En nuestro frenético día a día a veces nos paramos por un momento a soñar con tierras exóticas o cosas románticas de nuestra juventud y no nos damos cuenta de cuán realizables son nuestros sueños. El camino a las puertas del paraíso está a 40 minutos de Sofía con el autobús interurbano. Ahí, entre las montañas Plana y Lozenska, en la orilla izquierda del río Iskar, nos aguarda el pueblecito de Dolni Pasarel con su álamo centenario en la plaza y las praderas cubiertas de una alfombra que huele a tomillo y fresas silvestres. Oficialmente tiene 1.300 habitantes, aunque en realidad son alrededor de 2.000, según la alcaldesa de Dolni Pasarel, Natalia Alexandrova.
Nos habla sobre la historia de este pueblo ordenado y acogedor Nikola Yanev, maestro de literatura jubilado.
El nombre Pasarel viene del emperador Balduino de Flandes y sus soldados, capturados en la batalla de Edirne en 1205 por el zar Kaloyán, el cual les repartió por el país. Entre ellos se encontraba el barón Arel, residente en la montaña de Lozen. Según la leyenda, el nombre del pueblo viene de la raíz "pass", pasar, y el nombre "Arel", y significa "desfiladero de Arel".
El pueblo se fundó en las alturas, cerca del actual Dolni Pasarel.
El antiguo pueblo se encontraba a dos kilómetros al oeste del actual, en un lugar llamado Tsarkvishte. Ahí se descubrieron los cimientos de una iglesia de 78 m² y restos de un castillo. Desde hace poco hay también una capilla, dice Yanev, y explica que se construyó por iniciativa de dos jóvenes y se financió a base de donaciones y mano de obra de la gente de la localidad.
El camino desde aquí hasta el cercano pueblo de Dolni Lozen lleva hasta Polovrak, el tercer pico más alto de la montaña de Lozen con 1.182 metros, desde el que hay unas vistas fantásticas de Sofía, Stara Planiná, Vitosha, Plana, Rila, la presa de Iskar, y los pueblos de Dolni Pasarel y Lozen.
Unos metros por debajo del pico hay un monumento al soldado desconocido de los partisanos de Gueorgui Benkovski.
Pero volvamos a Pasarel. Cuando el pueblo se trasladó de Tsarkvishte a su emplazamiento actual, sus habitantes construyeron ahí una nueva iglesia, cuenta el Sr. Yanev.
Fue construida a base de mampostería y barro en la época del dominio otomano. Entonces no teníamos derecho a erigir iglesias altas, por eso es tan baja: sólo se levanta un metro por encima del suelo. Fue pintada después de 1878 por artistas de la escuela de Samokov. Los frescos aún se pueden ver, pero la humedad los ha destruido.
El maestro explica que por el pueblo pasaba un antiguo camino que utilizaron sucesivamente los tracios, los romanos y los turcos. No faltan interesantes hallazgos arqueológicos. Se puede pasear hasta las ruinas de la fortaleza judía y la de Rabul.
En la fortaleza de Rabul había una entrada parecida a la "puerta de los camellos" de la muralla romana de la ciudad de Hissar, pero ya se destruyó, especifica nuestro interlocutor. Según dice, se cree que la fortaleza judía fue un regalo del zar Iván Alexander a su esposa Sara, que era judía.
En la época del zar Borís III, la fortaleza judía era un lugar de recreo para los habitantes de Sofía, así como otra fortaleza de la zona, la de Urvich, con caminos y bancos. Entonces no existía la presa de Iskar, que actualmente satisface las necesidades de agua de los habitantes de la región. En su lugar había manantiales cálidos llenos de peces, cuenta Yanev. La aparición de la presa se convirtió en una tragedia para los lugareños. Antaño junto a Dolni Pasarel estaba el pueblo de Gorni Pasarel, que quedó en la parte superior de la presa, y su población fue repartida por todo el país.
Paseando por Pasarel llegamos al monumento al capitán Dimitar Spisarevski, que recuerda los bombardeos americanos sobre Sofía en la Segunda Guerra Mundial. Se le terminó la munición en pleno combate aéreo con cazas norteamericanos, y Spisarevski dio su vida para impedirles bombardear la capital.
Fue aquí, justo encima del pueblo, donde él realizó su hazaña. Se estrelló contra uno de los aviones estadounidenses. Empezó a salir humo de su avión y cayó a dos kilómetros del pueblo. El americano también cayó, en la fortaleza de Urvich. Uno de los pilotos estadounidenses logró saltar en paracaídas. Todo el pueblo vio cómo el viento se lo llevaba hasta la montaña, donde tomó tierra, recuerda Nikola Yanev, y cuenta un simpático detalle que muestra la pragmática forma de ser de los búlgaros.
Quienes encontraron el paracaídas se lo repartieron. Utilizaron la seda blanca para hacer camisas, las cuerdas para atar gavillas de heno, y partes del avión para cobertizos. Uno de los habitantes del pueblo llevó a Sofía una gran pieza de aluminio para hacer de ella 100 cucharas de aluminio que se utilizaron en todo el pueblo para bodas, banquetes y bautizos.
Versión en español por Marta Ros
Fotos: MIglena Ivanova y pasarel.eu
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