Desde tiempos inmemorables el nacimiento del Dios Joven es para los búlgaros una gran fiesta. Aún antes de la adopción del cristianismo, en estas tierras existía un culto al sol, el astro que renace cada año en las fechas en torno al solsticio. Nuestros ancestros creían que en Nochebuena el cielo se abría, los límites entre los mundos se borraban y comenzaba un período de transición. Precisamente en torno a este concepto está articulado todo el sistema de actos rituales que acompañan la festividad. La confianza en las fuerzas del bien, la veneración hacia ellas y el comportamiento correcto ayudan a recuperar el orden. Estos tres elementos sincronizan al ser humano con los procesos cósmicos, le ayudan a ponerse de la parte de la luz en la eterna pugna contra el mal y lo identifican con lo divino.
Lo mismo que hoy, no todos entendían el auténtico significado de los ritos pero aceptaban y asumían lo enseñado por los mayores. Era inconcebible que en Nochebuena la casa quedara sin el Budnik, un grueso leño de un árbol cortado en la mañana de ese día, que se dejaba arder durante toda la noche en el hogar. La tarea de traerlo del bosque correspondía a los varones. Las mujeres se dedicaban a preparar la cena: un mínimo de siete manjares, preparados todos sin carne. En la mesa se servía un poco de todo lo que la tierra había dado a las personas a lo largo del año. Además de los platos cocinados sin carne, se servían nueces, ajo, cebollas, trigo crudo y otros cereales y frutas secas. Se preparaba - y se prepara también hoy, aguardiente o vino calentado con azúcar o miel. El ama de casa amasaba -y lo hace también hoy-, un pan redondo con una moneda en su interior: a quien le toque ésta al repartir el pan entre los comensales, será el más afortunado durante el año. Antes de que todos se sienten a la mesa en Nochebuena, el miembro de la familia de mayor edad dice una oración e inciensa la casa y la comida.
La cena de platos sin carne se prepara para Nochebuena también hoy en todo hogar búlgaro y no hay niño que desconozca qué debe haber sobre la mesa en esta fiesta. Hay mucha calidez tanto en los preparativos para la cena como también en la reunión de todos los miembros en torno a la mesa. En tiempos del comunismo la fiesta había perdido mucho de su brillo pero la verdad es que nunca desapareció del todo y la Nochebuena siempre ha estado presente en el calendario festivo de los búlgaros. Ya que la preparación de la cena era y sigue siendo tarea de las mujeres, hemos invitado a tres damas para que nos comenten sus recuerdos de la nochebuena en su niñez y juventud.
La directora de cine Maya Vaptsarova nos hace volver atrás, a los años 50 del siglo pasado. Ella nació en Sofía pero sus padres confiaron la crianza de la pequeña Maya a su abuela materna Elena.
Recuerdo perfectamente el enorme horno en casa de mi abuela Elena, dice Maya Vaptsarova, sobrina del afamado poeta obrero Nikola Vaptsarov. En la villa montañosa de Bansko en que vivía mi abuela las temperaturas en invierno son muy bajas. Cae mucha nieve que el viento acumula en montículos que llegan a tener hasta un metro y medio de altura. Aquel horno calentaba toda la casa. Muy al amanecer en Nochebuena metían a aquel horno el leño Budnik, que ardía las siguientes 24 horas. Luego mi abuelo incensaba todos los rincones de la casa. Metían al horno un pote de barro con los llamados “niños”, o sea, arroz envuelto en hojas de col fermentada. En otro pote se guisaba Kapamá, un manjar de col fermentada con tres tipos de carne y tocino, que sin embargo era para el menú del día siguiente. El segundo pote se dejaba a fuego lento por horas… Recuerdo que mi abuela decía que Nochebuena es la “primavera del invierno”. “¿Por qué, abuela?” preguntaba yo y ella me decía: “Es que en Nochebuena vuelve a nacer la familia. Los familiares se reúnen para comentar cada uno sus vivencias durante el año, y al escuchar cada uno los relatos de los demás, se produce una primavera en pleno invierno”. En efecto, en Nochebuena venían mi madre y mi padre de Sofía y nos reuníamos con todos los parientes. Nos sentábamos sobre unas almohadas colocadas en el suelo, en torno a una mesita pequeña y redonda. Mi abuela se compró mucho más tarde su primera mesa alta moderna, como las que utilizamos hoy. Alrededor de su pequeña mesita redonda se creaba un cálido ambiente que calentaba el corazón y el alma de todos.
Este es el relato de Shevkie Chakur, redactora de programas en lengua turca de Radio Bulgaria. Shevkie es de origen étnico turco.
Cada año celebramos la Nochebuena con un matrimonio amigo. Hacemos todo tal y como manda la tradición. Vamos a casa de ellos y en la mesa siempre hay un mínimo de siete comidas sin carne; nunca falta la tradicional velita, que debe arder durante toda la noche. Mi amiga prepara un pan redondo amasado sin levadura sino con bicarbonato de sodio. Sirve también pimientos rellenos con arroz o alubias, arroz envuelto en hojas de col fermentada, nueces, una compota de frutas secas, todo como manda la tradición. Y en cuanto llegue una festividad musulmana como, por ejemplo, Ramadán o Kurban Bayram, me encargo yo de preparar la comida y ellos vienen a nuestra casa. En el mes de Allah Muharraq, uno de los cuatro meses sagrados de los musulmanes, hay un día en que se prepara un postre que llamamos ”Ashuré” , hecho de un número impar de ingredientes que deben ser al menos 9: trigo, nueces, pasas, habas, etc.. Estamos muy felices de poder compartir con amigos estas fiestas. Nos alegran las opíparas mesas festivas, pero sobre todo el ambiente feliz y alegre que compartimos y las animadas charlas que cada año añaden un recuerdo más a la historia de nuestra amistad. Con esos amigos compartimos los momentos de bien y de mal en la vida. Creo que así debe ser en estos difíciles tiempos que vivimos. Las tradiciones, aunque diferentes para las distintas etnias, deben unirnos y no separarnos. Estamos convencidos de ello y procuramos educar este sentimiento también en nuestros hijos.
Muchos búlgaros dispersos por el mundo acatan las tradiciones de sus ancestros, y esto es lógico, pero hay también extranjeros que celebran la Nochevieja a la búlgara como, por ejemplo, la francesa Micheline Stanchev, cantante de ópera y madre del afamado pianista de jazz búlgaro Mario Stanchev. Micheline Stanchev reside en la actualidad en París pero no deja de celebrar las mayores festividades búlgaras. Es una gran admiradora de las tradicionales, la cocina, la lengua y las costumbres de nuestro pueblo. Arribó a Bulgaria entre las dos Guerras Mundiales, con 10 años de edad. Poco antes su madre se había casado con un búlgaro así que la familia se trasladó a Sofía.
Bulgaria es mi segunda patria. Es incluso más que mi segunda patria porque aquí pasé mis mejores años, mi juventud. Guardo magníficos recuerdos de aquel tiempo. Mi madre no tuvo mucha suerte en su vida privada y en casa no reinaba un ambiente muy alegre que digamos, pero yo encontraba calor humano y entendimiento fuera del hogar. Tenía muchísimos amigos, de buen alma y buen corazón. En Nochebuena, en la víspera de Navidad siempre preparo comida búlgara. Cocino sabrosas lentejas, alubias, pimientos, tomates, diversas ensaladas, todo sin carne. Llevo muchos años viviendo en Francia pero siempre preparo el menú tradicional búlgaro en Nochebuena. Mi familia está muy dispersa. Una de mis hijas y yo vivimos en París, pero las otras dos están en Lyon y en Bretaña respectivamente. Sin embargo, al final del año nos reunimos y hacemos una gran fiesta. A mis familiares les encantan el arroz con mucha cebolla envuelto en hojas de col fermentada, que yo siempre preparo. Lamentablemente, la col que compro aquí no ha fermentado en toneles de madera como era antaño en Bulgaria, sino en recipientes de plástico pero igual sabe bastante bien. Nunca compro baclavá, el pastel elaborado con pasta de nueces trituradas, distribuida en la pasta filo. Siempre la preparo yo misma, lo mismo que el pastel salado bánitsa, con relleno de queso y huevos, que acompaña todas nuestras fiestas. Cerca de mi casa hay un gran parque y de ahí traigo retoños de cornejo para la bánitsa de la suerte. Mi deseo a todos en mi amada segunda patria es que Bulgaria se vuelva más próspera y que la gente viva mejor. Ojalá en cada hogar haya una mesa con copiosos manjares en las fiestas. Que las familias se junten como antaño. Recuerdo que entonces la gente se reunía en torno al fuego del hogar para celebrar. Eran tiempos maravillosos!.
Versión en español por Raina Petkova
Fotos: Archivo
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