Llaman a Jaffa “la capital búlgara de Israel”, aunque allí casi no quedan jóvenes, descendientes de emigrantes de Bulgaria. Se cree que la ciudad uno de los asentamientos más antiguos del mundo, donde se han descubierto hallazgos arqueológicos del siglo XVIII antes de Cristo, y según las leyendas de la Antigua Grecia, fue allí donde Perseo liberó a Andrómeda. En la Antigüedad, el asentamiento era uno de los puertos importantes de Israel, que se menciona en la Biblia.
Hoy en día, Jaffa es parte de Tel Aviv (desde 1949), como el barrio más antiguo de la ciudad. Además de escuchar el idioma búlgaro, allí se puede probar cocina búlgara. Un verdadero calidoscopio de destinos, esperanzas y decepciones se puede encontrar sobre todo en los dos locales búlgaros en Jaffa: la cafetería de Vlado y la taberna de Lambo. Sin embargo, a causa de la cuarentena, la taberna no funciona y la cafetería se ha convertido en una pequeña tienda con una ventana abierta. No faltan clientes, ya que solo allí se pueden comprar productos búlgaros como la lútenitsa (una especie de puré picante de tomates y pimiento), conservas de carne picada y sazonada, paté, incluso bozá búlgara (bebida agridulce hecha a partir de trigo fermentado). Allí se suelen reunir nuestros compatriotas que han elegido a Israel para ganarse la vida.
Es el caso de la contable Rositsa Bozhínova, que lleva trabajando en Israel 23 años. Al principio fue asistente de ancianos israelíes, pero después de la muerte de la segunda mujer de la que cuidaba, comenzó a trabajar sin documentos. Ahora vive con una familia búlgara de edad avanzada y ayuda en los quehaceres domésticos a cambio de una habitación gratuita. Por la falta de un visado de trabajo, no puede regresar a Bulgaria.
Necesito mucho descanso, uno o dos mesesno me sirven −dice Rositsa− . Cuando fui al trabajo después de las vacaciones forzosas necesité seis horas para hacer lo que suelo hacer en cuatro. Regresé a casa encorvada, me siento cansada después de tantos años de duro trabajo. Evidentemente, tengo que destinar más tiempo para descasar, pero de momento es imposible. En Bulgaria, mi nuera trabaja, mi hijo está en casa y la nieta también está en casa.
Dragomir Levi es técnico de construcción. Hace siete años llegó a Jaffa desde la ciudad marítima de Varna.
Trabajamos normalmente −comenta él− . No nos han interrumpido el trabajo. Dirijo una obra de construcción. Los trabajadores son principalmente de Moldavia, China y Ucrania. Cada mes la empresa les paga seguros de salud. Periódicamente se realizan exámenes para coronavirus. Nos atenemos a las reglas del Gobierno. Obligatoriamente llevamos mascarillas. La multa para los infractores es de 200 euros.
Viene corriendo a la pequeña tienda Irina Krichko, una búlgara de Besarabia (región histórica ubicada en partes de la actual Ucrania y Moldavia). Tiene miedo de dejar sola a la anciana de la que cuida.
Llevo cuatro años en Israel. Agobia estar encerrado en casa todo el tiempo. Tenemos miedo y por esto procuramos salir menos. Mi familia en Moldavia también está en casa. Mis hijos están con mi madre. Mi marido trabaja, pero ahora está en casa.
Elena Mílcheva está en Israel desde hace 10 años y se gana la vida como empleada doméstica.
En principio, tratamos de acatar todas las reglas impuestas. Las personas mayores aquí no están estresadas. Son muy sociables y están acostumbrados a pasear, a reunirse para hacer ejercicios físicos, a escuchar charlas, etc. La falta de vida social para ellos es más difícil de soportar que el miedo de la enfermedad.
Versión en español de Hristina Táseva
Fotos: EPA/ BGNES
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