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Penio Penev: “Si pierdes la fe, lo pierdes todo…”

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Foto: Archivo

Cada uno tiene su sendero. Un sendero apresurado, que busca al hombre. También yo he tenido mi sendero entrañable. Sí, lo he tenido, pero un paso más y llega su fin. Es un sendero recorrido…

Es un fragmento del poema “El sendero recorrido”, del poeta Penio Penev, que recorrió el suyo en apenas 29 años. La última nota que escribió en la noche fatal de un 27 de abril de 1959 rezaba: Estoy harto de ser destechado, desempleado y desamado…

Es todo lo contrario de lo que dijo sobre él otro poeta nacional, Stefan Tsanev: Me pregunto ¿por qué entre los muchos, el pueblo escogió, precisamente, a Penio Penev, por qué lo aceptó justo a él en su corazón? El no ocupaba altos cargos para imponer su talento con las herramientas del poder; no se forjaba con sus propias manos la corona de oropel de un genio de la Administración; los críticos no le loaban con odas lisonjeras; no embaucaba a las adolescentes con versos babosos, ni a los esnob con metáforas hipócritas; no componía sus versos en lujosos apartamentos; no examinaba la vida a través del cristal de la ventanilla de un automóvil oscuro; no iba a cazar en cotos cercados con alambres de púa; no llevaba una vida holgada en dachas sombreadas ni dirigía desde ahí consejos al pueblo sobre cómo debía trabajar y cómo debía vivir, en qué debía creer y de qué debía desconfiar. Penio Penev vivía como vivía el pueblo. Trabajaba como trabajaba el pueblo. Comía lo que comía el pueblo, bebía en las tabernas en que bebía el pueblo, creía en lo que creía el pueblo, odiaba lo que odiaba el pueblo. La tristeza del pueblo era su tristeza, la alegría del pueblo era su alegría. Por esto, el pueblo reconoció sus palabras como propias. Tal vez alguien diga que todo esto es muy elemental, que es demagogia y, posiblemente, ponga muchos ejemplos en prueba de lo contrario. A pesar de ello, seguiré pensando que el pueblo ama a Penio Penev, precisamente, porque él se confundió con el pueblo. Hay un proverbio que dice “El harto del ayuno no tiene duelo ninguno”. No estoy muy seguro de si esto es cierto, pero de lo contrario no tengo duda. Para que el pueblo confíe de ti has de vivir como él, no vivir como un rey y decirle: “pueblo mío, pienso en ti y lloro por ti”.

Penio Penev confiaba que estaba construyendo el futuro, luminoso y puro, basado en la fraternidad y la belleza. Confiaba y vertía en versos el romántico intento de la nación de transformar Bulgaria. No se limitó a escribir versos que cargaran a la gente de entusiasmo y de confianza de que se haría realidad algo mejor, sino que se incorporó él mismo a la construcción con total entrega. Sus palabras y su fe evocan las de otros dos poetas nacionales: Hristo Botev, que tomó camino a la cima Vola, donde se inmolaría por la libertad de Bulgaria, con solo 28 años de edad, y Dimcho Debelianov, que se alistó en el ejército y marchó al frente a combatir por Bulgaria en la Primera Guerra Mundial, donde perdió la vida con solo 29 años. A cada uno de ellos podrían pertenecer las palabras de Penio Penev: Si pierdes dinero, no pierdes nada, si pierdes el honor, pierdes algo; si pierdes la fe, lo pierdes todo.

A pesar de que su poesía era aprovechada para hacer propaganda política, Penio Penev nunca escribió versos por encargo. No obstante, habiendo pasado por el desempleo, la miseria, la falta de dinero, la envidia, las denuncias calumniosas y la falta de reconocimiento, el poeta perdió su fe. Optó por marcharse de este mundo como lo habían hecho sus ídolos, los poetas Mayakovski y Esenin. Personas como él no cabían en aquella época ni en su poesía. Los verdaderos poetas entienden por qué.

Citaremos una vez más a Stefan Tsanev: El poeta tiene un solo dios, la verdad; un solo mandatario, el pueblo; un solo juez, su consciencia. Cuando procuraron hacerle vacilar y privarle de estos tres altos principios, Penio Penev prefirió suicidarse para dar prueba de que estaba en lo correcto. Jamás olvidaré la pesadilla de aquel día de abril de 1959. Entonces nosotros, unos veinteañeros inspirados y atrevidos, entendimos de pronto que la poesía no es un bello juego vanidoso. Aquel día comprendimos con tremenda fuerza que la poesía es un juego de vida o muerte. No existen otros tiempos, ni tiempos diferentes. Todo quien tienda la mano a la pluma debe saberlo muy bien. Debe estar dispuesto a pagar con su vida por la verdad. La poesía y la vida no tienen otra prenda. Sin esta prenda de muerte, hasta la poesía más talentosa no seria sino una talentosa falsificación.

Versión en español por Raina Petkova



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