Los camellos llegaron a Kavaklí (nombre antiguo de la actual ciudad de Topólovgrad), procedentes de la Tracia del Egeo y la Tracia Oriental, junto con sus amos, búlgaros tracios desterrados de sus aldeas natales en virtud del Tratado de Neuilly, de 1919. Así, en el período entre 1923 y 1925, criar camellos se fue arraigando en el Sudeste de Bulgaria y acabó transformándose en un negocio próspero. En aquellos años más de un millar de camellos se movían a lo largo y ancho de esa región de Bulgaria, aunque su cantidad más nutrida se llegó a registrar en la comarca de Topólovgrad. Los camelleros de antaño eran tan prestos e infalibles como las empresas transportistas de la actualidad: sus caravanas hacían entregas de mercancías hasta en los rincones más inaccesibles de la montaña Sakar y la porción oriental del macizo Ródope.
En los años 30 se acababa de introducir en Bulgaria el transporte en camiones y autobuses, pero la ventaja fundamental del camello era que este animal tiene la capacidad de llegar a todas partes, hasta a los lugares más recónditos y faltos de caminos. Por eso este animal tan resistente fue una figura central en el transporte y reparto de pan, carbón vegetal, sal y otros muchos productos de todo tipo en todo el Sureste de Bulgaria, según dice Veselín Kalvachev, director del Museo Municipal de Historia de Topólovgrad. Cuenta también que aquel exótico ganado llegó a intervenir activamente en las obras de construcción de la iglesia de la Santísima Virgen, del Mercado Central de la ciudad y de la sede de la empresa tabacalera local.
Dice, además, que “un camello sano y robusto podía transportar sobre su lomo de 300 a 400 kilos, y por esto se les cargaba de materiales para la construcción como arena, piedra o cemento. Aunque de un modo infrecuente, se les usaba también en el cultivo de la tierra. Nada se desecha de los camellos y hasta sus excrementos eran muy apreciados por los tabacaleros y agricultores lugareños por su gran eficacia. Respecto a la lana, la gente decía: ‘si en casa tuvieras una manta de lana de camello, no te haría falta poner una estufa’, por lo mucho que calentaba esa lana. Tejían de ella mantas, indumentaria, etc.”, explica Veselín Kalvachev.
En 1934, en Topólovgrad se criaban más de 300 camellos. Sin embargo, en vísperas de la II Guerra Mundial se inició la construcción de carreteras y el transporte mecanizado fue suplantando gradualmente a estos animales, por lo que la gente los fue empleando cada vez con menos frecuencia. Así, los dueños de camellos comenzaron a vender a sus fieles ayudantes. La última vez que se recurrió a su ayuda fue para transportar cajas de madera llenas de minerales en la zona del pueblo de Madzhárovo, pero en 1974 el dueño de los camélidos se los vendió a unos carniceros de la ciudad de Jáskovo.
“Cuando el trabajo termina, se inician las atracciones”, dice bromeando Veselín Kalvachev, y explica que los camellos de Topólovgrad fueron contratados para participar en el largometraje Pedro el Astuto, del año 1960. Luego pasaron a formar parte de las curiosidades en la industria turística.
“Krastiu Karpezanov y Dimítar Gadakov, que fueron los últimos camelleros, se trasladaron con sus animales a los centros de veraneo de la costa búlgara del mar Negro y así nuestros camellos pasaron a ser unos singulares actores —dice Kalvachev—. Cada año, los camelleros de Topólovgrad paseaban a sus animales por la orilla del mar y animaban a los veraneantes a subirse a sus lomos para hacerse fotos. Sin embargo, en 1980 Dimítar Gadakov, ya bien entrado en años, vendió los últimos animales que le quedaban al zoo de la ciudad de Kyustendil, poniendo punto y final a la historia de los camellos de Topólovgrad”.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: cortesía del Museo Municipal de Historia de Topólovgrad
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