Una chica cosmopolita retorna a la aldea de sus antepasados con la idea de rescatar la escuela en la que durante el dominio otomano y en la época posterior a la Liberación de Bulgaria del mismo, fueron ejerciendo el magisterio dos de sus ancestros. Su entusiasmo ha sido contagioso y ha despertado las esperanzas de los habitantes del pueblo, agobiados por sus problemas cotidianos.
Cristiana Brunzalova −que es como se llama la chica− estudia diseño arquitectónico en la Universidad Politécnica de Milán pero, al preparar su tesina, resolvió contar sobre el pueblo de Jvoyna −enebro en español− situado en el Monte Ródope. No se sintió movida para ello únicamente por qué su numerosa estirpe se había originado en ese pueblo, sino que también estaba alentada por sus conocimientos adquiridos en la universidad a que pudiera reanimar ese núcleo población decaído. Su estudio se centró en la antigua escuela “Santos Cirilo y Metodio” y se puso a recopilar las historias de habitantes, fotos y documentos de archivo.
La historia se inició con la escuela monasterial que en el año 1857 se había construido con materiales sobrantes de las obras de construcción de la iglesia del Profeta San Elías. Tres años después frecuentaban ya el plantel los primeros alumnos. Se fueron reuniendo en corto tiempo más niños y en 1897 se construyó otro edificio que los nativos dieron en llamar “la escuela amarilla”. Al estallar la Guerra Balcánica, la escuela se vio forzada a mantenerse únicamente con recursos municipales y su desarrollo se vio estancado. En años posteriores cuando la aldea volvió a extenderse, se construyó también una tercera escuela. De este modo en el año 1945 los alumnos de primero a séptimo grado llegaron a contar con las instalaciones de tres planteles.
En el siglo XXI, sin embargo, las aulas están desiertas porque los pocos alumnos que hay en el pueblo no estudian en él. La vetusta escuela, que había sobrevivido al dominio otomano, el hambre y las guerras, hoy en día semeja más una ruina fantasmal por sus ventanas rotas, techos que están goteando, locales destartalados por actos vandálicos. Por una ironía del destino, en el suelo, por debajo de los montones dispersos de libros de texto y cuadernos, la bisnieta de los Brunzalov, encontró la libreta de trabajo del maestro que antaño había enseñado por medio de canciones y al que las personas ancianas en la aldea aún recuerdan.
La aldea fue fundada en proximidad de un enebro y de una fuente, con el nombre de Varada, cuya agua no ha dejado de brotar hasta hoy, dice Cristiana. La gente de pueblos vecinos acudía a ese manantial para surtirse de agua y un día se les ocurrió asentarse en las inmediaciones de la fuente. Hasta he encontrado fotos de las primeras casas del pueblo, agrega Cristiana.
Respecto a la “escuela amarilla”, cabe aclarar que su construcción dependería por completo de la voluntad de los lugareños. Cada habitante del pueblo era obligado a aportar su trabajo, hasta los propios alumnos junto con sus maestros llevaban al solar de las obras arena que habían recogido del río. En las fotos se pueden observar unos niños descalzos y desaliñados. Sus ansias de estudiar eran tan grandes que, muy naturalmente, esos chiquillos fueron respaldados por sus padres.
En aquella época prevalecía la sed del saber pero actualmente numerosos edificios de elevado valor arquitectónico y de historia dilatada, faltos de desvelos por parte del Estado, se van desmoronando. Es algo imposible de suceder en Italia, dice Cristiana Brunzalova.
En Italia al cumplir un edificio cien años es inmediatamente incorporado al registro de los monumentos de la cultura, incluso sin tener valía arquitectónica. Mientras en Bulgaria, muy raras veces son recogidos en la lista tales edificios que se mantienen descuidados. Ahora estos edificios pueden ser demolidos y modificados de cualquier manera sin especiales consecuencias, y esto, en Italia, es inadmisible.
En este sentido, Cristiana aduce dos de sus ejemplos favoritos: la colonia de la juventud hitleriana en Rovegno y una vieja iglesia en Rávena .Pese a que en aquella colonia unas doscientas personas habían encontrado su muerte, el Estado buscó recursos para rescatar el edificio. De la iglesia sólo quedaban las paredes pero se consiguió empotrarlas en la tienda de ropa de una marca muy conocida y así se conservó el edificio aunque se alteraba su destino. Es algo que también se podría hacer con la escuela del pueblo de Jvoyna.
Desde que llegó a la aldea Cristiana está buceando cada día en el Archivo Estatal de la ciudad de Smolian, cabecera de la homónima provincia, hace labores de aseos en la escuela secundada por los habitantes, charla con ellos recabando recuerdos. También ha preparado la fiesta pueblerina de los próximos 18 y 19 de agosto, cuyo lema es “Quedará piedra sobre piedra”. En esta fiesta se propone unir sus dos pasiones: la arquitectura y el folclore.
Con la idea de ayudar en las obras de reparación de la escuela, ella está organizando exposiciones benéficas con materiales de archivo, conciertos del club local “Zharava”, o sea, “Ascuas Vivas”, y actuaciones del grupo de danzas tradicionales “Nazhentsi”, o sea, “Paisanos” de Milán, como también una competición culinaria sobre el manjar más sabroso de la región del Monte Ródope. Lo está haciendo impulsada por el objetivo de que la escuela pueblerina comience a vivir una nueva vida.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: Proyecto "Jvoyna"
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