Según los investigadores, los búlgaros cumplían restricciones en la alimentación incluso antes de adoptar oficialmente la religión cristiana en el siglo IX. Junto con la abstinencia de alimentos de origen animal, el ayuno cristiano significa abstenerse de malos y pecaminosos pensamientos, palabras y obras. Implica también la prohibición de “fiestas y danzas frenéticas, pasiones carnales y placeres”.
Como decía San Juan Crisóstomo: “El beneficio del ayuno no debería limitarte sólo en abstenerte de comida grasienta porque el ayuno verdadero es mantenerse alejado de los males. Evita la injusticia. Perdona el agravio a tu prójimo. Perdona las obras de tu deudor”. El gran predicador y teólogo escribió también: “Si un hombre, absteniéndose del vino, no se abstiene de proferir ofensas, si no come carne pero “se come a su hermano”, está equivocándose que ayuna”. Esta base moral enlaza también con las nociones folclóricas sobre la naturaleza de la abstinencia que orienta al ser humano en el camino correcto, lo prepara para eventos inminentes en su camino personal por la vida y en la vida de la comunidad.
Según el etnólogo Anani Stóynev, “en el ambiente popular búlgaro el ayuno se justifica y se cumple sobre la base de una especie de sincretismo de conceptos y creencias precristianas y normas y reglamentos cristianos”. Esto se expresa en la violación de las prohibiciones de la manera de alimentarse durante algunas fiestas populares, así como en la prohibición de las danzas y juegos folclóricos en el período del ayuno.
Según las creencias, interrumpir el ayuno es mal agüero y conlleva a disgustos, males y desastres que afectan no sólo al individuo sino también a toda su familia y, a veces, a toda la población.
La tradición folclórica ha enriquecido enormemente los momentos del inicio del ayuno y de su fin. La serie de actos rituales en la víspera de Nochebuena, cuando en la mesa se pone la última cena sin carnes y cualquier alimento de origen animal, es uno de los ejemplos más elocuentes.
Según los investigadores, ya en tiempos antiguos la gente observaba restricciones temporales estacionales dejando de comer ciertos tipos de alimentos. Estas limitaciones obedecían a una variedad de razones. En cierto momento del ciclo económico algunos productos terminaban y en este caso la abstención de ellos regulaba las reservas de alimentos de la comunidad.
Durante la preparación para sacrificios inminentes también se introducían restricciones en la alimentación. Los productos necesarios para celebrar el ritual debían estar en abundancia por eso durante cierto período estaba prohibido su consumo.
El ayuno en la cultura folclórica además de un sentido práctico tiene un sentido espiritual profundo. Abstenerse de ciertos productos y orientar el pensamiento hacia lo intangible, lo invisible, da resistencia a la hora de superar los trances difíciles.
Desde la Antigüedad, el ser humano se ha dado cuenta de que es impotente ante los procesos naturales. Su única arma es la fuerza del espíritu. El ayuno es visto como una especie de sacrificio personal: renunciar a lo terrenal y lo temporal en aras de lo trascendental y lo eterno. El ayuno templa el espíritu, orienta el pensamiento hacia “arriba”, ayuda al ser humano a resignarse ante lo invencible, le hace creer en las fuerzas celestiales.
Antaño decían que el ayuno engendra a los profetas. Los antiguos sacerdotes, los chamanes y los magos practicaban la abstinencia antes de acometer sus ritos sagrados. Precisamente ellos enseñaron estas prácticas a la gente común que se les acercaba pidiendo consejo y apoyo. Incluso hoy en día hay clérigos ortodoxos que recomiendan el ayuno en ciertos casos fuera de las fechas indicadas en el calendario de la Iglesia. Sin duda ésta es una información útil para el hombre moderno en el vórtice de los problemas, la alta tecnología y la alta velocidad y de deseos de naturaleza diferente.
El ayuno, físico y espiritual, es un método probado de reevaluación y renovación en el que lo cotidiano y lo festivo en nuestra vida es enfocado desde un punto de vista distinto.
Versión en español por Daniela Radíchkova
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