playa de Durankulák se oye el susurro de la brisa, el murmullo de las olas y el inarmónico coro de las aves.


Decenas de especies de aves, algunas en vías de extinción a nivel mundial, anidan en aquel rincón noreste de Bulgaria ya que por allí pasa la ruta migratoria Vía Póntica que comunica Europa con Asia. Una de las paradas en esa ruta es el Lago de Durankulák, situado a unos 6 kilómetros de la frontera con Rumanía. Junto con las múltiples colonias de aves, habita esa región la barnacla cuellirroja (Branta ruficollis). Casi toda la población mundial de esta especie rara pasa el invierno entre los higrófilos que cubren las orillas del lago. No obstante, en verano las barnaclas se trasladan a las latitudes altas. En cambio, cruzan el cielo sobre Durankulák bandadas de cormoranes y otras aves hidrófilas. Así que, mientras toma sol en la playa, uno puede disfrutar de la peculiar coreografía de la danza celeste de estas aves. Al entrar en el agua del mar, le acompañarán manadas de delfines. Estos mamíferos curiosos no temen zambullirse en el agua cerca de la costa brindando un gran deleite a los veraneantes en la playa

Ahora, en la región de Durankulák, las instalaciones turísticas están llenas a tope, dice Evelina Dimitrova del municipio de Shabla. No hay plazas vacantes. Mucha gente va de acampanada con tiendas y caravanas, y se instala también fuera del campamento, en proximidad al lago. Rumanos, búlgaros, polacos, checos y otros turistas veranean en la región. La aldea de Durankulák es muy tranquila. Hay pequeños restaurantes cerca de ella que ofrecen sopa de pescado, pimientos rojos asados y otras especialidades búlgaras.


En medio de las aguas del lago de Durankulák hay una solitaria isla. Si uno hace en ella un paseo entre sus peñascos cubiertos de plantas vislumbrará las ruinas de edificaciones antiguas esparcidas entre los matorrales. Son los vestigios de un asentamiento prehistórico que existió allí durante 2 milenios.


Se supone que la vida surgió en aquel lugar en el sexto milenio a. C. y sentó el inicio de la cultura neolítica y eneolítica, que yace en la base de una de las primeras proto-civilizaciones de la historia humana. Puesto que no había bosques en los alrededores, los ancestros que se instalaron en aquel rincón, empezaron a hacer sus viviendas de piedra sin saber que algún día los vestigios de esos hogares primitivos serían declarados una de las más tempranas arquitecturas de piedra de Europa. Por distintas causas, las fenomenales ruinas fueron descuidadas durante años. A partir de este otoño, gracias a un proyecto, los turistas tendrán la oportunidad de echar un vistazo al pasado misterioso de ese trozo de tierra búlgara en medio de las aguas. Ya se está trabajando en la habilitación y la promoción de la isla con fondos de la Unión Europea. Se está construyendo un sendero sobre un armazón de estacas que comunicará la parte continental con la isla. Habrá un puente de cuerdas, glorietas para descansar, un eco sendero, tableros con información especializada y un Centro de Acogida de los Visitantes.

Hay guías entrenados que ofrecen un paseo alrededor de la isla, dice Evelina Dimitrova. Las aves que anidan en proximidad y la vegetación se pueden observar con binoculares. Los guías informan a los turistas sobre la diversidad de las aves y la historia milenaria de la isla.

Algunas casas de huéspedes de la aldea de Durankulák ofrecen comodidad y hospitalidad, lejos del bullicio de los concurridos centros turísticos. En la cercana aldea de Krapetz, situada en la parte sur de la playa, hay magníficos pequeños hoteles, la mayoría de ellos con piscina en el patio. A propósito, esta es una de las playas más bellas de Bulgaria, que se mantiene aún a salvo del insaciable apetito de los inversionistas.


Los tres campamentos locales dan cobijo a aventureros dispuestos a sacrificar la comodidad de la civilización por unos días de felicidad completa en este paraíso. Allí, en el llano de Dobrudja, llamado el Granero de Bulgaria, se puede apreciar una de las más bellas y dramáticas puestas del sol en nuestras latitudes. Justo antes de que el sol se hunda en las aguas del lago de Durankulák, el cielo se colma de bandadas de aves que se lanzan en una danza salvaje alrededor de la bola de fuego y, al caer la noche, bajan suavemente sobre las oscuras aguas del lago para retirarse a sus enigmáticos nidos.

Versión en español por Ekaterina Bóbeva
По публикацията работи: Veneta Nikólova


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