Cada trabajo pide su artífice, suele decir el pueblo búlgaro. Para convertirse uno en maestro artesano hace falta un verdadero talento, también entrega y mucho, mucho tiempo dedicado al oficio. Años de intenso trabajo que transformen el sello personal de un artista en una partícula de la tradición que hubo y habrá de continuar después de él. Hoy, cuando la sociedad es sometida a una forma de vivir en que predominan lo rápido y lo fácil, las antiguas artesanías búlgaras están cada vez más amenazadas con desaparecer. Simplemente no hay artesanos artífices en su oficio. Tampoco hay jóvenes dispuestos a pagar con su tiempo para heredarlos.
Uno de estos oficios es el del joyero y más concretamente de la fina tecnología de la filigrana. La palabra viene del latín, de filum – hilo y de granum – grano y representa un fino entrelazamiento de fibras de plata u oro, lográndose el efecto de un delicado encaje. Estos hilos son soldados en sus puntos de contacto o sobre una base de metal, de oro o plata. Se hacen de filigrana tanto joyas: pendientes, collares, coronas, como también copas, bandejas, hebillas, cinturones o marcos.
Esta tecnología exige un gran dominio del oficio de joyero, todo el proceso es exclusivamente manual, dice para Radio Bulgaria Tsetsa Damyánova, artesana de la localidad de Berkóvitsa (en el noroeste del país). Según expresa, data de tiempos muy antiguos y llega a las tierras de la actual Bulgaria unos 3000 años antes de Cristo. En la Edad Media el arte de la filigrana alcanza un alto nivel de desarrollo: los artesanos manifestaban un gran cuidado del detalle y muchas de sus obras eran objetos de culto, utilizados en los oficios religiosos.
Más tarde las joyas elaboradas con esta técnica llegaron a ser símbolo de pertenencia a un alto nivel social. Unos de los objetos más exquisitos y valiosos de Bulgaria, elaborados en plata de ley dorada, salían de los talleres de la Escuela de Chíprovtsi y después del Renacimiento Nacional Búlgaro (ss. XVIII a XIX) cobraron popularidad en toda Europa.
“Esta técnica es sumamente complicada y se exigen años de aprendizaje para que uno pueda llegar al nivel que le permita elaborar una joya con sello propio”, dice Tsetsa Damyánova.
Ella misma empezó a trabajar con esta tecnología hace más de 60 años. En su ciudad natal formó parte de la cooperativa Recuerdos y Alhajas de Berkóvitsa, fundada en los años 60 del siglo pasado por Teodor Spasov, discípulo de la Escuela de Chíprovtsi, e integrada entonces por más de 200 artesanos joyeros. Hoy sus miembros no pasan de una decena y no se observa interés por parte de los jóvenes por esta labor. De hecho, la única escuela media de toda Bulgaria con un aula especializada en joyería se encuentra en la ciudad de Plovdiv. Desde hace dos decenios centenares de jóvenes búlgaros han tenido la oportunidad de tomar el camino de la maestría, adquiriendo sus primeros conocimientos y adentrándose en los secretos de este hermoso oficio cada vez más elitista.
Recientemente los educandos actuales del aula tuvieron la magnífica posibilidad de acercarse al oficio también contando con la presencia de algunos de los pocos excelsos maestros como Stefan Stefchev, Albena Stéfcheva y Tsetsa Damyánova.
“Me alegró mucho saber que el proyecto preveía un aula en Plovdiv para la formación de joyeros. Esto es maravilloso. Son jóvenes deseosos de aprender, están interesados en introducir novedades en la tecnología de la filigrana y así es como se logran resultados muy hermosos. Es a estos jóvenes que debemos apoyar”, opina Damyánova.
Los artífices quedaron impresionados por el entusiasmo y el celo que invierten en su trabajo los jóvenes. Con la ayuda de sus monitores lograron confeccionar pendientes y colgantes de plata con una tecnología que no se sabe si mañana estará a su acceso.
Adaptación de Vésela Krésteva a base de una entrevista de Lili Golemínova
Versión en español de María Páchkova
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