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Luz roja para la Compañía Ferroviaria Nacional

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Foto: BGNES

La Compañía Ferroviaria de Bulgaria afronta una nueva crisis cuyos orígenes se remontan a los años anteriores a la entrada de Bulgaria en la UE, en 2007. En el último decenio las cargas y los pasajeros transportados por la compañía se han reducido a la mitad. El mayor es el decrecimiento de los pasajeros, lo cual no se debe a que los búlgaros no desean viajar. Todo lo contrario, sí desean viajar, lo que ocurre es que se han vuelto más exigentes en cuanto a la comodidad y la rapidez de los medios de transporte público que utilizan.

Sin embargo, la Compañía Ferroviaria de Bulgaria es empresa monopolista en el sector y no ofrece un servicio de suficiente calidad. La velocidad media de los trenes es inferior a los 60 kilómetros por hora, los vagones y las locomotoras son obsoletos, con más de 25 años de explotación, y semejan decorado para el rodaje de una película sobre tiempos pasados y casi olvidados.

La incapacidad crónica de la Ferroviaria Nacional de adecuarse a las nuevas condiciones y su hundimiento cada vez mayor en una profunda crisis se deben más que nada a la competencia del sector privado, así como a la mala gestión por parte del Estado. De hecho, en el transporte ferroviario de Bulgaria no existe competencia y la Compañía Ferroviaria Nacional es monopolista del sector.

La competencia que hemos mencionado y que ha dado al traste con la tranquilidad de los ferroviarios búlgaros tras vaciar arcas de la compañía, el la competencia de las compañías de autobuses privados que han absorbido un importante segmento del flujo de pasajeros ofreciéndoles mejores servicios, si bien a precios algo más altos. En cuanto a la gestión estatal de la Ferroviaria Nacional, hemos de reconocer que, no obstante los continuos relevos personales en su directiva, la compañía sigue siendo dependiente de la coyuntura política del momento.

Este año el subsidio del Presupuesto Público asignado a la Ferroviaria Nacional ha sido reducido de 90 a 70 millones de euros, lo cual fue concebido como un golpe de muerte. La compañía está viviendo un  shock, y con razón, ya que de los 140 millones de euros al año que necesita para subsistir, consigue generar apenas 47 millones, o sea la tercera parte. Si a ello agregamos el hecho de que está endeudada con 285 millones de euros, podemos concluir que su ruina es evidente. No en vano la propia directiva de la Compañía reconoce que la Ferroviaria Nacional está prácticamente en quiebra.

De cuanto menos dinero se dispone, tanto más empeora la calidad del producto o del servicio, reza una de las más antiguas leyes en economía. La Compañía Ferroviaria Nacional está fuertemente endeudada, sufre la implacable competencia de otros transportistas y sus ingresos no dejan de disminuir. Estas circunstancias determinan el panorama que afronta la compañía, amenazada con quedar paralizada sin más.

En estas condiciones ni hablar se puede de mejorar y diversificar la calidad de los servicios ofrecidos, de hacer ofertas más atractivas a los clientes ni de potenciar el desarrollo y progreso de la compañía. Sin estos elementos la misma va extinguiéndose. Ha caído en un círculo vicioso del que, de momento, sus gerentes y la directiva del Estado no encuentran salida.

No es que no lo hayan intentado: se ha procurado privatizar a la compañía, modernizarla a base de créditos, le han sido condonadas deudas antiguas, Bruselas fue convencida a concederle en los próximos 7 años subsidios por valor de 800 millones de euros...

Sin embargo, de momento, no hay un claro plan de reformas y reestructuración de la compañía. Las medidas de rescate se reducen por ahora a recortes de personal y cancelación de trenes. A partir de este lunes fueron parados 38 trenes, otros 10 circularán con itinerarios acortados. A partir del 1 de febrero serán parados otros 90 del total de 600 trenes, y serán despedidos 1.500 trabajadores ferroviarios. Está siendo considerada la posibilidad de que los enlaces de las líneas canceladas sean compensados en alguna medida mediante por enlaces con líneas de autobuses propios de la Compañía Ferroviaria.

Todas estas medidas restrictivas no agradan para nada a los trabajadores ferroviarios, ni tampoco a los usuarios de este medio de transporte, que amenazan con volcarse a la calle para protestar. ¿Será esta la vía a la solución duradera de los problemas acumulados y cambiará la señal roja por verde en el semáforo ante la Compañía Ferroviaria Nacional?

Es poco probable que lo sea. Como mucho, podría replantear una vez más los problemas de antaño, que son cuestión de política estatal, ya que las dificultades que afronta la Ferroviaria Nacional no conciernen solo a esta compañía sino a todo el Estado, incluida su seguridad.

Versión en español por Raina Petkova



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