Cada año el 25 de marzo la iglesia celebra una de las fiestas más preclaras, la Anunciación de Nuestra Señora. Marcada por la buena nueva de la inmaculada concepción, la fiesta es una expresión del infinito amor de Dios por las personas y sobre todo por la mujer-madre, que está bendecida para traer la vida nueva. La más pura entre las vírgenes fue elegida para dar a luz a Jesucristo quien devolverá a las personas al Reino del Cielo. Mediante la inmaculada concepción de la Virgen y la gracia de Dios, su útero fue santificado, así como toda la naturaleza femenina. Como una fiesta de la Virgen María, la Anunciación es Día de la Madre que está a un alto pedestal en los ojos de las personas y del propio Creador.
“La Anunciación es una de las grandes fiestas de la Iglesia Ortodoxa consagradas a la Virgen María que es un ejemplo de todas las mujeres y madres cristianas”, dice en una entrevista especial para Radio Bulgaria la teóloga y autora de literatura cristiana Alexandra Karamihaleva.
“Para todos nosotros es una fiesta de la esperanza justificada de que la llegada del Redentor que fue prometido después del pecado original, nacería en carne y hueso y redimiría la culpa de los hombres. Nuestro camino hacia el Paraíso, hacia el Reino de Dios volvió a abrirse para todos los seguidores fieles de Jesucristo. Tal vez aquí debemos señalar que la maternidad no entraba en los plantes de la Santísima Virgen que desde su más tierna infancia fue consagrada a Dios y había prometido que servirá al Todopoderoso como virgen durante toda su vida. A pesar de esto sin vacilar respondió a san Gabriel Arcángel con las palabras: “He aquí la criada del Señor; cúmplase en mí según tu palabra”.
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En la actualidad es difícil imaginar una humildad de esta índole sin el ejemplo que nos dio la Virgen María. Ella aceptó el llamamiento de Dios sin vacilar, sin miedo, sin dudas. “La vida de cada uno de nosotros, las dificultades y las alegrías son una infinita serie de anunciaciones en las cuales Dios de una u otra manera muestra su voluntad y espera una respuesta de nosotros”, dice Alexandra Karamihaleva y agrega que Dios nos revela su voluntad mediante nuestras obligaciones diarias y los motivos que tenemos siempre para actuar en conformidad con los mandamientos evangélicos.
Se trata de las alegrías, las circunstancias dolorosas, los graves retos, las necesidades de las personas a nuestro alrededor, las tentaciones que vienen a través de las personas que nos rodean.
“Prácticamente la esencia del cristianismo es ésta: dar una prueba de nuestra fe en todas las ocasiones cuando Dios nos lo pida. Responder con las palabras de la Virgen: “Cúmplase en mí según tu palabra”, en los casos cuando la voluntad de Dios no coincide con nuestros planes.
Cuando afrontamos algo que es inexplicable, no se puede resolver o es absurdo, cuando estamos en una situación sumamente complicada, cuando los peligros nos acechan por todas partes o cuando tenemos la sensación de que la vida da un giro al 180 grados, debemos darnos cuenta de la fuerza de nuestra fe en Dios, en el sabio plan de Dios para nosotros, en el amor y la misericordia de Dios. Entonces se ve hasta qué punto estamos decididos a entregarnos y a toda nuestra vida a Jesucristo, como prometemos durante la Santa Liturgia”.
Precisamente en las dificultades, independientemente de si se trata de algo personal o de retos que afrontamos como sociedad, es cuando nuestra fe en Dios es más firme, concluye Alexandra Karamihaleva y agrega: “La fe radica en la necesidad que tenemos de apoyado, de confianza, de la fuerza de Dios y como dicen las sagradas escrituras: “mi poder se perfecciona en la debilidad”.
Fotos: Pravoslavieto, BTA
Traducido y ublicado por Hristina Táseva
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