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En una pequeña herrería en la ciudad de Kran todo el mundo aprende el oficio de la cuchillería

Para el maestro Stefan Chakov, el taller es un rincón del paraíso

Foto: Facebook / Stefan Chakov

Tal vez no son muchas las personas que han entrado en el taller de un maestro de herrería para ver cómo se forja el hierro mientras esté caliente.

En nuestros días, las personas que se dedican a este antiguo oficio ya están a punto de desaparecer, pero a pesar de esto sigue viva la tradición de elaborar cuchillos a mano. En muchas partes de Bulgaria hay excelentes maestros cuchilleros que trabajan con precisión y parece que compiten para ser mejores de la competencia.


Entre los herreros más experimentados y demandados en Bulgaria está Stefan Chakov, para quien la elaboración de cuchillos es solo una pequeña parte de toda su labor. Acuden a su taller para aprender el oficio no solo búlgaros, sino decenas de personas del extranjero. El maestro vive en la ciudad de Kran, en el centro de Bulgaria, y dice que casi no abandona su ciudad natal y su trabajo, pero a cambio, el mundo le visita a él.

Stefan Chakov se ocupa de la herrería desde hace más de 40 años y aprendió el oficio mientras trabajaba en la granja agrícola local en los años 80. “Todo lo que hago se elabora a mano, no tengo un martillo mecánico o instalaciones modernas y trabajo conforme lo aprendido de los antiguos maestros”, dice Stefan Chakov y continúa:

“Soy como los herreros rurales que reparan las herramientas de metal que se utilizan en la agricultura.


El oficio no es algo pesado para mí, trabajo con gran placer. Todo en este trabajo es muy agradable para mí. No puedo explicarlo pero la herrería es mi vocación. Cuando era niño recuerdo que mis amigos jugaban al fútbol mientras que yo jugaba al herrero y miraba a los gitanos herreros. Así comenzó la historia de mi oficio”. 

En palabras de Stefan Chakov, el martillo no es pesado, pero puede llegar a serlo si uno ejerce violencia sobre el acero. Еn eso radica la maestría del oficio: en saber cómo será el material después de cada golpe que se le da en el yunque.

“Si hay violencia el trabajo no va bien, por eso uno debe sentir el acero y esta experiencia se acumula con el pasar de los años. Mi misión es transmitir a los jóvenes lo que he aprendido de los antiguos maestros”, dice el herrero de la ciudad de Kran.

“Aproveché la última oportunidad, ya que los maestros ancianos de quienes aprendí el oficio tenían 70 años. Aquellas personas eran más distintas de la gente actual, el mundo moderno se ha vuelto loco. Los herreros de antaño eran personas muy buenas y mansas. Cuando terminaban el trabajo les agradaba sentarse al lado del fuego, asar tocino, beber un poco de vino y así se sentían alegres de la vida.

Esas personas habían sufrido mucho porque habían perdido su tierra y sus talleres y parece que les hubieran tomado las almas.

Habían participado en guerras y a pesar de esto no había nada de revanchismo en ellos. Eran unas personas auténticamente buenas. A través de mi trabajo estoy tratando de transmitir a los jóvenes este buen trato hacia los demás y el amor por el trabajo pero la verdad es que no logro hacerlo. Las generaciones actuales son muy diferentes”.


Hay muchas personas que han pasado por la herrería, cuenta el maestro. La han visitado japoneses, franceses, checos, holandeses, portugueses, croatas. Todos desean ver cómo se forja el hierro porque en sus países ya no hay maestros.

“Puedo trabajar el día entero y el trabajo no me cansa, no me hace falta un descanso. Para mí el taller es un rincón del paraíso, allí me siento tranquilo. Así pasan mis días, estoy metido en el trabajo. La piedra pesa en su lugar. Si uno está enamorado de lo que hace, el trabajo no le agobia”.

Versión al español de Hristina Táseva

Fotos: Facebook / Stefan Chakov



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