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El fotógrafo Antip Obushtarov pinta una extensa crónica de la vida en una aldea búlgara hace 100 años

El mundo olvidado de las placas fotográficas resurge en una exposición retrospectiva

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Foto: Alexander Ivanov

No siempre necesitamos una máquina del tiempo para sumergirnos en el mundo antiguo de alguien. Así ocurre en el mundo de Antip Obushtarov, el fotógrafo en cuyas placas de cristal hoy aparecen imágenes, sucesos y paisajes de hace un siglo.


Las placas fotográficas de Antip Obushtarov, una crónica en imágenes de la aldea de Shipka (en la Cordillera de los Balcanes, entre 1906 y 1931), permanecieron 75 años bajo la escalera de su casa natal antes de que sus parientes, a mediados de los años 90, los entregaran a la Casa Chirpanlíev para conservarlas. Este es uno de los pocos edificios conservados de la época del renacimiento búlgaro en Shipka, que además acoge una valiosa exposición etnográfica. A principios del año presente por fin se encontró una persona que examinara este legado para insuflar vida nueva.


“Antip era prácticamente el fotógrafo de la aldea −cuenta el fotógrafo Alexándar Ivanov, que asumió la responsable tarea de presentar la obra del autor de la manera más honesta y fidedigna− .


En aquel entonces la aldea de Shipka contaba con una una población de alrededor de 2200 habitantes, muchos de ellos niños y jóvenes. Cientos de sus habitantes participaron en la Segunda Guerra de los Balcanes y en la Primera Guerra Mundial, dando como resultado más de cien víctimas.

Antip fotografió todo lo que sucedía en la aldea, pero, a diferencia de la mayoría de los fotógrafos de su época, no tenía en su taller los complementos fotográficos necesarios para hacer retratos de estudio en su recinto. En vez de esto visitaba los patios de los aldeanos, las tabernas, los campos y la fábrica de elaboración de aceite de rosa. Fotografiaba asimismo a los grupos que visitaban Shipka, en las proximidades al monasterio y el seminario, donde existía un asilo para niños abandonados y un lazareto en el que trabajaba un equipo de médicos rusos. Las personas de la aldea lo aceptaban como uno de ellos, confiaban en él y lo respetaban porque era el único fotógrafo”.

Gracias a fotografías y publicaciones en el periódico Iskra (editado en Kazanlak), así como a recuerdos familiares que se transmitían de generación a generación, la vida de Antip Obushatrov poco a poco comenzó a revelarse ante los ojos de su salvador espiritual y resultó ser un magnífico guión de película.   


Antip II nació en 1888 y fue bautizado con el nombre de su hermano pequeño, que vivió apenas unos días en este mundo. Siendo pequeño se decantó por la música, la talla en madera y se sentía atraído por las invenciones. Comenzó a dedicarse a la fotografía a principios del siglo XX y se especializó nueve meses en Viena. Durante la Segunda Guerra de los Balcanes y en la Primera Guerra Mundial trabajó como fotógrafo del campo de batalla. Un testimonio de ello son las postales que repartía a los soldados para enviarlas a sus familiares desde el frente.  

En el momento más trágico de su vida fotografió los cuerpos sin vida de su madre, hermana y cuñado, que fueron asesinados durante un ajuste de cuentas después del mayor atentado terrorista en la historia búlgara: el atentado en la catedral de Santa Nedelia de abril de 1925. Independientemente del lugar en el que tomaba las fotografías, de todas éstas asoman las caras espabiladas de los búlgaros de aquel entonces. Una de las imágenes más conmovedoras es la de los alumnos descalzos de una clase. 


“Aquel periodo histórico es muy interesante, ya que la pobreza y la opulencia, la guerra y la paz, el esplendor y la miseria iban de la mano −prosigue su relato Alexándar Ivanov− . Estos niños descalzos fueron las personas que ayudaron al pueblo búlgaro a recuperarse después de la catástrofe en 1939. El estándar de vida de los búlgaros en aquellos años era incomparable con el que existía en cualquier otro país europeo. En aquel entonces las personas poseían espíritu, abrazaban ideales que perseguían y lograban hacer realidad. Lo que causa fascinación son sus caras vivas. Eran unas personas muy puras que se criaron en medio de la naturaleza y se comunicaban entre sí de una manera mucho más diferente a la actual. Se ayudaban mutuamente, eran amigos y la palabra “compañero” tenía sentido para ellos”.


Junto con las habilidades del fotógrafo, alejándose del momento histórico en el podio, aparece el tiempo en calidad de coautor: este actúa mediante la humedad y la luz, cambiando la realidad grabada en las imágenes y atribuyéndole un tinte irreal.

“Como si la desconstrucción fuera dictada por alguien −dice, asombrado, Alexándar Ivanov− . Por ejemplo, si tomamos la foto de una madre y su hijo, veremos que de la imagen de la madre no ha quedado casi nada, mientras que la del niño se conserva casi intacta. O bien la fotografía que muestra una concentración de personas en la que todas fueron borradas y solo dos personas en el centro aparecen intactas tras el paso de los años”.


Un día antes de la fiesta religiosa Dormición de la Virgen (el 15 de agosto) el mágico mundo de Antip Obushtarov resurgió en una muestra retrospectiva titulada 100 años atrás que fue montada en el Museo de la Fotografía y las Artes Visuales Modernas en Kazanlak. Con motivo de su 160 aniversario, la Casa de Cultura de la ciudad de Shipka espera también poder exhibir las fotografías. Además, está en marcha la edición de un álbum. 


Fotos: Alexándar Ivanov y Casa de Cultura de la ciudad de Shipka

Versión al español de Hristina Táseva




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