A comienzos del siglo pasado, un búlgaro abandonó la patria recién liberada, para allanar el camino a las grandes voces búlgaras y conquistar los escenarios de ópera más prestigiosos del mundo.
Pétar Ráychev, un brillante tenor con voz de bel canto y una fascinante presencia en el escenario, es el primer compatriota con una carrera internacional idolatrado por el público de La Scala, el Covent Garden, la Metropolitan, la Staatsoper, la Grand Opera, el Teatro Bolshóy. El estreno reciente de su libro autobiográfico Una vida, un canto es un motivo de recordar este forjador de la Bulgaria contemporánea que colocó uno de los tantos peldaños de la escalera por la que hasta la actualidad suben los talentos operísticos búlgaros.
“Su carrera comenzó de forma impresionante en 1912 en el escenario de la Covent Garden, y casi hasta 1944 actuaba activamente como artista invitado en los principales teatros de ópera. Su repertorio abarcaba más de 80 papeles operísticos y centenares de canciones. Fue una época distante en la que ser un cantante lírico famoso era algo extraordinario. Por eso Pétar Ráychev actuaba con personalidades como Shalyapin, Caruso, Gigli, Dal Monte”.
El artista nació en 1887 en la ciudad portuaria de Varna, en la costa búlgara del mar Negro. La primera música que llegó a él fueron las canciones de cuna de su madre. Comenzó a revelar su don en sus años escolares cuando se incorporó al coro eclesiástico de Dobri Jrístov, renombrado compositor y pedagogo búlgaro.
“Pétar Ráychev fue una personalidad versátil dotada de muchos talentos – prosigue el nieto del gran cantante –. Estudió literatura en la Universidad de Sofía y se graduó por la Escuela de Dibujos. Quería ser escritor, pintor pero, en realidad, aún desde la tierna edad anhelaba cantar. Ya que aquí todavía no había Conservatorio se fue a estudiar a Moscú con la ayuda de su hermana, porque en el Ministerio que concedía las becas le dijeron que no había dinero para ineptos. Se graduó en tres en vez de en cinco años, luego rechazó la oferta de ser solista del Teatro Bolshóy porque no se creía estar preparado para el escenario, y con una beca del Bolshóy se fue a estudiar en Italia”.
En Italia, en Nápoles Pétar Ráychev estudió con el célebre pedagogo Fernando de Lucía y de repente las puertas de las casas de ópera se abrieron ante el joven búlgaro. Comenzó a colaborar con las grandes voces de la época y también a moverse entre la élite cultural europea. Así fue cómo conoció al escritor austriaco Stefan Zweig.
“Mi abuelo actuaba en un concierto benéfico. Entre los invitados, actores y escritores, se encontraba también Stefan Zweig. Cuando presentaron a Pétar Ráychev precisando que es búlgaro, Stefan Zweig le miró con interés y se dirigió hacia él. “Se me acercó y me dijo que era un honor verme”, contaba mi abuelo que no recordaba que se conociesen. “No se extrañe, nunca nos hemos visto pero me agrada saber que es usted búlgaro. ¿Qué puede decirme de Vidin?", le preguntó Stefan Zweig. Resulta que sus bisabuelos eran emigrantes búlgaros de esta ciudad y que en las venas del escritor corría un poco de sangre búlgara”.
En la patria, el entorno cultural del cantante lo integraban grandes figuras ilustradas como el patriarca de la literatura búlgara, Iván Vázov, el poeta Dimcho Debelyánov, el maestro de la narración corta, Elín Pelín, entre muchos otros.
En 1936, en el cenit de su carrera operística Pétar Ráychev regresó a casa para afirmar el arte lírico también en Bulgaria. Por un lado, es un sacrificio ante la patria, por otro, un honor y un privilegio para un búlgaro patriota. El artista fundó teatros, se dedicó a la dirección y a la enseñanza. A menudo se enfrentaba con los “oídos sordos” entre los dirigentes de la cultura, pero nunca se dio por vencido conservando su fervor hasta su último aliento.
Versión en español por Daniela Radíchkova
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