Todos los domingos, la aldea de Mandritsa se despierta por el son de la campana de la iglesia San Demetrio. No hay un sacerdote que oficie en el templo y por esto la abuela Sultana hace sonar la campana. Ella abre el templo en que cada domingo se reúnen las abuelas de la aldea.
Encienden velas, rezan y prueban diferentes platos preparados por ellas. Hoy, sin embargo, están muy emocionadas. Un gran grupo de motoristas llegó a la aldea por la noche y pernoctó allí camino a Grecia.
El rugido de los motores evoca los años en que todas las casas pequeñas en la aldea estaban habitadas y los niños de la aldea vecina viajaban para asistir a las clases de la escuela local.
María Stoencheva cuenta la leyenda de la fundación de Mandritsa.
“La aldea fue fundada en 1636 por tres hermanos ganaderos que vinieron del sur de Albania. Según la leyenda, ellos suministraban al ejército turco con carne y leche. En señal de gratitud el pachá les permitió que escogieran el lugar donde asentarse. Cuando fundaron la aldea los hermanos construyeron una granja de leche y comenzaron a vender sus productos en las aldeas vecinas. De allí viene el nombre de la aldea. La gente local comenzó a interesarse en la sericicultura y sembró gran número de moreras”.
Las casas de tres pisos fueron construidas precisamente para el cultivo de los gusanos de seda y hasta hoy la aldea ocupa uno de los primeros lugares en el sector. Los vecinos de Mandritsa se dedicaban también al cultivo de tabaco, así como a diferentes oficios. En la aldea se procesaban pieles, se elaboraban barricas y campanas, entre otros”.
Por tradición las novias venían de otras aldeas por lo cual la población de Mandritsa alcanzó con rapidez 3500 habitantes. Los recién venidos tenían que aprender con rapidez el idioma albanés. 400 años más tarde, esta arcaica forma del idioma todavía se utiliza por los habitantes de Mandritsa. Se conservará para las próximas generaciones en un manual dedicado al dialecto local albanes escrito por la profesora María Georguieva-Peeva.
Otrora las bodas en el pueblo duraban tres días, recuerda María Stanoicheva.
“Las bodas comenzaban el viernes con el rito de afeitar al novio. El sábado se hacían visitas a las casas y el domingo el ajuar de la novia se trasladaba a su casa nueva. Las bodas eran muy suntuosas y se bailaban rondas típicas en que participaba mucha gente. En Pascua de Resurrección en la aldea se montaba una noria y los niños pagaban con monedas o con huevos rojos para poder subir. El día del perdón antes de la cuaresma pascual organizábamos un carnaval que recorría toda la aldea”.
Los vecinos jóvenes de Mandritsa no quieren que el glorioso pasado de su aldea sea simplemente una foto en blanco y negro. En 2010 ellos fundaron la Asociación para revivir la aldea de Mandritsa. Se plantearon el objetivo de atraer personas que compren inmuebles para conservar la aldea. La popularizaron mediante un calendario de acontecimientos como reuniones, fiestas infantiles, reuniones familiares, etc. Apostaron también en el turismo y trataron de salir del cliché “turismo rural”.
Ivaylo Petrov, presidente de la asociación cuenta:
“En esta aldea se puede desarrollar de modo excelente el turismo histórico y cultural. En la región y en la propia Mandritsa hay antiguas iglesias y restos de fortificaciones romanas. Solo a 18 kilómetros está la antigua villa Almira que es uno de los grandes patrimonios búlgaros. Hay gran diversidad de aves y especies vegetales, el clima es excelente para pasar las vacaciones allí. La aldea se encuentra entre dos ríos idóneos para la pesca. En la propia aldea tenemos curiosidades del siglo XVIII, una escuela antigua con arquitectura griega, así como la llamada Casa del Doctor. Es la casa del ginecólogo Atanas Peikidis, una de las pocas personas que tenían formación universitaria en el siglo XVIII. Construyó su clínica en la aldea de Mandritsa. En cinco años construimos un complejo ecológico y un hotel familiar. Hemos creado excelentes condiciones para recreos familiares”.
Mientras esperábamos el autobús para la ciudad de Ivaylovgrad, las abuelas de Mandritsa se despidieron de nosotros regalándonos vino casero, miel y dulce de higos. “Que sean sanos y que vuelvan a visitarnos, invitamos a todo el mundo que nos visite”, nos dijeron ellas.
Versión en español por Hristina Taseva
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