Un año más ha llegado el 27 de enero, día en que en el año 1945 serían liberados los pocos sobrevivientes de los prisioneros en el campo de concentración nazi de Auschwitz. Décadas más tarde, la ONU convirtió aquella fecha en Día Internacional de Conmemoración del Holocausto, alentando no sólo el homenaje a las víctimas, sino también la acumulación de conocimientos para no permitir nunca jamás que aquel genocidio vuelva a ocurrir. En homenaje a las víctimas, en el año 1949, en el Estado hebreo Israel fue fundado el Museo del Holocausto y de la Resistencia Judía, Beit Lohamei Ha–Getaot (Museo de los Luchadores del Gueto).
El museo, que lleva el nombre del poeta judío Itzhak Katzenelson , muerto en Auschwitz, se encuentra en Galilea, en el término municipal del kibutz Lohamei–Ha–Getaot, creado por antiguos combatientes y activistas de la resistencia judía contra los nazis en Polonia y Lituania.
Anat Livne, nacida en el kibutz búlgaro Beit HaShita, en las inmediaciones del lago de Galilea, es investigadora hace muchos años y directora del museo Beit Lohamei Ha–Getaot. En el pasado, su abuelo había sido director de la escuela judía Tarbut, en Sofía, y su abuela enseñaba en aquel colegio hasta el año 1939. Cuando la familia llegó a Israel, ella se convirtió en una de los fundadores del kibutz Lohamei HaGetaot. En él encontraban cobijo niños y jóvenes de los campos de concentración y los guetos de toda Europa.
A diferencia de su madre, que heredara el magisterio de sus padres de Bulgaria, Anat Livne se decantó por la historia. Se afanó en buscar la respuesta a una paradoja: ¿por qué los judíos polacos, como lo era también su padre, no pudieron escapar de los campos de la muerte y cómo consiguieron hacerlo los judíos búlgaros?
Cada año, en vísperas del 27 de enero, los judíos sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial suelen ser invitados a narrar sus testimonios sobre los sufrimientos y las humillaciones en los campos de concentración, pero Anat Livne se rebeló contra el abuso de los sentimientos de las personas que aún cargan con la “culpa” de haber sobrevivido a diferencia de sus familiares. Esto, desde luego, no significa que la memoria de los muertos y de lo que ocurriera en Europa deban ser sumidos en el olvido; el recuerdo de aquello se puede transmitir por medio de conferencias y obras de artes, en vez de organizar ostentosas ceremonias. Debido a sus declaraciones “heréticas”, el contrato que Anat Livne tenía suscrito con el museo no le fue prorrogado.
Sin embargo, Anat Livne guarda el recuerdo sobre los materiales de archivo más interesantes del museo, que se habían mantenido ocultos en un escondite en el gueto de Varsovia. Una de las muestras más preciadas del museo es el maletín con documentos y pertenencias personales del genial pedagogo Janusz Korczak, quien acompañaría voluntariamente a sus pupilos del orfanato judío en el gueto de Varsovia al campo de exterminio de Treblinka y junto con ellos moriría en las cámaras de gas.
“En sus trabajos, Korczak considera al niño ya desde su nacimiento como un ser humano que tiene sus derechos y al que desde su corta edad se le puede pedir una opinión –cuenta Anat Livne– . Según Janusz Korczak, los seres humanos son hermanos y no importa la pertenencia étnica del niño, sino la forma en que vive para ser feliz”.
El pedagogo gestionaba dos orfanatos: uno destinados a los niños judíos y el otro a los huérfanos polacos. Además era presentador de su propio programa en la radio polaca, en el que intervenían también niños. La gente le conocía como un destacadísimo pedagogo, pero no todos conocían su nombre verdadero: Henryk Goldszmit.
“En el gueto Janusz Korczak no ponía líneas divisorias entre los niños locales y los del orfanato y, a menudo, repartía entre los niños huérfanos fuera del orfanato comida tan difícil de conseguir –prosigue su relato Anat Livne– . Los alemanes que custodiaban el gueto le tenían en tan gran estima que uno de los oficiales le propuso sacarlo del gueto cuando comenzaron las deportaciones a los campos de exterminio. El pedagogo, sin embargo, se quedó con los niños, a quienes se mantendría infundiendo ánimos hasta el final“.
Poco antes de que se lo llevaran, Janusz Korczak consiguió entregar a un miembro de la organización juvenil judía Dror un maletín en el que iban un trabajo científico inconcluso sobre pedagogía, documentos del orfanato, pertenencias personales y un poco de dinero. El maletín fue ocultado en un escondite y al término de la guerra fue llevado a Israel. Este maletín es lo último que ha quedado del gran estudioso y pedagogo. En el museo han conseguido restaurarlo y actualmente representa la muestra más valiosa de su exposición.
Versión en español por Mijail Mijailov
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