Al escudriñar los cuadros de Valeri Tsenov uno descubre un universo imaginario salpicado del simbolismo de imágenes místicas. El artista, a través de sus “Jardines Secretos” nos introduce en el ámbito sacro de su propia alma que anhela un mundo más excelso. En los “Mares de la Antigüedad”, el pintor narra cuentos de ésta, y por medio de sus imágenes femeninas espirituales, luminosas y pulcras eleva el alma de quien las contempla.
El símbolo de la Madre Tierra, de la edificación, del alumbramiento de la vida, se encuentra presente en mis imágenes femeninas, dice el artista. ¿Habrá acaso un arquetipo más brillantemente manifiesto que éste? Es que a todos nosotros nos han parido nuestras madres y todos vivimos en la Tierra. En la imagen femenina vierto hermosura y armonía, y junto con esto, una fuerza latente que existe en la propia naturaleza, una energía vital creadora de todo en nuestro alrededor y de nosotros mismos. Desde luego, estas sugestiones, emociones y formas fueron empleadas ya en las épocas antiguas y, posteriormente, quedaron plasmadas en el canon del icono ortodoxo.
Es precisamente en la efigie de la Virgen en la que el pintor descubrió aquel elemento espiritual que, en sus tempranos años de artista pictórico, lo hizo optar por dibujar iconos. Al comienzo del nuevo milenio Valeri Tsenov estuvo durante un mes en el Monte Athos donde rodeado por el sosiego del monasterio fue pintando las efigies de los santos para su exposición “Rozando el Monte Athos”. Algún tiempo después le propusieron que dibujara el icono de San Claudio en una capilla en Besanzón, Francia, y la de San Juan Bautista, en la Iglesia de Hierro, de Estambul.
El icono de San Claudio de Besanzón fue creado para un convento francés en proximidad a la frontera suiza, dice Valeri Tsenov. Hasta aquel momento su efigie no se había pintado en un icono porque él es un santo católico. Sin embargo, puesto que San Claudio había vivido en el siglo VII, se volvió posible, en conformidad con los cánones del cristianismo ortodoxo, recrearlo en un icono, en base a miniaturas del santo y otras descripciones de su vida y milagros. La efigie de San Juan Bautista, por su parte, fue pintada a petición de Luka Stanchev, hombre que ha hecho mucho por la comunidad de los búlgaros residentes en Estambul y, concretamente, por la iglesia búlgara de San Estéban la Iglesia de Hierro. El icono no es grande y en él San Juan Bautista aparece como un ángel anacoreta.
Pese a haber nacido en el noroeste de Bulgaria,Valeri Tsenov se trasladó a la ciudad de Plovdiv, hogar de la mayoría de artistas del pincel. Se había enamorado de esa ciudad ya en sus años de alumno del Liceo de Ballas Artes. Precisamente en Plovdiv, donde enseña a los futuros pintores en su academia, Valeri Tsenov ha encontrado su mundo auténtico que lo colma de cariño. Por ello no son casuales sus palabras de que un cuadro hay que empezarlo con cariño para que no nazca muerto.
El artista al colocarse ante el lienzo virgen se siente invadido por numerosas emociones, dice Valeri Tsenov. Es que este lienzo en blanco es un caos en el que el artista debe internarse para crear su espacio propio. Hoy en día, sin embargo, yo diría que no basta con empezar un cuadro con cariño, ya que hay que acabarlo con dulzura para dar sentido a su presencia en el mundo real. El artista, por lo general, se encuentra en el linde entre lo espiritual y lo terrenal, y se surte de imágenes del mundo de las ideas y del pensamiento contemplativo que luego va materializando, con sus pinturas, en el lienzo.
Valeri Tsenov, artista extraordinariamente apreciado en Francia, presenta actualmente allá su enésima muestra; en el espacio artístico Porte Rouge, de Estrasburgo. Para esta exposición ha preparado cuadros de los ciclos “Mares de la Antigüedad” y “Mundo Viviente” agrupados bajo el título de “El quinto elemento”.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: Archivo personal
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