Uno de los mayores problemas nacionales y geopolíticos de Bulgaria es su casi plena dependencia energética de Rusia. Este problema se plantea hoy en día en las condiciones de una fuerte confrontación entre Moscú y el Occidente y un fuerte deterioro de las relaciones entre Sofía y Kremlin. No fue una casualidad de que la semana pasada, durante su visita a Bulgaria, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, centrara las conversaciones con los líderes búlgaros precisamente en este problema y prometiera un fuerte apoyo por parte de Washington para los esfuerzos de Bulgaria en la diversificación de los suministros de energía. Es evidente que para los EE.UU. no es aceptable que un aliado suyo, en el marco de la OTAN y situado en la estratégica península de los Balcanes, dependa tan fuertemente de la voluntad, los intereses y los ánimos de Rusia. Probablemente por esta razón, el primer diplomático de Estados Unidos, en su declaración pública sobre el resultado de sus conversaciones con las autoridades búlgaras, haya prestado tanta atención a problemas económicos concretos como el fallido proyecto South Stream, el peritaje energético de Bulgaria y la cooperación del país con la empresa estadounidense Westinghouse en el ámbito de la energía nuclear.
Es evidente que EE.UU. percibe el gas de esquisto como una solución a los problemas energéticos de Bulgaria, aunque John Kerry no lo haya dicho directamente. Esta postura norteamericana es conocida desde hace tiempo. Hace años, los EE.UU. intentaron fallidamente a ayudar a Bulgaria a explorar sus yacimientos de gas de esquisto a través de una de las mayores compañías norteamericanas en este sector. En aquel entonces, Sofía y la mayoría de los búlgaros dijeron “NO” a las aspiraciones de EE.UU. e introdujeron la prohibición total de las prospecciones de gas de esquisto expresando el temor de que éstas podrían provocar daños irreparables al medio ambiente y a la agricultura en las zonas más fértiles de Bulgaria.
Sin haberle sido planteada una pregunta concreta, el propio primer ministro de Bulgaria, Boiko Borisov, anunció en la rueda de prensa con el secretario de Estado norteamericano, que la postura de Bulgaria sobre el gas de esquisto no ha cambiado y permanecerá invariable hasta que las tecnologías no ofrezcan soluciones técnicas que garanticen la seguridad de las personas y la naturaleza. Esta declaración, expresada sin haber sido provocada, da una clara señal de que en las conversaciones mantenidas con el ministro norteamericano de Asuntos Exteriores se ha analizado el problema y que, de manera diplomática, los norteamericanos han dado a entender que precisamente esta es la manera que asegurará a Sofía una independencia de Rusia en el sector de energía.
Una nueva prueba de que la postura de Bulgaria contra las prospecciones de gas de esquisto está sometida a intentos de revisión son las declaraciones de Georgi Parvanov, ex presidente y líder del partido político ABV, socio coalicionista del gobernante partido GERB. Hace algunos días planteó de forma directa el tema del gas de esquisto, exigiendo que se celebre un referéndum.
En un principio, a los gobernantes búlgaros no le gusta el referéndum e incluso han hecho que el último, celebrado sobre el tema de la energía nuclear, se convirtiera en una farsa y no respondiera de una manera clara a la pregunta, bastante ambiguamente formulada. Esto sucedió durante el mandato del primer gobierno de Boiko Borisov. Está por verse si esta vez, cuando encabeza por segunda vez el gobierno búlgaro, él estimará que el gas de esquisto se merece un referéndum. De todas formas, el propio Borisov ha abierto la Caja de Pandora y ahora tendrá que encontrar la manera de tranquilizar las preocupaciones de los búlgaros, de nuestros socios del Occidente y de los ecologistas. Por otro lado, no cabe duda alguna que el país necesita conseguir mayor independencia energética y diversificar sus fuentes de energía.
Versión en español por Ruslana Valtcheva
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