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Simbolismo y rituales relacionados con los árboles navideños

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Para la gente moderna uno de los emblemas de Navidad y el Año Nuevo es el abeto adornado de juguetes de colores, luces y guirnaldas lucientes. Si retrocedemos al pasado, descubriremos otros árboles que para nuestros antepasados han sido elementos obligatorios en los rituales de esa época del año: el budnik, tronco de Navidad, y el cornejo. Aunque diferentes, todos esos árboles son variantes de una imagen mitológica clave – el árbol universal, símbolo del orden cósmico, de la armonía y la fertilidad.

El equivalente tradicional búlgaro del árbol navideño es el budnik, el tronco de Navidad, llamado también budniak o koladnik. En su forma original es el tronco de un árbol recto de 3 años. Las más de las veces se usaba el roble, considerado árbol sagrado por los pueblos eslavos. Desde tiempos más remotos, bajo sus ramas, se realizaban sacrificios y se veneraban los dioses. Esa práctica se ha conservado hasta hoy en día aunque ya está vinculada con el cristianismo. Los lugares votivos cerca de muchas localidades se encuentran en proximidad a algún roble grande y antiguo. Es allí donde se celebran los consejos rurales y se sacrifican animales. Se cree que la corteza y la madera de esos árboles tienen propiedades curativas. Un ejemplo de esas creencias es el tocón de roble que se conserva hasta hoy día en la iglesia de Sofía Santa Petka Vieja. El trozo de roble está dedicado al santo Terapontius. Hasta inicios del siglo XX los creyentes tomaban astillas para usar como remedio. Existen datos sobre el tratamiento de enfermos mentales que eran atados al tronco para exorcizar los malos espíritus.

Aparte de roble, el budnik podía ser de peral y eso no es casual. Se creía que los perales poseen la capacidad de ahuyentar a los demonios y de prevenir desgracias. Por eso en verano las mozas llevaban coronas de hojas y flores de peral contra el mal encuentro y en Nochebuena siempre había peras secas.

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La tala del budnik la realizaba algún mozo o algún recién casado. Por la mañana el día de Nochebuena, el hombre iba al bosque para encontrar el árbol apropiado, talarlo, podarlo y llevarlo a casa después. La longitud del tronco tenía que corresponderse con el tamaño de la puerta. En casa, las mujeres recibían con solemnidad el budnik y el mozo realizaba un ritual especial para consagrarlo. Hacía un pequeño agujero en la base del tronco, vertía aceite de oliva o mantequilla, añadía un trozo de incienso y cera y después lo tapaba con cuña de madera. La parte de debajo del tronco santificado se envolvía en una limpia tela de lino y se ponía erguida cerca de la chimenea bajo el sonido de cantos rituales. Por la tarde se metía el tronco en el fuego donde ardía lentamente hasta el amanecer y las ascuas se extinguían con vino. Las cenizas se guardaban como remedio o se esparcían en el campo para traer buena cosecha. Los científicos interpretan el budnik ardiendo como un equivalente terrenal del Sol. Su sentido simbólico es ayudar de una manera mágica al astro celeste a cobrar fuerza y vencer a la oscuridad y el invierto durante los días más cortos del año.

El cornejo ocupa un lugar importante en los ritos que se celebran en las fiestas navideñas y Noche Vieja. Tiene unas ramas fuertes y resistentes y por eso es un símbolo de la salud, resistencia y longevidad. Además, el cornejo florece más temprano que todos los árboles y sus yemas son un signo del triunfo de la primavera sobre el invierno, de la vida sobre la muerte. Una leyenda reza que con su ayuda Dios sobrepujó con astucia al diablo. El diablo, viendo que el cornejo florecía en invierno, se puso al pie del árbol a esperar que sus frutas maduraran. Dios vio eso y bendijo al cornejo que fuera el primero en florecer pero el último en dar frutas. Así, el diablo fue castigado por su gula y el cornejo recibió el nombre del árbol del diablo.

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Según la tradición, en Nochebuena, en la mesa se ponen yemas de cornejo con las cuales después los comensales tratan de adivinar su futuro. Se elige una yema para cada miembro de la familia y después se echa en el fuego. Si se pone a crepitar fuertemente eso significa que la persona será sana y tendrá mucha suerte durante el año nuevo. De cornejo se elaboran las surovachkas con las que se desea salud y abundancia el Día de San Basilio, el 1 de enero. Se escoge un palo ramificado de cornejo de muchas yemas y se adorna con hilos blancos y rojos, frutas secas y nueces, monedas y roscas, símbolo de la opulencia deseada. De yemas de cornejo se elaboran las tiras de papel con profecías de la banitza de Nochevieja (un bollo tradicional preparado mediante diversas capas de huevos y diversos trozos de queso blanco entre pasta fina y que luego se introduce en un horno). Con los papelitos de suerte se adivina el futuro y se desea bienestar.

La costumbre de adornar un abeto, un pino o una pícea para Navidad surgió por primera vez en Alemania. Algunos estudiosos la vinculan con la antigua mitología escandinava y el árbol Yggdrasil sobre que yace el universo entero. El árbol perenne junto con la rica decoración es expresión de votos para la salud, la longevidad y la abundancia. En Bulgaria, el árbol de Navidad se introdujo después de la liberación del dominio otomano, en el año 1878, con la mediación de los rusos y de los checos. Durante la época socialista, el abeto se convirtió de árbol de Navidad en árbol de Nochevieja y la estrella de Belén fue reemplazada por una estrella de cinco puntas. Hoy en día, tienen cada vez más popularidad las variantes ecológicas del árbol navideño – un árbol en maceta o árbol artificial. 

Versión en español por Ekaterina Bóbeva
По публикацията работи: Vihra Báeva


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