El 6 de septiembre se cumplen 133 años de la unificación del Principado de Bulgaria y la entonces Rumelia Oriental (parte de la actual Bulgaria del sur), una región autónoma en el marco del Imperio Otomano, con cabecera la ciudad de Plovdiv. La creación de dos Estados búlgaros se debió a las contradicciones geopolíticas entre las Grandes Potencias después de acabada la Guerra Ruso–Turca de 1877 a 1878, libertadora para Bulgaria. En el Congreso de Berlín de 1878 las Grandes Potencias no permitieron el establecimiento de un Estado búlgaro grande. La Bulgaria del norte y la región de Sofía conformaron el Principado de Bulgaria, vasallo del Sultán, se creó la Rumelia Oriental, y otros territorios, poblados preponderantemente por búlgaros (Macedonia, Tracia del Egeo, las regiones de las montañas Ródope y Strandzha) permanecieron en el Imperio Otomano sin derecho a autogobernarse.
Ante la nueva revolución nacional
La población en Rumelia Oriental (Bulgaria del sur) protestó enérgicamente mostrándose dispuesta a oponer resistencia lo cual influyó, hasta cierto punto, en las decisiones del Congreso de Berlín. En la región no fueron estacionadas tropas otomanas, en el Ejército y las fuerzas de seguridad se alistaban búlgaros, la forma de gobierno era relativamente democrática, las elecciones para la Asamblea Regional eran libres, además había libertad de prensa. El Sultán designó como primer gobernador general a Alejandro Bogoridi, un estadista otomano de origen búlgaro. Un detalle curioso: al llegar a Plovdiv, Bogoridi lució en la cabeza un kalpak, el típico gorro búlgaro, y esto fue considerado como un presagio de un buen futuro. A pesar de haber sido separada artificialmente de Bulgaria, Rumelia Oriental se desarrollaba muy bien tanto en lo económico como en lo cultural. No obstante, para la mayoría de los búlgaros el status quo era inaceptable. Era algo natural considerar la reunificación con la Rumelia Oriental que había mantenido su carácter búlgaro, como un primer paso hacia la unificación de todos los territorios búlgaros. La cuestión nacional dominaba el debate político en ambos Estados búlgaros. En Rumelia Oriental las elecciones se ganaban también con promesas de una próxima unificación. Sin embargo, nadie sabía a ciencia cierta cómo sucedería eso. Los contactos internacionales que realizaban una serie de políticos búlgaros de “las dos Bulgarias” eran demasiado desalentadores. La postura oficial de los grandes países europeos era que la unificación era posible “alguna vez pero no ahora”.
La Unificación
La situación cambió en el año 1885 cuando el movimiento unionista en Rumelia Oriental fue encabezado por Zajari Stoyanov, político y periodista conspicuo, uno de los pocos organizadores sobrevivientes del Levantamiento de Abril de 1876, cuando los búlgaros se sublevaron contra la dominación otomana y el país fue bañado en sangre por el opresor. En Rumelia Oriental, Stoyanov manifiestó en plenitud su talento de líder y publicista. Fundó una organización poderosa: el Comité Revolucionario Central Secreto.
En 1885 las tensiones crecieron. En Rumelia Oriental los mítines para la reunificación eran cada vez más frecuentes conduciendo a menudo a enfrentamientos con la policía. A principios de septiembre, en algunas localidades empezaron a producirse disturbios que las autoridades locales trataban de sofocar. El Comité Revolucionario Secreto, empero, había centrado sus esfuerzos principalmente en la capital regional, Plovdiv, atrayendo a la causa oficiales del Ejército y la Guardia Civil. En la noche del 5 al 6 de septiembre, las tropas, bajo el mando del mayor Danaíl Nikoláev, tomaron el control sobre Plovdiv sin que casi nadie opusiera resistencia. El que fuera en aquel entonces gobernador general del Sultán, Gavril Krastevich, entregó el poder diciendo: También yo soy búlgaro. Fue formado un gobierno provisional que invitó a Plovdiv al príncipe búlgaro Alejandro de Battenberg para que asumiera el poder de la Bulgaria unificada.
La Unificación y el mundo; del drama y la guerra al desenlace feliz
La Unificación mostró que los búlgaros podían decidir solos su propio destino inclusive en situaciones difíciles. En aquel momento, gracias a la intuición o la previsión precisa se adelantaron a los cambios en la geopolítica europea. Hoy en día resulta fácil formular esta conclusión histórica pero en septiembre de 1885 comenzó una crisis internacional grave en medio de la cual la causa búlgara parecía, a veces, condenada al fracaso. El Gobierno ruso que estaba en malas relaciones con el Príncipe búlgaro, retiró los oficiales rusos de servicio en el Ejército búlgaro. El polvorín balkánico empezaba a echar humo porque el status quo había sido alterado: un país casi había duplicado su territorio.
Sin embargo, las discordancias entre las Grandes Potencias que siete años antes habían dejado fragmentada a Bulgaria en esta ocasión favorecían la audaz revolución nacional búlgara. La mayoría de los actores principales, en primer lugar Rusia y Gran Bretaña, no querían que el Sultán restaurara el status quo por la fuerza militar. Rusia deseaba un cambio de poder en Sofía pero no la derrota de Bulgaria. La causa búlgara obtuvo el apoyo tácito de Gran Bretaña; Londres ya estaba considerando una futura Bulgaria fuerte más independiente de la influencia del poderoso rival en el este: Rusia. Un asalto militar, empero, vino procedente de Serbia. El rey serbio Milán, falto de popularidad en su propio país y alentado por Austria–Hungría, quería fortalecer su posición por medio de una guerra exitosa, anexionando algunos territorios occidentales de Bulgaria. El Ejército búlgaro, en aquel entonces poco numeroso, carecía de experiencia militar, así como de generales –todos los regimientos y divisiones estaban al mando de capitanes y tenientes jóvenes– pero el entusiasmo patriótico se había apoderado de aquél. Además gozaba del apoyo abnegado de la población búlgara.
Europa pronto se convirtió en testigo de un milagro que parecía imposible: Bulgaria ganó la guerra en dos semanas (del 14 al 28 de noviembre de 1885). La victoria hizo a este país popular en Europa. Desde que los búlgaros defendieron su derecho con las armas ya nadie dudaba de su legalidad, comentaría en sus memorias Simeón Radev, periodista y cronista de aquella época, al describir esta transición de un dramatismo extremo a un desenlace feliz.
Después de unas negociaciones difíciles, el 24 de marzo de 1886 las Grandes Potencias firmaron con el Sultán un acuerdo que resolvió los problemas de la manera más indolora: el Príncipe búlgaro, que formalmente seguía siendo un vasallo del Sultán, fue nombrado gobernador general de Rumelia Oriental que, en la práctica, ya no existía.
Después de la reunificación, en la historia de Bulgaria nunca más ocurrieron milagros. La unificación de las dos Bulgarias desencadenó muchas luchas políticas internas. La lucha por la liberación del resto de los territorios búlgaros que permanecieron bajo el dominio otomano fue larga y difícil. Pasó por una serie de resurrecciones, guerras, errores de política exterior y produjo menos resultados que la Unificación pero cobró muchas más víctimas.
La Unificación es considerada un momento estelar y el mayor éxito de Bulgaria en su historia reciente. Conseguida con mucho coraje y energía, en medio de contradicciones internas inevitables pero con una impresionante unidad nacional, entusiasmo y heroísmo en los momentos sublimes, es una leyenda histórica real.
Versión en español por Daniela Radíchkova
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