Primero, una aclaración. En muchos de nuestros programas hemos señalado que la liberación de Bulgaria de la dominación del Imperio Otomano, o sea de Turquía, se produce en 1878, como resultado de una guerra entre Rusia y Turquía ganada por las armas rusas con la importante contribución de voluntarios búlgaros. ¿Por qué entonces el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Bulgaria y España sucede tan tarde? Con 30 años de demora, е incluso más.
La respuesta es la siguiente. En 1878 Bulgaria queda políticamente libre, pero solo hasta cierto punto. En un congreso celebrado en Berlín cuatro meses después de la Liberación, las potencias europeas dictaminan que el estatuto del nuevo Estado será de vasallo de los sultanes turcos y le imponen algunas restricciones en materia de política exterior, no se le permite firmar tratados con otros países, etc. Por consiguiente, muchos países no se apresuran a establecer relaciones diplomáticas con Sofía. Por lo menos, no de alto nivel. Sus representantes en Sofía son titulados “agentes diplomáticos” o “cónsules generales”, y no ministros plenipotenciarios o embajadores. Y los de Bulgaria en los respectivos países también tienen el rango de “agentes diplomáticos”. España, por ejemplo, tiene solo un cónsul honorario en Bulgaria en 1908, un ciudadano francés casado con una española y accionista de una fábrica de cerillas.
Decimos en 1908 porque durante ese año se produce uno de los acontecimientos más relevantes en la historia de Bulgaria. Aprovechando ciertos conflictos internos de Turquía, el príncipe búlgaro Fernando proclama la independencia del Principado de Bulgaria. Este se convierte en reino y su monarca, en zar, o sea rey. Ya queda abierta de par en par la puerta política para el establecimiento de relaciones diplomáticas “a granel”, una vez que los diferentes países europeos reconozcan esta nueva situación búlgara.
España la reconoce en 1909, no sin que antes la persistente diplomacia búlgara plantee el asunto ante Madrid a través de su agente diplomático en Viena. Y el 12 de mayo de ese año, ocho meses después de proclamada la independencia búlgara, el ministro de Estado de España, Allendesalazar, manda un telegrama al conde de Zorata, encargado de negocios de España en Viena, ciudad donde se había gestionado el reconocimiento, ordenándole “sírvase contestar al agente diplomático búlgaro que el Gobierno de Su Majestad complácese en reconocer la nueva situación política de Bulgaria y hacer fervientes votos por su felicidad y prosperidad, elevando respetuoso saludo al nuevo Soberano”.
El 13 del mismo mes, el jefe de la misión diplomática española en Viena entrega por una nota el texto al agente diplomático búlgaro. Pocos días después los dos ministros de Exteriores, Allendesalazar y Páprikov, intercambian felicitaciones y, respectivamente, agradecimientos por las felicitaciones.
Al margen de sus vínculos de amistad aristocrática y recuerdos compartidos, los soberanos de los dos países, Alfonso XIII, de España, y Fernando de Sajonia Coburgo y Gotha, de Bulgaria, manifiestan una voluntad patente de establecer relaciones diplomáticas e intercambiar embajadas. El 8 de mayo de 1910, año y medio después de proclamada la Independencia de Bulgaria, Madrid y Sofía establecen relaciones diplomáticas. En 1911, al ya rey o zar Fernando le presenta sus credenciales el primer Ministro plenipotenciario que España destaca en Bulgaria, Manuel Multedo. Madrid tiene que esperar algunos años, a decir verdad no pocos, hasta 1923, para recibir al primer jefe de legación búlgaro de alto nivel acreditado en España.
Hasta 1910, cuando Bulgaria y España establecen relaciones diplomáticas, prácticamente no hay contactos entre ellas. No existe intercambio político, comercial ni cultural, no se firman convenios ni tratados. Los dos países viven marginados el uno del otro, cada uno en su península meridional extrema de Europa y cada cual con sus serios problemas. Se dan contactos esporádicos únicamente entre las casas del rey Alfonso XIII y del príncipe Fernando de Sajonia Coburgo y Gotha a partir de 1887, cuando éste ocupa el trono del joven Principado Búlgaro. Pero estos contactos tienen un carácter meramente sentimental, y no sobrepasan una simple manifestación de parentesco entre soberanos, sin que de ello resulte ningún hecho que promueva el fortalecimiento de los lazos interestatales.
El establecimiento de relaciones diplomáticas ocurrido el 8 de mayo de 1910, hace justo 110 años, propicia los vínculos en todos los dominios, aunque no conducirá al muy alto nivel de los contactos políticos, económicos y culturales del que somos testigos desde los cambios democráticos en Bulgaria, después de 1989.
En la actualidad, las estadísticas oficiales indican que en España residen y trabajan más de 125.000 búlgaros, pero según datos extraoficiales, nuestros compatriotas afincados allí llegan a 250.000, aproximadamente. Una especie de embajadores de la cultura búlgara en el país ibérico son las 44 escuelas dominicales búlgaras registradas oficialmente, el más de medio centenar de asociaciones búlgaras y mixtas, las tres comunidades ortodoxas búlgaras cuyos centros son las ciudades de Denia (Valencia), Segovia (Castilla y León) y Barcelona (Cataluña).
Los buenos contactos diplomáticos y humanos también inciden en los índices comerciales y económicos. En 2018, el intercambio comercial rebasó los 1.800 millones de euros y las inversiones españolas en Bulgaria alcanzaron 22.2 millones. España también es un destino atractivo para los turistas búlgaros: más de 148.000 compatriotas han viajado al país para hacer turismo. Al mismo tiempo, más de 77.000 españoles han visitado sitios de interés turístico en Bulgaria.
Ojalá estos contactos sigan creciendo, en beneficio de ambos países.Fotos: Manuel Compañy, archivo, Embajada de España en Sofía
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