Putin: “Sofia ha errado suspendiendo el proyecto de la Corriente del Sur”. Borísov: “Moscú tiene claro por qué sucedió eso”. Con estas declaraciones intercambiadas ayer “a distancia” entre el Presidente ruso y el Primer Ministro búlgaro se volvió a hablar del gasoducto “abortado”. El proyecto internacional con Rusia e Italia en los papeles protagónicos debía abastecer a Europa Central y Occidental con gas de Rusia por una tubería por el fondo del mar Negro a través de Bulgaria, evitando así la problemática Ucrania. Una serie de expertos y políticos búlgaros se comprometieron de buena gana con esta empresa; los búlgaros recuerdan el frío invierno del 2009 cuando el país se quedó sin suministros de combustible azul debido a la guerra del gas entre Moscú y Kíev.
Ayer, durante su reunión anual con los periodistas, el presidente ruso, Vladimir Putin, dijo que estaba sorprendido por la “postura anodina” del Gobierno búlgaro que, por razones incomprensibles, había hecho caso omiso de sus intereses nacionales y suspendido la realización del proyecto Corriente del Sur. Según Putin, Moscú había planeado invertir 3000 millones de euros en la construcción del proyecto y en puestos de trabajo en Bulgaria y, tras la entrada en explotación del gasoducto, Sofía habría recibido 400 millones euros al año sólo de derechos de tránsito. La respuesta del premier Borísov no se hizo esperar. Desde Bruselas, donde participa en una cumbre de la UE, Borísov declaró que Vladimir Putin sabía muy bien que la suspensión del proyecto se debe a que Bulgaria, como un miembro leal de la UE, cumple todas las sanciones y disposiciones recogidas en el tercer paquete energético.
Entonces, ¿quién hizo volcar el carro? Recordemos algunos hechos. A inicios de junio de 2014, la embajadora norteamericana en Sofía, Marcie Ries, manifestó que los EE.UU. están preocupados y que el momento no es propicio para trabajar con Rusia de la forma habitual. La diplomática sugirió a las empresas búlgaras no trabajar con compañías y personas sancionadas por los EE.UU. en relación con la anexión de Crimea por Rusia. En la lista negra estaba también la empresa rusa Stroytransgaz a la que había sido encargada la construcción del gasoducto Corriente del Sur. Arrimaron un hombro a Ries tres senadores estadounidenses: John McCain, Christopher Murphy y Ron Johnson, quienes arribaron a Sofía especialmente para abordar el tema con el entonces primer ministro Plamen Oresharski. Después de la reunión, Oresharski anunció ante los medios informativos que Bulgaria suspende unilateralmente la participación en el proyecto del gasoducto. La razón formal que destacó fue que era necesario hacer consultas con Bruselas. La pregunta lógica fue, ¿por qué estas consultas no se hicieron antes de que comenzaran las obras en el proyecto?
Ahora el premier Borísov habla con un entusiasmo inexplicable de un hub balkánico de gas en territorio búlgaro, de diversificación de los suministros, de interconexiones con Turquía y Grecia, de explotación de depósitos búlgaros, de sacudirse la dependencia del gas ruso, etc., pero, si dejamos a un lado esta retórica política, del agrado de Bruselas y Washington, surgen algunas preguntas sencillas. En primer lugar, ¿cuándo empezarán a operar estos hubs y todo lo demás?, y ¿cuándo empezarán a reducir la actual, casi al 90% dependencia de Bulgaria del gas ruso: el próximo año, dentro de cinco años o dentro de diez? ¿Y hasta entonces? Entre paréntesis sea dicho que en noviembre el ministro de Energía ruso, Alexander Novak, declaró que no tiene intención de abastecer un hub de gas en Bulgaria. En segundo lugar, cuando nos libremos del yugo de Moscú, ¿cuánto vamos a pagar a los nuevos proveedores por un metro cúbico de gas no ruso?, ¿el precio será mayor o menor que el del gas ruso? Y, por último, si Moscú tiene a Europa encadenada con su combustible azul y hay que deshacernos de las cadenas lo más pronto posible, ¿por qué actualmente se trabaja en la expansión del gasoducto Corriente del Norte por el que este mismo gas ruso llegará directamente a Alemania en mayores volúmenes?
Para bien o para mal, cualesquiera que fueran las diversificaciones que se estén ideando, en un futuro previsible Europa no podrá prescindir del gas ruso. Según los expertos, la media de dependencia del Continente Viejo de aquél es y, probablemente, seguirá siendo de un 50%. De modo que hay que tener más cuidado a la hora de hablar y de tomar decisiones. Es hora de que los políticos búlgaros empiecen a pensar más en los intereses nacionales y distanciarse al máximo del pulso geoestratégico de los grandes.
Versión en español por Daniela Radíchkova
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