Cada vez que nos enteramos de noticias sobre compatriotas nuestros que hayan aportado por su inteligencia, talento y labor al desarrollo del mundo nos decimos que todavía hay esperanza para la salvación. Una de estos compatriotas es la doctora Emilia Encheva, quien dirige el laboratorio de optogenética cardíaca en la universidad “George Washington”, en EE.UU., y recientemente ha hecho público en la prestigiosa revista Nature Communications un método innovador para el diagnóstico y el tratamiento mejores de pacientes aquejados por dolencias cardíacas.
Algas, luz e ingeniería genética son vocablos que suenan en forma accesible y familiar pero, al mismo tiempo, de modo enigmático en el descubrimiento mundial para la medicina al que ha arribado la doctora búlgara.
Mi laboratorio es uno de los primeros que han podido extraer proteínas fotosensibles de algas y utilizarlas en las células cardíacas. Estimulamos estas células y registramos su actividad eléctrica. Esto nos ofrece la posibilidad de ensayar muy rápidamente medicamentos y componentes químicos para verificar su toxicidad potencial. El interés por nuestra labor es bastante elevado, ya que actualmente no existe otro sistema similar.
Hace sólo medio año que la doctora Encheva pasó a presidir el laboratorio de optogenética de la citada universidad y, en tan corto plazo, consiguió hacer un descubrimiento con su potencial en dos orientaciones.
Una de estas orientaciones es la de los ensayos masivos de los fármacos con el fin de hacerlos inocuos y sin efectos colaterales. La segunda orientación apunta a la creación de nuevos marcapasos y desfibriladores que utilicen menos energía. De esta manera no se cambiarán las pilas de los dispositivos implantados en los pacientes. Es decir, a través de la estimulación óptica esperamos modificar la forma del tratamiento de personas con cardiopatías, dice la doctora Encheva.
Tras haber residido 15 años en Nueva York, la doctora Encheva, acompañada por su equipo, se trasladó a Washington para crear el nuevo Departamento de Ingeniería Biomédica en la universidad washingtoniana, situada en proximidad a la Casa Blanca. Su sueño americano se había iniciado en el ya lejano año 1994 cuando llegó a Memphis con la intención de dedicarse a trabajos científicos.
Lo bueno en EE.UU. es que la sociedad le concede una oportunidad a cualquiera, independientemente de la edad que tenga, siempre y cuando uno tenga la motivación y la ambición de lograr el éxito en su labor, dice la doctora recordando sus primeros pasos. Hice un doctorado, logré traer acá a mi familia, me desempeñé durante tres años en la universidad “Johns Hopkins” de Maryland y luego obtuve el puesto de profesora en Nueva York. No fue fácil pero ahora las dificultades ya están en el pasado y no lamento haber tenido que hacer esta transición.
Le cuesta a uno encontrar otro país de oportunidades tan buenas y de inversiones en la ciencia, estima convencida la doctora búlgara. Es por esto que los EE.UU. son el centro de la medicina mundial aunque en todos los países haya personas creativas. Es precisamente en los EE.UU. donde la doctora Emilia Encheva se siente apreciada y disfruta de reconocimiento.
Mientras más avanzas en la carrera, más político se vuelve el entorno y, como en todas partes, los niveles elevados están siendo dominados por hombres. Tras haber superado determinados grados del éxito te cuesta imponerte y rivalizar con ellos. No obstante, sí hay reconocimiento, aunque no es fácil conseguirlo, hay que tener tenacidad y constancia, ser combativo, no desesperarse y no renunciar. Esto es lo básico para que uno tenga éxito en los EE.UU.
Más de un compatriota nuestro está agraciado con estas cualidades y la prueba de ello se produjo con la publicación del descubrimiento de la doctora Encheva. Simultáneamente y sobre el mismo tema, vio la luz el escrito científico de otra búlgara, Natalia Trayanova, quien ha complementado el método innovador con modelos informáticos capaces de predecir cuáles de los pacientes son aptos para someterse a implantes de desfibriladores. Aunque sea una coincidencia, las dos estudiosas búlgaras han accedido juntas a los círculos científicos tras redactar en 1996 su primer escrito científico común que ha marcado el comienzo de su camino ascendente.
Versión en español por Mijail Mijailov
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