Casas viejas, jorobadas bajo la presión de los años; patios invadidos por las malezas y la desolación; una plaza donde no se oyen habla humana ni risa de niños; aquí que allá se puede ver a algún anciano, que ha quedado a solas con sus recuerdos de la juventud y con la angustia por los hijos que han volado lejos.
Podemos encontrar imágenes similares en muchos pueblos pequeños en diferentes partes de Bulgaria, incluso en un rincón bendecido por Dios como son los fascinantes montes Ródopes. Precisamente allí, en el corazón de la montaña, cerca de la frontera búlgaro-griega y de los orígenes del río Arda, se halla la pequeña aldea de Gudevitsa, que está por recibir una nueva vida.
La nueva fuerza vivificante vendrá de un grupo de jóvenes que, atraídos por la magia del lugar, empezaron a llamarlo su hogar. “No lo hemos escogido. Esos lugares lo escogen a uno”, dice Teodor Vasilev, al explicar su decisión de ir a vivir en la aldea.
Teodor es oriundo del Valle de las Rosas, concretamente de la ciudad de Kazanlak, y hace 12 años fue a parar por casualidad en esa aldea. Dio con el edificio arruinado de la escuela local y decidió restaurarlo. Lo renovó con la ayuda de voluntarios y en 2006 fundó el Centro Cultural Futuro Ahora, mediante el cual el joven realizó su idea de practicar la educación no formal en proximidad a la naturaleza. Poco a poco, su idea atrajo a otros profesionales jóvenes y así la aldea de Gudevitsa empezó a bullir de vida.
“Todavía nadie de nosotros vive en Gudevitza permanentemente, los 365 días del año - dice Teodor. - Personas de nuestro modo de pensar y nuestro modo de vida no pueden quedarse en un lugar todo el año. Un hecho curioso es que antaño, en la aldea vivían albañiles que pasaban parte del año lejos de este lugar. Para nosotros esa manera de vivir es natural. Somos una treintena de personas para las que Gudevitsa es un hogar al que volvemos, compramos tierra, levantamos casas. Nuestra vida está relacionada con muchos viajes por Bulgaria, a veces al extranjero. Algunos de nosotros ya tienen empadronamiento temporal aquí. Es importante que las condiciones de vida mejoren. Todavía no existe la infraestructura necesaria que nos permita vivir permanentemente aquí con nuestros hijos”.
Los jóvenes suelen pasar entre seis y ocho meses al año en Gudevitsa. Para ellos la aldea es una oportunidad de escapar de la gran ciudad y recuperar el contacto con la naturaleza. “Allí hay tiempo para todo: cultivar hortalizas para la ensalada, jugar con los hijos, ayudar a los vecinos, dejar de pensar adónde vas y qué quieres conseguir”, dice Teodor.
Este joven está convencido que la vida en la aldea no descarta las nuevas tecnologías ni la comunicación activa. Por eso espera que este año en toda la aldea haya comunicación inalámbrica. “Las nuevas tecnologías son para nosotros un medio y no un modo de vida”, se apresura a aclarar el joven.
Actualmente, los jóvenes entusiastas se dedican a la construcción de una casa que será utilizada para alojar a visitantes. Está hecha en el estilo de cantería típico de la parte central de la zona Ródope. El dicho Mi casa es mi castillo es aplicable aquí en el sentido literal, bromea Teodor. Todo lo que hacen obedece a las técnicas de construcción tradicionales y al uso de materiales naturales. “En el interior usamos madera y enyesamos las paredes con arcilla que extraemos en la zona, tal y como lo hacían 100 años atrás”, dice el joven. Aparte de organizar diferentes campamentos de aventuras y educativos y actividades de voluntariado, los jóvenes de Gudevitsa hacen experimentos en la esfera de la permacultura.
“Ésta es algo más que agricultura ecológica y se vale de la naturaleza para ayudar al agricultor. Por ejemplo, en vez de fumigar con preparados químicos, podemos usar las mariquitas contra los parásitos. Eso no es algo nuevo, la gente lo practicaba en el pasado”, explica Teodor.
“Cultivamos las hortalizas que usamos en verano cuando vienen niños a campar. – dice Teodor. – Nuestro jardín de yerbas buenas está en auge. El año pasado plantamos otro acre de sideritis, mantenemos algunas de las variedades en vías de extinción que se encuentran en la zona: varios tipos de tomillo, raíz de oro (Rhodiola rosea), echinacea, árnica, pero, básicamente, cultivamos sideritis como una variedad endémica y en peligro de extinción que figura en el Libro Rojo. Tratamos de plantar tulipán rodopiano y una especie de lirio rodopiano que crece solo en esta zona. Es una planta muy hermosa que florece en junio. A principios de mayo organizamos un curso de permacultura con el que empezaremos nuestro trabajo temporero y enseñaremos a gente de todo el país cómo aplicarla en su jardín o huerto, incluso en las áreas verdes alrededor de bloque de pisos en la ciudad en que vive. Todo lo que usamos: peladuras, papel, restos de yerba segada, hacemos composta y lo reutilizamos en el jardín o el huerto bajo la forma de abono. El año pasado tratamos de criar ganado. Tuvimos caballos de Vratsa. Ahora los criamos con la ayuda de un hombre de la aldea vecina, ya que los animales necesitan cuidados los 365 días del año”.
Gudevitza se ha convertido en un lugar que atrae también a los extranjeros.
“Un rumano que vive en Italia vino aquí en 2011. Vivió dos meses bajo el programa Servicio Voluntario Europeo. Se fue pero después volvió y se quedó un año y medio. La gente le acogió como parte de la comunidad. Le llevaban comida y él ayudaba a los ancianos, les hacía pequeños trabajos de reparación, por ejemplo, de la cerca de su patio, les cavaba los huertos… Constantemente hay extranjeros que vienen por 2 ó 3 semanas. Este invierno hemos tenido a unos italianos, que en su país también viven en una aldea y en las estaciones cuando no hay trabajo en el campo, viajan por el mundo. Les gustan las pequeñas comunidades. Hablan con los vecinos sobre técnicas agrarias antiguas que en el Occidente están perdidas.”
Versión en español por Ekaterina Bobeva
Fotos: Archivo personal
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