En el año 2017 las autoridades en Rusia anunciaban haber descubierto los restos mortales que faltaban de los dos herederos más jóvenes al trono imperial de los Románov, respecto a los cuales se habían hecho comentarios de que podrían haber escapado por arte de magia del sangriento fusilamiento del zar Nicolás II y los miembros de su familia.
Sin embargo, los habitantes del pueblo de Gabárevo, sito en las estribaciones meridionales de la cordillera Balcánica aseguran otra cosa: que precisamente Alexéy y Anastasia Románov habrían vivido serena y anónimamente en ese pueblo, en pleno corazón del Valle de las Rosas, hasta el momento de su muerte. Es un tema que periódicamente vuelve a ser pábulo de los medios informativos, y el juez de instrucción en el retiro Blagoy Emanuilov hasta ha editado dos libros alegando que el zarévich Alexéy y la princesa Anastasia vivieron en el pueblo búlgaro de Gabárevo bajo los nombres de Georges Joudine y Eleonora Krüger.
En el año 1922 llegó a Gabárevo una mujer joven de porte aristocrático que decía llamarse Eleonora Albertova Krüger. Todo el mundo, sin embargo, la llamaba señora Nora. Ella comenzó a convivir con el médico ruso Alexiev, aparecido en ese pueblo un mes antes de su llegada y, posteriormente se casó con él. Un año después se cobijaría en su casa un joven enfermizo, que se inscribiría en el padrón con el nombre de Georges Joudine.
Señora Nora tenía modales exquisitos, dominaba varios idiomas, tocaba el piano, hacía bordados rusos mono y policromáticos. Leía mucho, fumaba sin cesar, y consumía opio. Enseñaba a los niños el pueblo. En el área entre el cuello y su mejilla derecha tenía una cicatriz de un arma de fuego. También tenía heridas en el pecho.
Stefana Néstorova es una de las pocas contemporáneas vivientes de Eleonora Krüger. Dice, recordando su voz queda y sibilante:
“Siempre lucía un pañuelo en el cuello, ya que la cicatriz que tenía ahí saltaba a la vista y parecía en cierta medida una indecencia mostrarlo.
Quizás se le habría quedado de la época en que le trataran la herida en Turquía, tras el viaje que hiciera en barco. Me madrina me comentaba que al final de su vida la señora Nora le había confesado que, de muy niña, le bañaban en una pila dorada, y que tenía una sirvienta especial que la peinaba y la vestía”.
En el centro del pueblo de Gabárevo sus vecinos han puesto una lápida conmemorativa para honrar la memoria del Dr. Alexiev y de Eleonora Krüger, a la que tanto cariño cogieran:
“Yo personalmente les he oído decir a varias vecinas mías cómo la señora Nora les enseñaba a tocar el piano, cómo iban aprendiendo de ella muchas cosas mundanas e inconcebibles para ellas. Lo que ahora pretendemos es que en la planta baja de la Casa de Dzanan podamos instalar una colección dedicada a la señora Nora e incluir esto en la guía turística del municipio de Pável Baña”, dice María Kútsarova, de la Casa de Cultura local.
Ya en vida de la señora Nora y Georges corrían en el pueblo rumores de que tenían un linaje real. A mediados del siglo XX, un paciente ruso de la Guardia Blanca atendido en un hospital de la ciudad búlgara de Balchik, en la costa del mar Negro, estuvo contando ante testigos cómo el zar Nicolás II le había encomendado a él personalmente sacar del palacio al joven zarévich y a la princesa Anastasia y esconderles. Al cabo de muchos percances, los hijos del zar se embarcaron en un buque en Odesa. En la barahúnda del embarque, Anastasia sufriría una herida de arma de fuego disparadas por la Caballería Roja.
Georges Joudine moriría en 1930 con síntomas similares a los de la hemofilia, la enfermedad que también padecía el propio príncipe Alexey. Se le dio sepultura en el viejo cementerio del pueblo. Aproximadamente un cuarto de siglo después, se iba de este mundo asimismo Eleonora Krüger, llevando consigo su secreto. Fue enterrada en el lado izquierdo de la tumba de Georges.
Actualmente los restos mortales de Nora y Georges los guarda en un lugar secreto el juez instructor Blagoy Emanuilov. Un análisis de ADN independiente sería lo único capaz de descifrar el enigma. Por una serie de razones, empero, nadie se anima a financiar el costoso análisis.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: Veneta Nikólova, archivo
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