La extrema división de la opinión pública es algo habitual de Bulgaria. Estamos divididos a favor y en contra de Rusia, a favor y en contra de una nueva deuda exterior y, desde no hace mucho, a favor y en contra de la construcción de un segundo remolque para esquiadores en la estación de esquí de Bansko.
Todo quien se interesa por el esquí alpino ha visitado Bulgaria en invierno y con toda certeza conoce que Bansko, la estación de esquí más moderna de Europa del Este, se equipara a otras prestigiosas estaciones de esta índole que acogen rondas de la Copa del Mundo, la cadena de competencias más prestigiosa en el deporte alpino. Este fin de semana acudirá a Bansko la elite femenina de los esquís.
Sin embargo, con esto no se agotan las asociaciones que despierta Bansko, sobre todo en Bulgaria. Desde hace años los defensores de la naturaleza y los amantes del esquí están enfrentados unos a otros en una querella aparentemente insuperable, como si el amor a la naturaleza y el amor a los deportes blancos fueran irreconciliables.
Desde hace 12 años la modernizada zona de esquiar sobre Bansko es una espina en el telón de los defensores de la naturaleza nacionales a causa de la tala de bosques y la construcción de nuevos remolques y pistas de esquí. En estos momentos la manzana de la discordia es la construcción de un segundo teleférico desde la ciudad hasta la zona de esquiar al pie de la cima Todorka.
Por su parte, los ecologistas, preocupados por la defensa de la montaña Pirin, temen que se vuelvan a talar árboles seculares y llaman la atención sobre la ocupación indiscriminada, más allá de todo límite razonable, de los terrenos en Bansko por obras edificadas de forma descontrolada tras la modernización de la zona de esquí.
El adetramiento de los hoteles y los conjuntos de apartamentos en el bosque se nota a simple vista y los recelos de una segunda oleada de la avidez constructora son absolutamente fundados.
Y sin embargo, como en todo pleito, cada una de las partes en este conflicto tiene la razón solo en parte. El concesionario de la zona de esquí no es ni mucho menos el empresario más concienzudo y nada parece indicar que vaya a abandonar la actitud prepotente que le ha caracterizado hasta ahora de cara al nuevo proyecto de inversiones en Bansko. La estación de esquí fue totalmente transformada. En el lugar del teleférico anticuado y las dos humildes pistas de antaño, han sido trazados con millones de euros más de 70 kilómetros de pistas nuevas y han sido construidos una docena de remolques modernos y rápidos. La metamorfosis es impresionante pero persiste el amargo sabor de la duda cómo fue que todo ello sucedió con tanta rapidez. Dadas las nuevas pistas y teleféricos, la ciudad fue arrasada por la avidez de las constructoras, que levantaron en ella de forma totalmente irracional e insensata, gran número de nuevos hoteles.
Sin embargo, el tira y afloja entre los partidarios y los contrarios del segundo teleférico sobre Bansko, no deja de ser un tema menor y no plantea la cuestión, mucho más importante por cierto, del desarrollo a largo plazo del turismo en Bulgaria. No ofrecen respuesta a esta interrogante ni las campañas de protesta ni las conferencias formales del nuevo Ministerio de Turismo.
En ellas el inversor no para de repetir cual mantra, su tesis de que el desarrollo de la zona de esquí garantizaría sustento a la población local y generaría nuevos puestos de trabajo, y los defensores de la naturaleza no paran de explicar los presuntos beneficios del potencial del turismo alternativo, no aprovechado a plenitud. Lamentablemente, nadie se ha animado a defender la tesis de que ambas cosas podrían ir de la mano, como sucede en tantos países del mundo.
Este escándalo, en el fondo superficial, se ha desatado en un país que pretende ser destino turístico de talla europea, si no mundial. La promoción publicitaria de las competencias por la Copa del Mundo de Esquí Alpino no basta ni muchos menos. Para que Bulgaria se convierta en un prestigioso destino turístico ha de reunir una serie de requisitos más: contar con una red vial segura, con hoteles acogedores y personal amable, con buen servicio y una visión de desarrollo a largo plazo que desemboque en la identificabilidad y la fidelización.
Todo ello brilla por su ausencia en Bansko y el mágico segundo teleférico no llenará los baches en las calles, no suavizará el tono del camarero siempre descortés ni rebajará los precios vergonzosamente altos en el centro de esquí, que han repelido a gran parte de los turistas nacionales. A la vez, la ausencia de un segundo teleférico no hará que los defensores de la naturaleza se sientan bienvenidos en Bansko.
Lamentablemente, el interminable litigio entre los partidarios y los oponentes del segundo teleférico en Bansko no ha devenido en un debate sobre el futuro de las zonas montañosas y de la costa búlgara del Mar Negro. Sin duda, ni la montaña búlgara Pirin es lo que son los Alpes, ni el litoral nacional es lo que son las playas mediterráneas, a pesar de que la gente local y los tiburones del sector de construcciones sueñan con los beneficios obtenidos por Kitzbüel y Niza. Apenas en cuanto termine de cristalizar una visión a largo plazo del futuro del sector turístico de Bulgaria, los pleitos superficiales, como el surgido en torno al segundo teleférico de Banska, se volverán irrisoriamente inútiles.
Versión en español por Raina Petkova
Fotos: Iván Obreikov
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