Hace millones de años, al norte de la actual ciudad nororiental búlgara de Dobrich se extendía un océano prehistórico. Posteriormente un caudaloso río fue cavando la llanura y el hermoso cañón que se fue convirtiendo en hábitat para una increíble variedad de plantas y animales. Hoy en día las aguas del otrora turbulento torrente se han secado y por esto se le ha dado en llamar a la zona la del río seco. En lo alto, en medio de puntiagudos picos, se divisan las tenebrosas aberturas de decenas de celdas monacales solitarias, inexpugnables, intocadas por el paso del tiempo, que parecen ecos de un mundo sumido en olvido.
En la época paleocristiana el valle se convirtió en primordial centro religioso en esta porción de Europa. Las celdas y las sketes esculpidas por manos humanas daban cobijo en los siglos del V al XII a una comunidad numerosa de ermitaños que profesaban el hesicasmo. Hoy día esas moradas de ermitaños no están todavía bien estudiadas por la ciencia. Se han hecho reiterados intentos por habilitar senderos que lleven a ellas, los cuales, en la mayoría de los casos, acaban cubiertos de matorrales y hierbas que los hacen difíciles de transitar, señala Evelina Rómanova, del Museo Regional de Historia de Dobrich.
La más accesible es la San Kaya, nombre turco que, traducido al español, viene a significar la Roca del Milagro. Se encuentra en la zona de la aldea de Onogur. Representa un túnel muy angosto, de 64 metros de largo, y bordeado de celdas monacales. Se encuentra esculpido en lo alto, en una pétrea terraza sobre la represa de Onogur. Algunas de las celdas tienen ventanas desde las que se abre un panorama magnífico al embalse.
En proximidad al pueblo de Balik se encuentra la mayor concentración de moradas rupestres en la región de Dobrudzha. Se trata de una docena de sketes y celdas, cada una con su historia y leyendas. Sin embargo, las de mayor atractivo son las que se sitúan en las inmediaciones de la aldea del Cabo Bakalov.
”Una de estas instalaciones se llama Casa de Moneda porque allá se acuñaban monedas - dice Ivelina Rómanova -. La instalación tiene mucha semejanza con los contornos de una cabeza humana. Los dos niveles superiores – los ojos - formaban una capilla y un recinto residencial. La planta baja, al nivel de la boca, también se encuentra dividida en dos locales. A un centenar de metros se encuentra una necrópolis monacal ubicada en tres niveles. Por los procesos de erosión, para subir a los niveles superiores uno debe usar una primitiva escalera de madera. En el piso más alto hay vestigios de un altar para ceremonias. Desde aquel lugar el panorama que se abre al valle del Río Seco, es verdaderamente fantástico. Está cerca de ahí el enorme complejo llamado Casas Búlgaras, integrado por celdas, nichos y una iglesia, situados a distintas alturas”.
Los ermitaños se alimentaban básicamente de pescado, luego se decantaban por la comida vegetal y en la recta final de sus vidas sólo ingerían agua. Era así como se iban los monjes ermitaños de la vida terrenal, señala Ivelina Rómanova.
“Esos monjes ermitaños elegían para asentarse lugares de más difícil acceso, dice Rómanova. De su celda, a veces sólo descendían colgando de una cuerda o usaban una escalera de cuerda y así bajaban al río. En los días postreros de sus vidas cuando ya estaban al borde de la extenuación, quemaban la única escalera que tenían, para no sentirse tentados de bajar de las rocas y continuar su vida terrenal y acababan sus días auto-momificados. Procuraban así llegar a la perfección y unirse con Dios”, dice en conclusión Ivelina Rómanova.
En la actualidad residen en esas regiones gentes de comunidades étnicas y cultos religiosos distintos y por ello los nichos y sketes esculpidos en las rocas llevan nombres búlgaros y turcos, por igual.
El primer día del mes de mayo cristianos y musulmanes visitan juntos estas reliquias sagradas de tiempos idos, para cargarse de fe y espiritualidad.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: Veneta Nikólova e Ivelina Rómanova
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