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La Natividad de Jesucristo, la fiesta de la caridad de Dios

Foto: Архив
Para todo cristiano, la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo es una fiesta preclara que llena el alma de esperanza de una vida mejor. No es casual que nuestros recuerdos más bellos se asocien a la Nochebuena, la víspera de la Navidad, cuando toda la familia se reunía, como se reúne también hoy alrededor de la mesa colmada de platos sin carne en espera del sagrado acontecimiento. Entonces, sintiendo la caridad de Dios, le dirigimos oraciones para pedirle fuerte salud, buena suerte y que se cumplan nuestros sueños más entrañables, porque con el nacimiento del Niño Jesús la luz brilla en la oscuridad y lo imposible se vuelve posible.

“Sin lugar a dudas, esto es la expresión de la caridad de Dios”, dice el padre Ánguel Ánguelov, director del templo capitalino de Santa Sofía y protosingel, o sea, secretario del arzobispo de la eparquía de Sofía. El Evangelio dice: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él”. Así se produce el milagro de la piedad. En su gran caridad, Dios adoptó naturaleza humana para estar entre nosotros y mostrarnos la verdad, el camino y la vida.

“La Natividad lleva en sí un misticismo asociado al secreto de la Inmaculada Concepción y el nacimiento del Niño Dios. En esta fiesta experimentamos una gran alegría por el nacimiento del Redentor”, continúa el padre Anguelov. “En lo sucesivo el niño crecería para convertirse en nuestro Maestro, nos guiaría y nos dejaría su Evangelio. Luego nos enviaría el Espíritu Santo para que no estar solos aquí en la tierra y tener la gran alegría de nuestra fe. Sin duda, éstas son las mayores fiestas para los cristianos ortodoxos: el Nacimiento de Jesucristo y su Resurrección. Si Jesucristo no hubiera resucitado, dice el apóstol Pablo, nuestra fe hubiese sido hueca. Todo se apoya en la Resurrección. Al nacer, Jesucristo adquirió naturaleza humana para mostrarnos con su resurrección que la muerte es impotente y que de aquí en adelante, si seguimos el camino que Él trazó, tendremos abundante vida”.

La preparación para esta fiesta es humilde. El ayuno que precede el gran día nos ayuda a preparar nuestro espíritu para recibirlo. La finalidad del ayuno es que la gente se vuelva sumisa y abra su corazón a la misericordia. En los magníficos días alrededor de la gran fiesta nuestra alma debe volver la espalda a lo material e insignificante y volcarse al sentido espiritual de la existencia. Por esto celebramos la Nochebuena con humildad y una cena es de manjares sin carne ni grasa animal.

“Es como debe ser pero no sé hasta qué punto lo logramos. La iglesia define los períodos de ayuno de modo que siempre sean un preámbulo a las grandes festividades. Es una prueba por la que debemos pasar dejando de lado el día a día y los temas transitorios de lo sensacional, para identificarnos con Dios y sumergirnos en los acontecimientos que sucedieron hace más de 2000 años. Creo que esto es lo más importante para un cristiano. La Navidad es la mística fiesta en que vemos cómo una muchacha inmaculada se convirtió en el puente que comunica la humanidad caída con el misericordioso Dios. En esto radica el gran misticismo, el Gran Secreto que siempre queda velado para nosotros”.

Los solemnes acordes que resuenan en los templos nos han preparado para el gran regocijo por el nacimiento del Niño Jesús. El bien y la caridad están entre nosotros. El nacimiento de Nuestro Señor es un acontecimiento preclaro para la humanidad.

“Hay momentos de la historia en los que Dios interviene de un modo muy decisivo”, continúa el padre Ánguel Ánguelov. Dios está aquí para extender el tiempo y permitir que el milagro se produzca, y que en lo sucesivo podamos ser aquello para lo cual fuimos creados y que perdimos con el pecado original: ser ciudadanos del cielo. La Navidad abre el sendero que nos conducirá hacia la Salvación. Dios enjugó las lágrimas y vino entre nosotros para que lo viéramos con nuestros propios ojos y para que, testimoniando su presencia, repitiéramos y repitamos esta verdad una y otra vez a los demás. Se me viene a la memoria un sermón que San Ambrosio de Milán pronunció con motivo de la Navidad. Decía que Jesucristo debía nacer en el corazón de cada uno de nosotros. Esto es lo más importante: debemos estar conscientes que Dios debe nacer en el corazón de cada uno de nosotros; debemos sentir su caridad y transmitirla al prójimo. Son los mandamientos que nos dejó nuestro Señor: amarnos unos a otros como él nos ama, y amar a Dios. Deseémonos en esta Navidad, la fiesta de la esperanza, que la caridad de Jesucristo nos acompañe siempre; así este mundo se volverá mejor, créanme”.

¡Feliz Navidad a todos!

Versión en español por Hristina Táseva
По публикацията работи: Darina Grigórova


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