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Ser refugiado en la zona del monte Ródope…

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Damasco, Turquía, el Centro de Refugiados en la localidad de Eljovo (Bulgaria), luego el análogo centro en el barrio Ovcha Kupel, de Sofía, luego la aldea de Osikovo, en el macizo Ródope, la última aldea antes de Ribnovo, donde al cabo de infinitas curvas la carretera simplemente termina. Así de largo ha sido el camino recorrido por el repostero Omar, el costurero Yusef y el peón Rafi con sus respectivas familias, un camino desde los horrores de la guerra en Siria hasta la esperanza de un futuro, en el cual han dejado de creer ya.

“Ustedes vinieron al paraíso pero es que Adán y Eva ya se han comido la manzana”, dice el aldeano búlgaro Kadri dirigiéndose a los tres hombres sirios durante nuestra conversación. Él conoce la tolerancia. Conoce también el dolor que causa la realidad local, un dolor que procura curar con su innato sentido del humor y auto ironía. Los planes de los refugiados sirios se proyectan hacia Occidente, hacia Alemania, Dinamarca, Finlandia o cualquier otro país occidental, indistintamente. Viven con la idea de marcharse a otro sitio, donde haya mejores oportunidades y donde para ellos haya trabajo.

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“Aquí no hay trabajo ni para vosotros. Sois pobres y estáis en el paro. ¿Acaso sería correcto que ocupemos las eventuales plazas laborales?”, dice Omar dirigiéndose a los aldeanos que se nos han sumado para escuchar nuestra conversación, y continúa: “En Damasco yo era repostero. Mi mujer era maestra. Tenía un apartamento, un automóvil, dinero y una vida normal. Ahora vivo agobiado por la vergüenza de no poder ofrecer futuro a mi hija”. La hija de Omar se llama Natalie y tiene 9 años… 

A su vez, Rafi tiene un hijo y una hija; es palestino y en Siria vivía en un campamento de refugiados. Ahora junto con su familia ha sido alojado en un pequeño edificio en el patio de la mezquita local.

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Por su parte, Yusef y su mujer viven en casa de Mustafa, un aldeano de Osikovo. Mustafá y su esposa decidieron dar alojamiento al matrimonio, ayudan a Yusuf a conseguir algún trabajo temporero y le apoyan con dinero y alimentos.

¿Qué es lo que puede mover a una persona a alojar en su hogar a una familia desconocida de un país tan lejano. Mustafá me mira atónito…

“¡Qué pregunta! Simplemente mis hijos están lejos. Trabajan en el extranjero. Estos dos también son hijos de alguien, que está lejos. Sé lo que significa estar lejos y lo difícil que resulta la vida en semejantes circunstancias”.

Por eso, el aldeano búlgaro atiende en lo que puede a la pareja siria. La esposa de Yusef no se separa de la de Mustafa. “Nos entendemos”, dice. Yusef  nos cuenta sobre Siria, nos ha enseñado fotos de su casa, hoy destruida. Ahora su familia no tiene techo sobre la cabeza. Un día cenamos comida búlgara y al siguiente, comida siria”. Así los cuatro viven muy unidos.

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Al enterarse por la TV de la crisis con los refugiados a finales del año pasado, el hodja Djevdet, el sacerdote mahometano de la aldea, se puso en contacto cop el muftí de Sofía para informarle de su disposición a ayudar. Algunos aldeanos se opusieron a la idea de que la escuela local, actualmente desierta, fuera convertida en centro de alojamiento de refugiados (no queremos un ghetto en la aldea, decían), pero en el patio de la mezquita había un edificio desocupado en el que el hodja podía alojar a una familia.

Sin embargo, a comienzos de este año tres familias sirias obtuvieron simultáneamente el estatuto humanitario y debieron abandonar el centro de Ovcha Kupel. Pidieron ayuda al muftí de Sofía y éste se puso en contacto con el hodja Djevdet. Dos familias de la aldea de Osikovo se hicieron eco de su llamado y se ofrecieron a dar alojamiento a familias de refugiados. La primera fue la de Mustafa y la segunda, la del médico aldeano. La tercera pareja fue alojada en el edificio desocupado en el patio de la mezquita.

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Sin embargo, los refugiados palestinos no logran tranquilizarse. Han sido acogidos con entendimiento y hospitalidad en la aldea rodopiana pero prefieren continuar su camino a Europa occidental. Ésta, sin embargo, ha cerrado sus fronteras y exige visados a las personas con estatuto humanitario. El añorado estatuto de asilado lo obtienen muy pocas personas. Es el que proporciona a los refugiados derechos casi idénticos a los de los ciudadanos búlgaros, incluido el de viajar y trabajar en los países comunitarios.

Mustafa reflexiona que lo mejor sería que Yusef y los demás refugiados se marchen. Sin  embargo, los organizadores de canales ilegales para tráfico de personas cobran carísimo, entre 500 y 1000 euros para pasarte ilegalmente al otro lado de la frontera. La gente local comenta que podría ayudar y guiar a los sirios gratuitamente hasta el otro lado de la cresta pero temen que las autoridades griegas los capturen como inmigrantes ilegales y su situación se agrave aún más.

Los refugiados no desean hablar sobre Siria, ni contar sobre las atrocidades de la guerra. Tampoco consienten que nuestra conversación sea grabada, ni que se les tomen fotos. Tienen familiares que se han quedado en Siria y temen ponerlos en riesgo en cuanto las autoridades vean fotos suyas y los identifiquen.

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Después de la charla, Omar nos invita a su hogar provisional en el monte Ródope. Se disculpa porque sean tan poco el espacio y tanta la miseria. “En su país hay muchos problemas, pero lo que hace de su país un país son las personas que viven en él. Les estaremos siempre muy agradecidos”, dice Omar, que con sus lentes y su bufanda semeja más un intelectual parisino que un refugiado sirio en una aldea rodiopiana. Se levanta, se despide y se marcha a la mezquita a orar por el futuro, algo que ya no ve, según comenta con una sonrisa triste en los labios. Lo único por lo que se siente infinitamente agradecido es que esta gente, tan pobre, le haya ofrecido alojamiento en su hogar.

Versión en español por Raina Petkova
Fotos: Denitsa Kamenova



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