Desde hace siglos el recibimiento del Año Nuevo es uno de los momentos más importantes en la tradición búlgara. No se trata simple y llanamente de un cambio en el calendario sino de una frontera que hay que cruzar efectuando una serie consagrada de ritos y costumbres. Se inician los mismos en los primeros días de diciembre y se extienden casi hasta finales de enero en un período considerado como una transición de la oscuridad a la luz, del caos al nuevo orden.
El 31 de diciembre se produce la última cena incensada .Pero a diferencia del Día de San Ignacio o de la Nochebuena −cuando se pone en la mesa únicamente comida sin carne− en la mesa de Año Nuevo se ponía antaño, con presencia obligada, una cabeza de cerdo en gelatina-u otro plato en gelatina-del puerco sacrificado por Navidad. Se trata de caso único en el que la carne de cerdo es una comida ritual. En algunas regiones de Bulgaria, sobre todo en las zonas rurales en que la gente cría animales, el rito sigue siendo respetado hasta hoy en día. El resto de los alimentos que se suelen poner en la mesa son, en gran medida, una repetición de los que habían formado parte de la mesa en Nochebuena: trigo, frutas y legumbres, nueces, niños envueltos (sarmi) y pimientos rellenos −generalmente de carne−. Se cree que mientras más opípara sea la mesa mayor será la abundancia en el año entrante. El pastel banitsa –con minúsculos objetos para suerte puestos en la masa− cocido en el año viejo, se corta en pedazos en las primeras horas del nuevo. Antaño las mujeres colocaban en el pastel pequeñas briznas de ramas de cornejo, una por cada uno de los miembros de la familia. Lo hacían con votos de salud, amor, desposorios, etc.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: Archivo
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