Grandes y pequeños, coloridos y con trajes algo gastados, asoman con sus ojos relucientes en el espacio de La Casa de las Muñecas, donde los moradores vienen a la vida cuando cae la noche. Son los clowns, los niños sonrientes de Rálitza Filipová, que colecciona con pasión estos muñecos con caras pintadas. La exposición La sonrisa del clown fue inaugurada el 16 de abril, Día Internacional del Circo.
De niña Rálitza vivía muy cerca del edificio del Circo Estatal de Sofía (convertido en pasto de las llamas en septiembre de 1983) y se sentía atraída por un mundo donde lo imposible se convertía en un milagro, y los colores radiantes contrastaban con la reinante entonces monotonía gris. Más fascinada se sentía, sin embargo, por el clown. Hoy en día Rálitza opina que percibía intuitivamente lo que él personifica: la capacidad de levantarse tras cada golpe que se recibe, hacer frente a las vicisitudes del destino con una sonrisa y seguir adelante.
Tal y como hace el clown aun cuando es pateado en la pista de la vida –dice y agrega– : Tal vez está triste y solo porque nadie le entiende. ¿Cómo sonreír cuando le han echado, cuando le han propinado una patada por detrás, cuando le han ofendido? Realmente, entonces está solo, pero siempre sonriente en su interior. Mis muñecos, excepto los dos directores orquestales, también son sonrientes. Es por eso que hice la exposición, porque sonreímos cada vez menos. La sonrisa se transmite de persona a persona, y si consigo contagiar a la gente con una sonrisa, ella la pasará a otros y así el mañana será más sonriente.
Rálitza se topó con su primer clown en Praga. La cautivó con sus colores esplendentes y su semblante sonriente. Hace ya un cuarto de siglo que la sigue de una casa a otra y no tiene celos del resto de la compañía, que crece a ritmo vertiginoso.
La pasión coleccionaista de Rálitza estalló hace cuatro años cuando su esposo le regaló un clown de nariz azul. Desde entonces, la atracción es mutua y correspondida. Algunos clowns la esperan en una maleta maltrecha en un mercado de pulgas, a otros su olfato infalible le ayuda a excavar de entre los montones de objetos y juguetes, terceros, con el alma enmudecida, piden simplemente que los adopte.
Cada uno viene con su historia –cuenta Rálitza– , como, por ejemplo, uno de los últimos, el verde y naranja; es muy viejo. Un día, hace como un mes, estaba afligida. Al entrar en la oficina del Departamento de Programas para Niños de la Televisión Nacional, donde trabajo, lo vi. Estaba sentado en una silla con un pie roto. ¡Lo habían puesto enfrente de mi escritorio! Es imposible describir la alegría que sentí, mi día simplemente se transformó. Enseguida lo llevé donde mis amigos maestros de muñecos, del taller de la Academia Nacional de Arte Teatral y Cinematográfico. Necesitaba una reparación seria. Y hélo aquí ahora.
El muñeco, de una pernera verde y otra, color naranja, y con zapatos con punteras respingonas, mira con altivez desde lo alto –¿acaso no es un clown colgante? El clown volador ha dado la espalda, pasando de los visitantes, mientras que el enamorado sonríe radiante –ya que él ama a la gente, la vida, todo. Un señor de pantalón azul, corbata de lazo roja y gorra de rayas es el más díscolo; se balancea sobre una escalera de caracol, da vueltas por donde le da la gana y le resulta difícil permanecer tranquilo. Justo debajo de él, en uno de los escalones, con caras serias y pelo revuelto se han instalado los directores orquestales. Mientras, los bebés duermen, apacibles, en una maleta.
Hiciera lo que hiciese, la vida de Rálitza Filipova gira en torno a los niños; se dedica a escribir cuentos infantiles, piezas de teatro, programas de radio y de televisión... y también a sus 210 clowns. En su programa televisivo Million y dos sonrisas inventó la llamada gimnasia para clowns y lamenta que Stephen King haya asustado a más de un niño con su malvado clown ficticio conocido como Eso. Pero, ¿acaso no es precisamente el clown el que va a visitar a los niños enfermos?
Ser clown es vocación, es forma de pensar, dice, convencida, al final Rálitza Fílipova y da como ejemplo al klown Koko, el actor Nikolay Nikoláev, que desde hace varios años cura a través de la risoterapia a los niños en un hospital de urgencias capitalino.
Versión en español por Daniela Radíchkova
Fotos: Diana Tsankova
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