El 10 de febrero la Iglesia venera la memoria de san Caralampio, que murió martirizado durante la persecución de los cristianos en el siglo III. Nació alrededor del año 85 y su deceso ocurrió en 198. La leyenda religiosa reza que los torturadores rasgaban su piel con uñas de hierro pero cada noche sus heridas restañaban de manera milagrosa. Antes de que los ángeles celestiales se llevaran su alma al cielo, el santo anciano pidió a Dios que concediera salud física y salvación espiritual a todos los humanos; por eso es considerado uno de los santos sanadores junto con san Cosme y san Damián, san Pantaleón y san Trifón, entre otros. Sus reliquias son consideradas milagrosas, y el dedo meñique de su mano derecha se conserva en la Iglesia de los Siete Santos Letrados de Sofía.
En la cultura tradicional búlgara el santo, también conocido como Jaralambi o Aralán bey, es venerado como mandatario de las enfermedades, especialmente a la peor entre ellas, la peste. Además se le considera patrono de los apicultores. La lucha con la Peste Negra se asocia permanentemente con el Cristianismo, y una serie de santos cobraron fama como salvadores de urbes y regiones enteras del terrible mal; en la tradición búlgara son principalmente los santos invernales: san Antonio (17 de enero), san Anastasio (18 de enero), san Eutimio (20 de enero 20) y, sobre todo, san Caralampio.
Según las leyendas, la peste nació el Día de san Anastasio y comenzó a causar mortandad entre los hombres, hasta que san Caralampio la atrapó y la encadenó o la encerró en una botella de vidrio. Sin embargo, si la gente empieza a pecar demasiado el santo se enfadará y la pondrá en libertad para castigarlos por sus flaquezas. Esta percepción ha calado también en la iconografía, por eso en un gran número de iconos el santo está presentado atizando y torturando a la Peste, que aparece pintada con la imagen del diablo. En otros iconos el santo ha pisado sobre ella, como un signo de superioridad sobre el demonio maligno.
Según la letra de una canción folklórica de la región de Yámbol, empero, san Jaralampi es “amado hermano pequeño” de la Peste. El Señor le envió adonde ella a rogarle que deje de hacer estragos entre la gente: “Está bueno ya de diezmar y segar esas hermosas jóvenes desposadas y las doncellas agraciadas, y más aún a los pastores de ojos morenos. Sus madres lloran lastimosamente y sus lamentos llegan hasta el cielo”. Pese a las peticiones del santo, “su bienamada hermana”, la Peste, se mantuvo inflexible y hasta le amenazó que podría matarle también a él como un pollo.
De cuán grande era la veneración que se le profesaba a san Caralampio habla el hecho que su nombre era muy común en muchas zonas del país. A pesar de no ser ya tan habitual, también hoy en día se encuentran varones que llevan este nombre. Un considerable número de poblaciones tienen a san Caralampio como su patrono; bautizan a su nombre el templo local y celebran la festividad como una feria de todo el pueblo.
Antaño, el día del santo se llamaba también Chúminden, o sea Día de la Peste. Como era respetado estrictamente todas las faenas femeninas estaban prohibidas. Las mujeres horneaban panes rituales en honor del santo y para aplacar la Peste, y las solían untarlas con miel, la comida favorita de aquélla. En algunas partes de Bulgaria la miel se llevaba a la iglesia para que el cura la santificara y se conservaba como remedio en cada hogar. Por eso la festividad comenzó a ser venerada también por los apicultores, que adoptaron al santo por protector. Así se consagró la festividad invernal de los apicultores, junto con la de verano, que se celebra el 8 de julio, Día de san Procopio Apicultor.
En tiempos más recientes las asociaciones de los apicultores en varias ciudades búlgaras adoptan el 10 de febrero como su fiesta patronal y organizan conferencias, celebraciones y festejos. Algunos incluso adjudican a la apicultora más destacada el título de Abeja Reina.
Versión en español por Daniela Radíchkova
Foto: Archivo
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