Sus cuadros irradian luz, y el misticismo que los envuelve deja mensajes que trascienden nuestro mundo rudo y materialista. En los tintes amortiguados se encuentra encerrado el saber conservado en las tierras búlgaras desde la Antigüedad.
Lili Dímkova ha escogido 113 cuadros para referirse a su trayectoria vital, creativa y espiritual.
Esta mi exposición es jubilar y retrospectiva. Se trata de medio siglo en el que he podido trabajar de este modo, o sea, buscando la luz, procurando captar lo más hermoso capaz de existir en la naturaleza y en el espíritu del ser humano, dice la artista sobre su exposición montada en una céntrica galería de Sofía. He pintado todo un ciclo de retratos de titanos del espíritu búlgaro como Iván Vazov, Cirilo y Metodio, Vasil Levski, Boyan Maga, San Juan de Rila, Nikola Vaptsarov. Son sendos soplos del espíritu cuyos ojos nos hablan y nos ayudan a superarnos.
Crecida en el hogar de Patar Dimkov, gran curandero popular, la pintora ha imitado el ejemplo de su padre: servir a los demás y hacer el Bien. Quizás por esto sus lienzos nos purifican y nos hacen mejores.
Lili Dímkova nació en 1932, terminó estudios de escenografía en la Academia de Bellas Artes y trabajó como diseñadora del vestuario para numerosas películas búlgaras. Sus cuadros han sido exhibidos en el museo de Nikolai Roerich en Nueva York, en San Francisco, Berlín, en Argelia, en Marruecos y en las galerías de toda Bulgaria. Además, Lili Dímkova es uno de los adeptos de la Hermandad Blanca y venera el saber del Maestro:
Dedico esta exposición al Maestro Petar Deunov porque he abrazado su verbo que es el acendrado verbo de Dios, dice la artista y exhorta a todos a servir a los demás seres humanos y hacer buenas obras. Mi padre, durante toda su vida servía a la gente, les ayudaba, les curaba. Procuro, por medio de mis lienzos llevar algo luminoso a sus almas, algo bueno y que la gente al verlo se sienta un poco más elevada.
Es interesante la historia del retrato que Lili Dímkova pintó hace años de Petar Deunov. No por casualidad este retrato ocupa un puesto central en la sala de exposiciones y es el cuadro que primero ven los visitantes.
En realidad, vi la efigie del Maestro. Parecía haberse puesto delante de mí y cuando opté por pintar lo que estaba ante mis ojos me sentía increíblemente impotente, dice Lili Dímkova. Entonces me puse de rodillas y dije. Yo no te puedo pintar, píntate tú mismo. En aquel momento mi mano comenzó a moverse. Así que hay algo muy entrañable en este retrato.
Dice la pintora que también en el proceso de elaboración del resto de sus cuadros sentía la ayuda invisible que movía su mano. Por ser todas sus obras un puente entre lo sublime y lo terrenal, la artista dedica especial atención a los ojos como antesala del alma humana.
Primero debemos pintar no tanto el rostro, sino los ojos, ya que es por ellos por los que asoma el espíritu del hombre, dice Lili Dímkova. Es ahí donde buscamos y encontramos lo más entrañable, lo más pulcro y más hermoso del ser humano. Creo que todos nosotros llevamos en nuestro fuero interno la chispa divina que muchas veces parece un rescoldo sepultado bajo cenizas. Estas ascuas pueden volver a arder en función de lo que reclamemos y pidamos al prójimo.
En medio del actual mundo horroroso de agresividad creciente, Lili Dímkova consigue encontrar optimismo y esperanza en las personas jóvenes que despiertan para el Bien deseosos de salvar el planeta. Por esto en su lienzo más reciente la artista ha pintado a una joven de ojos no terrenales en los que se lee la oración: “Dios Todopoderoso, ayúdanos a conservar la naturaleza de la Madre Tierra”.
Versión en español por Mijail Mijailov
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