Desde principios del año en la UE está en vigor un nuevo reglamento del contenido, la trazabilidad del origen y el etiquetado de los alimentos que permite que los consumidores sean relativamente bien informados y hagan una elección saludable. Este es un asunto de suma importancia en nuestros días, cuando la globalización coloca la industria alimenticia en un entorno extremadamente competitivo. Productos agrícolas y alimentos de un extremo del mundo llegan sin problemas al otro, y el afán de precios más bajos conlleva la invención de nuevas tecnologías para sustituir un componente con otro que es más barato pero muchas veces poco saludable. Apareció la cacareada serie de las letras E para designar componentes de esta índole de los cuales hemos de tener cuidado. Prácticamente para el consumidor se hace cada vez más difícil orientarse en esta jungla codificada muchas veces escrita con las letras más diminutas para caber en la etiqueta.
Antonia Parvanova, eurodiputada búlgara, que ha participado activamente en el proceso de aprobación del último reglamento europeo en este ámbito, lamenta que la UE haya rechazado la implementación del llamado “semáforo nutricional”. Mediante un círculo rojo, amarrillo o verde sobre la etiqueta se indica la cantidad de sal, azúcar, grasas, incluidas las grasas trans, en un determinado producto, con respecto a la dosis diaria saludable.
“El sistema de códigos en colores está destinado a los ciudadanos que no se pondrían a evaluar o comparar uno u otro producto según su contenido”, dice la señora Parvanova. El etiquetado en rojo, amarrillo o verde orientaría al comprador de la dosis recomendable de grasas trans, sal o azúcar en el respectivo producto”.
El sistema apareció primero Gran Bretaña y tuvo una amplia difusión pero se ganó a muchos adversarios. En el marco de las instituciones europeas, Italia ha reclamado su prohibición argumentándose que obstaculiza la libre circulación de mercancías en la comunidad. Cabe decir que toda regulación en el campo de los alimentos es resultado de una ardua lucha. Por un lado de la barricada está la industria alimenticia con sus 17 millones de compañías y producción anual por un valor de 750 mil millones de euros. Por el otro, más de 500 millones de consumidores. “No había visto hasta ahora hacer lobby con mayor tenacidad que la vertida a favor de las industrias tabacalera y alimentaria”, comenta Antonia Parvanova, médico de profesión.
Como resultado de este lobby y la nueva regulación europea sobre el contenido y etiquetado de los alimentos seguiremos sin saber si consumimos carne u otros productos de animales clonados, miel de polen genéticamente modificado, endulzantes como el aspartamo o transgrasas. Estos últimos llamados aceites vegetales hidrogenados se utilizan cada vez con más frecuencia porque hacen los productos más baratos y más duraderos. Los podemos encontrar en todas partes: en la margarina, en la mayonesa, en la nata vegetal, en panificables y dulces de producción industrial, en patatas preparadas en freidoras, incluso en los chocolates donde sustituyen la mantequilla. Desde 1990 a esta parte, comenzaron a aparecer estudios científicos que prueban el daño de las grasas trans que elevan el nivel del llamado colesterol malo y entrañan riesgo de enfermedades cardiovasculares y diabetes.
En el proceso de elaboración del reglamento europeo no ha sido aceptada la propuesta de que la existencia de las grasas trans se anote obligatoriamente en la etiqueta de los productos alimenticios. Sin embargo, magnánimamente se les permite a los diferentes países implementar este requisito en su territorio. El tema es muy actual en Bulgaria.
“Me parece que para Bulgaria sería sumamente útil que la Agencia de Seguridad de los Alimentos adopte medidas para que en las etiquetas se indique obligatoriamente el contenido de grasas trans en el producto”, opina la doctora Parvanova. En las redes sociales es apoyada la propuesta de que las grasas trans sean prohibidas en los alimentos para niños.
Versión en español por Hristina Taseva
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