La Cordillera de los Balcanes prolifera de sorpresas. Si uno deambula por sus estrechos senderos, siguiendo su fantasía y su deseo de escapar del caos urbano, encontrará lugares inverosímiles. Este es el caso de los alrededores de la ciudad de Elena que por sí sola es una joya de la arquitectura renacentista búlgara. En esa parte los declives del monte ceden lugar a localidades cubiertas de bosques de robles y hayas que esconden tesoros turísticos insospechados.
Son muchas las personas que descubren su paraíso terrenal precisamente allí, en el corazón de la Cordillera de los Balcanes, cerca de la ciudad de Elena que es una parada obligatoria para los aficionados a la atmósfera llena de nostalgia que poseen sólo las poblaciones renacentistas. A principios del siglo XIX, mucho antes de que fuera oficialmente declarada ciudad, la villa de Elena tenía aspecto urbano con las típicas calles empedradas, casas macizas modernamente amuebladas, de interesantes formas y servicios públicos que en su momento eran una gran novedad como el sofisticado sistema de suministro de agua y el alumbrado público con farolas de petróleo. Hoy en día, el sabor de los tiempos pasados, cuando Elena era un próspero centro de oficios, todavía se puede sentir por las calles de la ciudad. Entre las curiosidades que vale la pena descubrir son los magníficos frescos de la iglesia más antigua de Elena, consagrada a san Nicolás, de finales del siglo XV, así como el cercano templo dedicado a la Asunción de la Virgen María, de 1837, que era la iglesia cristiana más grande en el norte de Bulgaria hasta la liberación del país del yugo otomano. Entre los símbolos turísticos de la ciudad es la llamada Daskalolívnitsa, o sea, el lugar donde se formaban los profesores, que era el primer instituto para formar profesores convertido hoy en día en un atractivo museo. La ciudad tiene centro turístico de información, así como algunos hoteles familiares muy buenos construidos en estilo renacentista.
Después de que uno se sumerja en el pasado y en el presente de Elena es hora de conocer los arcanos del área montañosa de Elena. En ella hay diseminadas varias aldeas a primera vista poco impresionantes con nombres extraños como Válkovtsi, Yákovtsi, Míykovtsi, Bláskovtsi, etc. Resulta que se trata de nombres de antiguos linajes de boyardos. La breve nota histórica nos ubica en el siglo XIV. Tras la caída de Bulgaria bajo el yugo otomano, desde la cercana ciudad de Veliko Tárnovo comenzaron a llegar boyardos ahuyentados por el invasor, en busca de refugio en medio de las inaccesibles cumbres montañosas. Los refugiados llegaron con sus familias y fundaron las aldeas que denominaron con sus apellidos. Por esto a sus habitantes actuales no se les pasa por alto presumir por su sangre azul. Además, la gente de allí tiene espíritu emprendedor y lleva varios años dedicándose al turismo rural en conformidad con las reglas europeas.
En muchas de esas aldeas se pueden encontrar magníficas casas para huéspedes. Es difícil reconocerlas porque desde fuera no difieren en nada del resto de las casitas montañosas. Sin embargo, si uno pisa su umbral quedará pasmado. Las comodidades, y en algunos casos el lujo que ofrecen no tienen nada en común con su humilde aspecto. Incluso en el lugar más aislado uno puede contar con Internet, televisión por cable, conexión móvil, etc. Un atributo obligatorio últimamente es la piscina en el patio cerca de las mesas bajo la sombra del parral, así como la buena cocina en que los platos de carne gozan de gran interés.
El turista no debe olvidarse de pedir la especialidad de la localidad, el jamón de Elena, preparado según una receta autóctona. Se trata de una carne tierna porcina condimentada con un abanico de hierbas curativas. “Es importante el clima porque a la carne no se le agregan ningunos conservantes aparte de la sal y se va secando de un modo natural”, explica Kristina Vasíleva del Centro Turístico de Información de la ciudad de Elena. Después de que uno haya probado los manjares típicos de la región es bueno que pasee por los alrededores de la ciudad. El monasterio de Kapina, bellamente decorado por dentro y por fuera, construido en el siglo XIII es una de las curiosidades locales. El santuario dispone de un hotel en que se alojan personas que buscan tranquilidad y aislamiento. La presa de Yóvkovtsi es un paraíso para los aficionados a la pesca y los deportes acuáticos. Hay un sinnúmero de posibilidades de hacer recorridos peatonales en el monte. Algunos senderos ecológicos de diferente longitud y grado de dificultad llevan a bellas cascadas y profundos abismos intactos por la mano humana.
Han sido habilitados rincones que disponen de bancos, mesas y barbacoas donde los turistas llevan productos elaborados en el área de Elena, como carne, queso blanco y amarrillo, cuenta Kristina Vasíleva. Si nuestros huéspedes desean pueden recoger setas y hierbas curativas. Preparan la comida in situ y esto les agrada mucho. En la región hay trolley sobre tramos rupestres y riachuelos que ofrecen un verdadero reto para pequeños y adultos. Contamos con dos bases de equitación. Organizamos clases de alfarería para los aficionados.
Encantados por la pureza y la belleza de este rincón de Bulgaria un número cada vez mayor de los vecinos de Sofía adquiere casas antiguas para convertirlas en chalés. En la región se han asentado extranjeros que se sienten excelentemente en medio del silencio y la hospitalidad de la Cordillera de los Balcanes. No es de extrañar que los inmuebles en los alrededores de Elena hace tiempo han sido comprados y la gente local desarrolla negocios turísticos exitosos.
Versión en español por Hristina Táseva
Fotos: Veneta Nikólova
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