Atanás Jranov, artista del pincel, en su nueva exposición deja entreabierta la puerta de su taller, ese habitáculo espiritual más entrañable que en la mañana irradia una mística luz. ”Desayuno en el taller” deja difuminados los límites entre lo imaginario y lo real y, en ocasiones, deja una huella sombría como si se tratara de un café derramado que al abandonar la taza emprende su camino propio. No es casual que fuera el crítico literario Svetlozar Zhelev quien haya dejado inaugurada en la galería de artes “Rakursi” la exposición más reciente de uno de los pintores contemporáneos más destacados de Bulgaria. Y es que en sus lienzos Atanás Jranov no sólo ha plasmado instantes, sino que está narrando historias auténticas.

El taller es el espacio espiritual que todo artista del pincel lleva en sus entrañas, y no se ciñe únicamente a las paredes, el cielorraso y el solar en un edificio, dice el artista. Yo incluso lo llamaría un laberinto espiritual que seguimos construyendo cada día con todas nuestras inquietudes, temores, sueños, amoríos, desamores, deseos. Sin embargo, no son los temores la cosa fundamental que nos esté formando como seres humanos. Desde luego, el mundo en que nos ha tocado vivir actualmente no puede dejarnos impasibles y la preocupación de si seguirá existiendo asoma en cualquiera de nuestros actos. Al mismo tiempo, no hay que olvidarse tampoco de lo hermoso en derredor nuestro, la gente debería fijarse más en esta parte más luminosa del mundo para que también nuestras vidas sean más luminosas.

El artista, nacido en Plovdiv en 1961, terminó estudios de “Tallado en madera” en la Academia de Artes Plásticas pero ya en sus años de estudiante fue mezclando los géneros y acabó descubriendo la combinación cromática característica exclusivamente para él. Comencé a pintar sobre obras plásticas de madera que se iban acercando cada vez más a la pintura e iban escapando de la escultura. Así, al final llegué al lienzo perfectamente plano, dice el pintor.

Este artista, con 40 exposiciones a sus espaldas, define su estilo como un realismo mágico y expresa que deja a su subconsciente funcionar cuando se pone ante su caballete. De esta manera del lienzo van asomando vivencias que a menudo siguen su lógica y su orden, como sucede con el cuadro “Retrato de un viaje” exhibido en la actual muestra.

Una noche, navegando a bordo de un yate por el océano, estaba de vigía en la cubierta y vi algo fosforescente en el agua, dice el artista del pincel. De repente aquella mancha luminosa comenzó a aproximarse a la embarcación y fue entonces cuando me sentí invadido por lo que la gente suele llamar terror atávico ante una enigmática amenaza. A fin de cuentas, resultó que se trataba de dos ballenas que se aproximaron a una distancia de escasos centímetros del yate para jugar y hacer sus travesuras pero estuve por un rato muy azorado hasta darme cuenta de aquello. Posteriormente descubrí gustoso aquel suceso en uno de mis cuadros y me sentí muy satisfecho de haber narrado la historia de manera completamente literal. En el cuadro se puede ver la cara de un niño despavorido rodeado por extrañas criaturas blancas en el agua, posiblemente porque yo mismo me había sentido en aquel momento como un niño asustado.

Ahora cuando los cuadros ya están montados en la sala de exposiciones –donde permanecerán hasta el próximo cuatro de mayo– el pintor, hombre apasionado por la navegación a vela, vuelve a poner rumbo a sus elementos predilectos –el viento y el agua– para así continuar su travesía estupenda, interesante y prolongada llamada vida.

Versión en español por Mijail Mijailov