La lucha contra las enfermedades es, más que nada, una pugna contra las imperfecciones y las debilidades humanas que le “abren la puerta” al mal, dice la tradición. Una de las maneras de triunfar sobre las enfermedades era renunciar al consumo de determinados alimentos o abandonar determinadas prácticas. Por lo regular, el voto se hacía después de haber agotado el potencial de los demás métodos de la medicina popular. Era especialmente eficiente en el tratamiento de enfermedades mentales y del sistema nervioso. Según la creencia popular, estos males eran causados por los “espíritus malos”. Si uno era lo suficientemente pío y justo, su ángel era fuerte y triunfaba en la batalla sobre el mal ya en el mundo invisible. Sin embargo, si el mal no se dejaba vencer, se buscaba ayuda de los herbolarios y las adivinas. Siguiendo sus instrucciones, preparaban todo lo necesario para las artes mágicas que se les aplicarían. Se conocen toda una serie de infusiones y extractos de hierbas hechos de diferentes plantas curativas. Algunas de estas infusiones y extractos eran empleados para rociar, e incluso para bañar al enfermo. Otros debían ser ingeridos. Así, con ayuda del agua y de las plantas curativas, eran repelidos la enfermedad o el espíritu malo que la traía. Terminada la curación con las platas medicinales, quedaba otra etapa más que debía garantizar que la enfermedad se había marchado definitivamente.
Para tener la certeza de que el espíritu malo había sido castigado y no volvería, las curanderas recurrían al rito de la promesa o voto, para el cual hacían falta una copa de vino y un pan ritual. Éste era amasado por la ama de casa, que lo horneaba en un asador especial de cobre con tapa. No se empleaba el horno de la cocina sino ese asador, cubierto de brasas ardientes. Había que tener mucho cuidado en hornear bien el pan, de manera que no tuviera fragmentos quemados, que quedara “blanco” según exigía la tradición, con los adornos en su superficie claramente visibles. Ya que la preparación de este pan requería especial destreza, se solía invitar a una experta, que podía ser una vecina o una familiar para que lo preparara y horneara. En cuanto estuviera listo, lo untaba de miel y lo colocaba, junto con el vino, cerca del fogón de la casa. Hecho esto, la adivina, la herbolaria o la persona que ejecutaba el rito mágico de curación, llevaba al enfermo de la mano derecha hasta la puerta de la casa. Allí él debía hacer una profunda reverencia al umbral. Luego volvían y se acercaban al fogón. El enfermo bajaba la cabeza y la curandera la rociaba con agua en que con anterioridad habían sido apagadas unas brasas del fogón. Luego, levantaba el pan ritual y el vino sobre la cabeza del enfermo y decía, dirigiéndose imaginariamente a la enfermedad: “Esto es para ti. Sacia tu hambre y tu sed y márchate de Fulanito… A tu salud él hace la promesa de, por ejemplo, no comer carne de cabra”. Es solo un ejemplo.
Los votos podían ser muy diversos, y el enfermo debía cumplir íntegramente lo expresado durante este rito mágico. A veces la promesa podía ser no lavarse el pelo los días viernes, o no trabajar los días lunes; no vestir prendas de color rojo, no beber leche, no comer carpa y un largo etcétera. Nadie sabía con anticipación a qué debía renunciar. La curandera nunca lo comentaba por anticipado y habitualmente durante el propio rito decía lo primero que se le ocurría. Se creía que solo de esta forma la enfermedad no volvería. El voto era por el plazo de un mes o 40 días, pero en los casos de mayor gravedad quedaba de por vida. Se creía que el más mínimo incumplimiento de la promesa podía causar el retorno de la enfermedad. El voto era respetado rigurosamente por todos, no solo por quien lo había hecho. Si alguien se negaba a comer algo que le ofrecían, le preguntaban “Es que has hecho una promesa?” Si la respuesta era afirmativa, el que hacía el convite concluía “Pues hago votos por tu salud”.
Versión en español por Raina Petkova
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