Políticos corruptos, empresarios de la economía gris, estrellas musicales y de cine advenedizas, deportistas codiciosos e incluso representantes de la nobleza de 200 países esperan con preocupación la evolución de los acontecimientos tras estallar el escándalo financiero y bancario más grande del planeta, que muy pronto cobró popularidad bajo el nombre de Swissleaks.
Se trata de la evasión del pago de impuestos sobre unos 180 mil millones de euros mediante su transferencia hace menos de diez años a la sucursal en Ginebra del segundo banco más grande del mundo, el HSBC británico.
En la lista de ciudadanos y empresas de diferentes países aparece también Bulgaria, con denominaciones de empresas y personas físicas de nacionalidad búlgara. Nuestro país es pequeño y con posibilidades económicas modestas, y los búlgaros no están entre los más ricos que han utilizado los servicios del banco suizo para encubrir capitales y evadir el pago de impuestos. Se asocian a Bulgaria tan sólo 380 millones de dólares trasferidos ilegalmente por 95 empresas y personas con residencia en Bulgaria.
Esto sitúa al país en el lugar 69 en la lista mundial, pero seguramente el titular de una cuenta bancaria de 264 millones de dólares aventaja a muchas personas y ocupa un lugar muy delantero, comparación hecha con el país como tal. De todas maneras, en comparación con ese individuo, el rey de Marruecos, Mohammed VI, y sus menos de 10 millones de dólares parecen incluso míseros.
Esto, por supuesto, apenas podría ser motivo de orgullo, porque en ninguna parte del mundo la evasión de impuestos es considerada una actividad característica de las personas y las empresas honestas y dignas. También es sabido que en el fondo del las grandes cantidades de dinero y de la gran riqueza con frecuencia yacen no sólo acciones loables y cumplimiento de las leyes. Esto es aún más cierto de los negocios y la política en Bulgaria en la época cuando fue acumulado ese dinero, de masa enorme, vistas las dimensiones del país.
Se trata del tormentoso periodo de la transición del totalitarismo a la democracia y a la economía de mercado, de 1988 al 2006, cuando la privatización dio una oportunidad a los más emprendedores, más despiadados y más agresivos a adquirir enormes activos económicos por un valor mínimo.
Era también la época de los llamados “mutri”, esos jóvenes groseros y feos, de músculos masivos y frente baja, vestidos de negro, que aplicaban la ley de la jungla para conquistar a la fuerza nichos de mercado y el control sobre los negocios más rentables.
En aquel entonces no había leyes adecuadas a las nuevas realidades, y las existentes eran concebidas por esos muchachotes como una puerta en medio del campo, o sea, como algo que había que cumplir solo cuando no se pudiera evadir.
Los miles de millones acumulados gracias a negocios semi legales o francamente delictivos, desarrollados en la economía sumergida, debían ser blanqueados de alguna manera. ¿Y qué mejor solución que legalizar el “dinero negro” con la mediación de un complaciente banco suizo de enorme prestigio internacional? Todo ello, sin pagar impuestos sobre capitales de origen desconocido.
Las revelaciones en torno a Swisslinks han demostrado que el origen de este dinero no era desconocido del todo por las autoridades búlgaras, que habían sido informadas sobre los nombres recogidos en las listas de evasores de impuestos hechas por Herve Falciani. La sociedad, sin embargo, no tiene información sobre si las autoridades búlgaras competentes intentaron comprobar el carácter ilegal de los capitales y devolver ese dinero a Bulgaria, tan necesitada de medios financieros, o bien, prefirieron cerrar los ojos.
En este contexto resultan absolutamente ciertas las conclusiones que contiene el último Informe Anual de la Comisión Europea sobre el progreso en los ámbitos de Justicia e Interior de Bulgaria, señalando, una vez más, como un problema duradero la corrupción en los altos niveles del poder y la ineficiencia del sistema de justicia
Versión en español por Ruslana Valtcheva
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