Un escándalo va cobrando velocidad en los Estados de ingreso reciente en la Unión Europea. Estalló el año pasado cuando desde el cuarteto de Visegrado dieron la voz de alarma de que en los nuevos países miembros de la UE se estaban comercializando víveres de calidad inferior a la que tenían los ofertados en los mercados de los viejos países miembros comunitarios. Se iniciaron inspecciones generalizadas a raíz de las cuales se comprobaron en efecto distinciones notables. La propia Bruselas se estremeció ante la oleada de descontento que se propagaba en Europa Central y del Este y prometió que tomaría medidas.
Bulgaria no es una excepción del grupo de esos países, indignados por los intentos de las compañías multinacionales en dividir a los ciudadanos de Europa en dos categorías: de primera y de segunda calidad. Y es que, además, ha resultado que algunos bienes de consumo, y no sólo productos alimenticios, están siendo comercializados en la porción más pobre y más atrasada de la Europa unida a precios más elevados.
Los órganos competentes en Bulgaria han efectuado varias inspecciones y análisis del contenido de alimentos de importación vendidos en este país, con los mismos productos comercializados en Europa Occidental. Los resultados de la inspección más reciente efectuada por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Recursos Forestales, han sido hechos públicos unos días atrás y han provocado violentas reacciones de desaprobación en el seno de la sociedad. Ha resultado que hay casos en que los precios en Bulgaria son notablemente superiores a los que rigen en Occidente, que la composición química de los víveres vendidos en Bulgaria difiere de la que tienen los alimentos análogos de la misma marca en la porción más desarrollada de Europa. Así por ejemplo, en la leche para bebés se ha detectado la presencia de aceite de palma. Bulgaria se encuentra situada en la parte suroriental de Europa pero, así y todo, dista mucho de las tierras de palmeras y no se puede decir en absoluto que este tipo de aceite sea un alimento tradicional para los búlgaros. Simple y llanamente se trata de un aceite más barato y de peor calidad. Lo que resulta, en última instancia, es que a los más pobres se les suelen vender cosas más caras y de más baja calidad. En relación con ello un diputado del Parlamento de Bulgaria llegó a mencionar incluso la palabra “apartheid”.
¿Cuál es la lógica de las multinacionales en casos como éste? Es que no se trata de excepciones, sino de una práctica afirmada. A simple vista, hasta aparece como digna de elogiar, pues se trata de una adecuación de los diferentes productos a la especificidad de los mercados locales. Es obvio que los búlgaros y los británicos, por ejemplo, tienen hábitos y preferencias dietéticas diferentes. Desde este punto de vista, resultan lógicas las diferencias en las versiones que tenga un mismo producto comercial en función del mercado al que se destine, pero no es así cuando se trata de calidad inferior y precios superiores. Primero, porque no hay argumentos fundados para vender más caro en mercados de menor solvencia y, segundo, es inaceptable que las distinciones en la composición química de un mismo producto sean el resultado del empleo de materias primas de calidad inferior Y es justamente de eso de lo que se trata en el escándalo en cuestión. Todo este comportamiento de las empresas multinacionales tiene una explicación económica. Los mercados en Europa Central y del Este son pequeños por su volumen resulta económicamente ineficiente elaborar productos especialmente para ellos, ya que serán excesivamente caros, salvo en los casos en que se eleve el precio de estos productos. Es evidente que de lo que se trata en el caso concreto es justamente de este enfoque: se producen versiones euroorientales de determinado producto invirtiéndose ingredientes de peor calidad y luego este producto es vendido a un precio más caro que en Occidente para estar conforme con “las particularidades específicas locales del mercado”. De esta manera se notan en la práctica raseros dobles y la división de los consumidores en tales de primera y tales de segunda clase. En la Europa unida esto es inadmisible en principio y es por esto que Bruselas se ha estremecido y prometido aprobar urgentemente una directiva europea que ponga fin a esta práctica viciosa.
Por lo demás, los consumidores de Europa del Este, incluidos los de Bulgaria, no tienen nada en contra de los productos alimenticios de las compañías transnacionales que están inundando el mercado. Pues, tienen razón, porque se trata de productos que se han demostrado y afirmado en los mercados mundiales. Hay más y es que algunas de estas gigantescas compañías hasta tienen instaladas plantas de producción en Bulgaria en las que se producen muchos de sus productos y en las que trabajan gran número de búlgaros.
Persiste, sin embargo, el regusto desagradable de cierta discriminación y desprecio, y es que a nadie le agrada ser tratado como una persona de categoría inferior ni sentirse timado.
Versión en español por Mijail Mijailov
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