A principios del siglo pasado las humildes mujeres de Kalofer, en la provincia de Plovdiv, creaban piezas de un encaje más delicado y ornamentado que el de Bruselas. No adquirieron sus conocimientos en academias de arte ni en grandes ciudades europeas, ni sabían de tendencias de moda. Pero tenían lo más importante: sed de conocimientos y alma creativa, espíritu descubridor y gran fantasía.
En la ciudad renacentista de Perushtitsa retornamos a un tiempo en el que sus habitantes perfeccionaron este arte cuya finura cautivaba el corazón de Europa. La llamada escuela Danovo, que lleva el nombre de su primer profesor, Hristo G. Danov, acogerá del 8 al 14 de septiembre a quienes deseen aprender a producir diversos tipos de encaje: de Bruselas, frivolité, calados, kené…
El secreto del encaje de Bruselas fue traído a la Bulgaria liberada por Elisaveta Karaminkova, que lo enseñaba al principio a las mujeres de Kalofer. Y tejer encaje se convirtió rápidamente en un pasatiempo popular en la ciudad. Sin embargo, no era simple imitación: a partir de los modelos europeos nuestras maestras crearon más de cien nuevos tipos, y el encaje de Bruselas pasó a llamarse encaje de Kalofer.
Los habitantes de Kalofer consiguieron abrir rápidamente una academia en la que se enseñaban los tejidos básicos. En menos de medio siglo lograron también crear escuela propia y ganar una medalla de oro en la exposición mundial, y todo esto en el lugar donde se estableció el encaje, cuenta Ema Zhunich, que lleva cursos de producción de encaje en Perishtitsa.
Sin embargo, ¿qué novedades puramente búlgaras aportaron los habitantes de Kalofer al tejido de encaje?
El encaje de Bruselas es muy etéreo, su tejido es flojo como una gasa, por eso no es demasiado firme y no se puede lavar ni almidonar a menudo”, explica Ema Zhunich. “La primera innovación búlgara es apretar el encaje para que se sostenga bien. Lo segundo es que nuestros modelos están salpicados de decenas de hojas en forma de girasoles, flores, animales, pájaros, mazorcas de maíz…Y un hecho curioso es que incluso hoy en día difícilmente se pueden atribuir esas hojas a la ciudad de Brujas, cuna del encaje de Bruselas.
Ema Zhunich afirma que el encaje de Kalofer es una de las labores más caras, no sólo en Bulgaria sino en todo el mundo. Por desgracia, aquí las cosas se confunden, y añade: Quienes tienen dinero no tienen buen gusto artístico y prefieren comprar mantelitos dorados de plástico estampado. Por otro lado, a aquellos que lo valoran y aprecian no les sobra el dinero y el que tienen lo dedican a cosas más esenciales. La maestra del encaje trabaja en su día a día en el teatro musical del instituto de la Academia de las Ciencias de Bulgaria, pero se ha impuesto a sí misma la misión de revivir al menos una parte de las habilidades de nuestros antepasados. A los 16 años buscó a una señora mayor para que le enseñara a usar la aguja en su ático. Por eso no niega explicaciones sobre cómo tejer encaje y se alegra especialmente cuando los jóvenes se interesan en ello. Pero mientras en la tierra natal del encaje de Bruselas la continuidad entre generaciones es un hecho, en Bulgaria cada vez menos chicas heredan estos conocimientos de sus abuelas, lamenta Ema Zhunich.
En Brujas los días de fiesta las flamencas salen delante de sus casas a tejer vestidas con trajes tradicionales. Los turistas hacen fotos, y les compran piezas a ellas en vez de ir a las tiendas. Pero lo mejor es que además de mujeres mayores también hay jóvenes que tejen con destreza. Y en Bulgaria decimos, que tejan nuestras ancianas. Pero las jóvenes no conocen el gran placer que supone crear algo por ti mismo, primero imaginarlo y después llevarlo a cabo con tus propias manos. No se puede comparar ni con el modelo más caro que se pueda comprar en las tiendas flamencas. Y de esto, por desgracia, ya hemos privado a las próximas generaciones.
Pero si conservamos algo del pasado que nos pueda ser útil, antes o después volverá de alguna forma y nos lo agradecerá, dice convencida la maestra del encaje.
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