En 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, una breve conversación cambiaría el destino de un jurista y cantante joven del coro de la catedral “San Alejandro Nevski”. En Epifanía, 6 de enero, se produjo el memorable encuentro de dos tocayos: el zar Boris III y Boris Hristov, a quien posteriormente calificarían de uno de los bajos más grandiosos en el mundo. En el Fonoteca de Radio Nacional de Bulgaria se han conservado los recuerdos de Penka Kasabova, amiga allegada a Boris Hristov en aquella época.
“Era el día de Epifanía del año 1942. Boris llegó de muy buen humor. Sujetaba, agitando en su mano, una ramita de pino y cuando me la iba a entregar, dijo “Su Majestad te manda muchos saludos”. Acogí aquello en plan de broma y le contesté algo del mismo tenor. Pero tras enterarme de lo que había ocurrido en la misa por Epifanía me quedé muda. Por tradición, cada año en ese día se construida, con ramas de pino una pequeña glorieta delante del palacio, donde el metropolitano oficiaba la misa. El zar Boris III asistía siempre a la misa y luego convidaba a todos los que habían participado en ella. Aquel año, tras el agasajo, el coro de la catedral cantó varias canciones. En un momento Boris III quiso que alguno de los solistas cantara algo. Ánguel Popkonstantinov, director del coro dijo: “Vamos, Boris, ya te toca a ti cantar ante un zar”. Boris Hristov era hombre tímido, cohibido y uno lo tenía que persuadir un buen rato para que cantará como solista delante del coro. Sin embargo, tenía una intuición muy fuerte y esa intuición, precisamente, lo movió a sobreponerse a sus recelos y a interpretar una canción.
Tras la interpretación, el zar se le acercó y le dijo: “¿No cree Vd. Que se ha equivocado de profesión? Con esta bella voz, Vd. podría ser una persona feliz y, además, hacer feliz a Bulgaria”. Yo desde mucho tiempo trataba de disuadir a Boris, diciéndole que abandonara el derecho y se dedicara a la música. Aproveché aquella ocasión para volver a insistir. Boris Hristov se mantenía silencioso esbozando solo una tímida sonrisa, pero a mí me parecía que, por vez primera y en su fuero interno, ya propendía a pensar en cambiar su profesión. Luego los acontecimientos se precipitaron a gran velocidad, al igual que ocurre en los cuentos de hadas. El zar intercedió y recomendó al Ministerio de Educación la concesión a Boris Hristov de una beca con la que éste estudiara canto en Italia. Posiblemente una decena de días después, Boris me llamó para decirme que ya todo estaba listo, pero que él aún no estaba seguro de si iba a aceptar. Decía que aquello venía un tanto tardío, ya que poco después él iba a cumplir 28 años de edad. Le hice ver que ya había cantado en varios coros y que eso le había dado una sólida formación musical. Además, su abuelo, había sido un famoso cantante en la iglesia de Bitola. Su padre cantaba canciones tradicionales macedonias por la radio. O sea, que él era de la tercera generación de cantantes en su familia. Le dije, además: “¿Cómo es posible que vaciles? Tendrás éxito en todos los casos por esta voz aterciopelada y fuerte que tienes”. Algunos días después me confesó que había comenzado a estudiar el italiano. Así era Boris Hristov en aquella época: lo pensaba todo muy bien y cuando tomaba una decisión se entregaba en cuerpo y alma a conseguir su objetivo. Viajó a Italia el 18 de mayo de 1942 por la intercesión del zar Boris III en la trayectoria creativa del cantante. Cuando llegó a ser un afamado cantante lírico y en todos los escenarios, el público le prodigaba aplausos que duraban unos 15 minutos cada vez y el público se ponía de pie, su patria, Bulgaria no lo invitó. A Boris Hristov lo tildaban de “hombre del zar”. Qué sinrazón es ésta, llamarle “hombre del zar” por haberle dado luz verde el zar Boris III para que desarrollara su talento.
Tras el cambio del régimen político en Bulgaria en 1944, el gobierno prosoviético de este país no permitió que sus padres lo visitaran en Italia. El propio Boris Hristov no era admitido en Bulgaria hasta 1967. Posteriormente, las cosas fueron cambiando y el artista de fama mundial tuvo la oportunidad de hacer mucho por Bulgaria y por las jóvenes promesas operísticas. Convirtió así en realidad uno de sus sueños: ofrecer a otros búlgaros también la oportunidad que en el memorable año 1942 le había otorgado a él el zar Boris III.
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