Muchos creen que en las obras maestras de los genios están codificados conocimientos y secretos que se pueden descubrir simplemente abriendo los sentidos. Y la música es una de las musas más solicitadas para transportarnos a mundos imaginarios. Cada vez más gente dice, por ejemplo, que la música cura. Pero, ¿puede dar sentimientos a las fresas?
Un experimentador lleva cinco años poniendo en sus campos de fresas la música más perfecta. Al son de Mozart cultiva fruta no sólo dulce, sino también con un sabor "mágico".
No utilizamos fertilizantes, la tierra está muy limpia, por ello saben así de bien, llevan el sabor del pasado. En la música se construyen los sonidos de nuestro planeta que se pueden escuchar desde el Espacio, y que cargan las fresas de energía.
El propietario de la plantación de fresas Ivo Dzhedzherov descubre el secreto de su método: está convencido de que con ayuda de la música las plantas entran en armonía con la Naturaleza. Al principio, sin embargo, no buscaba el número perfecto de Fibonacci entre los pentagramas de Mozart. A pesar de ser economista con una prometedora carrera en Londres, un día simplemente se dio cuenta de que ya no se le presentaban retos que le sacaran de su zona de confort. Siguió entonces su instinto y se fue a la región noroeste de Bulgaria, la más pobre del país, para cultivar fresas.
Entonces no sabía absolutamente nada sobre agricultura, cuenta Ivo Dzhedzherov. Un antiguo colega mío de la Universidad de Economía Nacional y Mundial tenía contactos en fábricas del sur que procesan fruta y hortalizas procedentes de Europa del Este. Me dijo que había empresas interesadas en cerrar contratos a largo plazo para la producción de fresas, que podían fijar precios para varios años, comprar toda la producción, e incluso financiar el desarrollo de las plantaciones.
Ivo Dzhedzherov eligió entonces rápidamente un campo al pie de las rocas de Belogradchik, después ganó un proyecto europeo y devolvió su crédito. Actualmente cultiva fresas en un terreno de 10 hectáreas, que exporta a Italia, Alemania, Austria y Holanda, y proporciona trabajo estacional a alrededor de 80 personas de la localidad.
En el mercado búlgaro cuesta colocar las fresas, porque aún no hay demanda de producción biológica, dice. En cuanto a la materia prima que se vende en la bolsa y de ahí va a las tiendas o a los mercados, a los comerciantes no les interesa su sabor, sólo su aspecto, su bajo precio y su resistencia, para que no se les pudra la fruta. Llegamos a la conclusión de que no tiene sentido intentar competir con las fresas de Grecia, por ejemplo, para cuya producción hay subsidios. Desde el principio nos propusimos cultivar productos realmente biológicos o nada. En el futuro, sin embargo, planeamos vender en el mercado búlgaro una parte de la producción para su consumo en fresco, como postre. Actualmente lo que producimos son fresas de tipo industrial, que se congelan recién recolectadas y se utilizan para mermeladas y dulces en el extranjero.
La vida de pueblo después del ritmo londinense le parece idílica a Ivo Dzhedzherov. Y aunque pasa la mayor parte del tiempo en Sofía, siempre regresa con entusiasmo a sus fresas.
En el pueblo todo es distinto, no hay prisa ni estrés, sólo tranquilidad. La gente es más relajada y auténtica, no es resignada ni hipócrita, ni centrada en estudios y trabajo. Lamentablemente, en los bloques de cemento en los que vivimos se pierde la conexión con la Naturaleza. Así, cuando vamos al pueblo nos podemos relajar, e incluso ir descalzos.
Ivo Dzhedzherov sueña a veces con hacer del mundo un lugar mejor. Tal vez no lo haya conseguido, pero seguro que lo ha hecho más sabroso.
Versión en español por Marta Ros
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